Lado B
Querido diario: Netflix está matando al cine
Alonso Pérez Fragua comparte el diario donde registra su experiencia con Netflix: cómo y cuándo usa la plataforma y lo que publica en redes sociales
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
28 de octubre, 2019
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#Binario #Netflix

@fraguando

Como parte de mi trabajo de investigación, desde el 7 de julio de este año llevo un diario donde registro mi experiencia relativa a Netflix. La mayor parte de ese contenido tiene relación con qué, cómo y cuándo uso la plataforma, pero también con lo que comparto en mis redes sociales sobre ella; mis reflexiones más allá de lo que vivo; y mis recuerdos vinculados a lo que era mi consumo de series y películas antes de que en 2013 me volviera cliente de la empresa con sede en Los Gatos, California.

Copia de pantalla de mi Fb del 23 de agosto de 2019 que agregué a mi diario

El verano pasado fui a una sala de cine para ver la última obra de Quentin Tarantino, acerca de la cual escribí esta confesión en mi Querido Diario. Así, la presento a continuación con ciertas modificaciones pero respetando el espíritu original. Ya me dirán ustedes si mi experiencia es cercana a la suya.

***

26 de agosto de 2019 – Mucho se ha criticado a Netflix sobre dos puntos en particular: su pobre catálogo de películas “clásicas” y su poder adictivo, es decir, cómo el diseño, las funciones y el contenido de su plataforma te invitan a que no pares de verlo; vamos: a que hagas binge-watching. Son temas que se han discutido en textos periodísticos y académicos, pero ahora quiero contar una experiencia donde convergen ambos puntos.

El sábado decidí que al día siguiente vería Once Upon a Time… in Hollywood, la nueva de Tarantino. Había visto carteles en la ciudad y comentarios en redes sociales, e incluso vi las reseñas en video de Jeremy Jahns –un youtuber al que sigo– y de la crítica mexicana Fernanda Solórzano. Sin embargo, la determinación final para buscar los horarios del cine fue un tuit de la cuenta de Netflix Latinoamérica que invitaba a ver todas las películas del director en la plataforma antes de entrar a la sala de cine. El resultado, además de revisar los horarios y hacer planes para ir el domingo al único multiplex de Casablanca, fue también el que buscara las susodichas cintas de Tarantino en el catálogo.

Un tuitero se quejaba de que él (en México, seguramente) no tenía Jackie Brown ni Death Proof. Aunque esta última yo tampoco la tengo, sí la primera. Y si bien no he visto aún The Hateful Eight, que sí está en mi catálogo, me incliné por Jackie, quizá por ser la menos exitosa de las obras de este provocateur.

Empecé a verla y la detuve un par de veces hasta que, a punto de dormirme a eso de las siete u ocho de la noche, decidí dejarla definitivamente, al menos por ese día. (A más de 2 meses, Jackie Brown sigue detenida en el minuto 73 de 154). Aunque estaba cansado, luego de levantarme y prepararme algo de comer, vi completo el episodio 3 de la segunda temporada de Mindhunter. Algo hubo con la película de Tarantino –que dura casi 3 horas– para que suspendiera la experiencia, pero también algo hubo con mis deseos para seguir avanzando con Mindhunter. En general, las ganas de saber qué pasa con las series que empiezo me ha alejado de las películas, no solo las pocas “clásicas” que hay en el catálogo sino las nuevas y las originales de Netflix. Ahora que lo pienso, creo que el consumir toda una historia en 90 o 120 minutos “ya no me alcanza”. Necesito historias que duren 300, 400 minutos; quiero más detalles, quiero adentrarme en un universo distinto al mío por largos periodos, ya sea haciendo binge-watching o dosificando la experiencia.

La posibilidad de perderse en un universo ficticio la tengo desde hace años pues veo series desde la infancia. De manera particular, podría decir que mi consumo serio de series fue con canales de cable como Sony Enterntainment Television y Fox, así como con la señal –también a través de cable– de las cadenas originales que transmitían mis programas favoritos: ABC, CBS y NBC. Pero, el modelo por cita al que estaba atado me daba, irónicamente, cierta libertad de ver otras cosas, como por ejemplo ir al cine los fines de semana. Además, si en la semana no podía ver el capítulo de estreno, en Sony y Fox tenía la opción de esperar al maratón del domingo en donde repetían todos los episodios de la semana. Ayudaba también que en ese momento cursaba la preparatoria y la universidad, periodos en que salía con mis amigos, y una actividad común era ir al cine. Calculo que en promedio veía al menos cuatro películas al mes, ya sea en cine o rentando en Blockbuster, pues el ver películas en casa de algún amigo también era común.

Desde hace más de 10 años, con las responsabilidades laborales y familiares, las visitas al cine se volvieron complejas. De hecho, de 2012 hasta 2017 que trabajé en espacios culturales en Puebla, los periodos donde más películas vi fueron parte de ciclos que yo mismo organizaba y, sobre todo, en festivales que llegaban a la ciudad y que mi espacio albergaba parcialmente. Cada año, por ejemplo, asistía a la película de arranque del festival de documentales Ambulante, además de ver todas las películas que podía en Capilla del Arte, el lugar donde trabajaba; en ocasiones también compraba un pase para ver los documentales que se proyectaban en las salas comerciales.

Fuera de esos periodos, veía poco cine. Y ahora en Marruecos, puedo decir exactamente cuántas películas he visto en salas comerciales en casi 2 años de estancia: cuatro. Dos infantiles en Megarama, ese único multiplex en la parte chicde la ciudad; un “churro” marroquí en el viejo cine Rialto; y Once Upon…, igualmente en Megarama. A esas se agregan un par más de películas infantiles en la sala del Instituto Francés y ahí se termina mi experiencia cinéfila en pantalla grande.

Pienso ahora, mientras escribo, que la pantalla grande tiene aún un poder especial sobre mí. Esto es, sí prefiero ver una película en pantalla grande pero mi dinámica de vida no me lo permite. Entonces, lo que me atrae de las series es su buena narrativa, sus muchos minutos dentro de un nuevo universo y el saber que ese producto estuvo pensado para verse en pantalla chica. Mientras que no me animo a ver películas en la pantalla de mi computadora porque “no me sabe igual”, tanto por el tamaño como porque solo visitaré otro mundo por tan solo unos minutos.

Porque aquí debo dejar explícitamente este dato: falta de tiempo no es. Si no tuviera tiempo no podría ver tampoco series, pero como tú lo sabes, Querido diario, lo mismo que el logaritmo de Netflix, invierto más de 10 horas a la semana en la plataforma, pero todas ellas para ver series.

Al final, Netflix y todas las plataformas digitales sí están matando al cine. Sin embargo, antes –mucho antes– fueron la edad y la rutina quienes dieron los golpes mortales a la fábrica de sueños… junto con los altos costos de las entradas, la saturación de cartelera con franquicias, el control de casi el 50 por ciento de la industria por parte de Disney y un largo etcétera.

El Rialto es uno los pocos palacios cinematográficos que siguen activos en Casablanca. Una sola sala, dos tarifas: 30 dirhams (3 euros) orquesta, 50 dirhams (5 euros) balcón. Permanencia voluntaria, cortinas de terciopelo rojo, acomodador con lamparita; proyección digital. Cintas locales en darija (árabe marroquí) con subtítulos en francés. La experiencia cultural total

*Foto de portada: mohamed Hassan | Pixabay

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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