Lado B
Fútbol infancia
Recuerden cuando salíamos a la calle con cuatro piedras que simulaban ser una portería y una pelota de plástico; cuando éramos niños, niños que soñaban
Por Lado B @ladobemx
02 de mayo, 2019
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Foto tomada de PxHere

Emilio Coca

@cocabron

Recientemente pasó el Día del niño y, más allá de los festivales, los payasos, los juguetes y las clásicas fotos de todos tus amigos o conocidos cuando tenían 3, 5 o 6 años, esta fecha me provoca algo que quizá solo me pasa el 6 de enero: este círculo vicioso que llamamos nostalgia.

Como era de esperarse, ya no recibimos ningún regalo, ni una felicitación que no venga escudada en un: “el niño que llevamos dentro”, lo cual hace un poco patético todo esto, pero bueno, dejaré de divagar y hablaré un poco de esa nostalgia, de lo bonito y, a veces, triste que es recordar esos tiempos cuando lo que más nos preocupaba era que nos eligieran para jugar la retita en el recreo o que nuestras mamás nos dieran chance de salir con nuestros amigos.

Así que en todo este texto pediré algo muy sencillo: recuerden. Recuerden el momento en que prendían el Playstation 1 o el Nintendo 64 y comenzaba a sonar una batería que iba más o menos así “tupa tutupatu tutupa”, mientras aparecían unos jugadores en la pantalla, dominando el balón; después llegaba la guitarra que seguía el ritmo marcado hasta que una chilena hacía reventar una garganta al grito de “wujuuuuu”, mientras la televisión mostraba el título “Fifa 98”.

Y es que ahí fue el inicio de todo, porque al menos yo no nací en la época de Messi y Cristiano; no me enamoré del fútbol cuando vi la explosividad, la rapidez ni la calidad de las dos estrellas. No nací en la época en que los jugadores valen 100 millones de euros y se pelea por el arbitraje cien por ciento libre de polémica, con cámaras y tecnología digna de otros deportes pero no de éste.

Fue ahí, mientras sonaba “La copa de la vida”, cuando apareció el verdadero Ronaldo al del Cristo del Corcovado, al fenómeno del regate y del gol, la última generación de  brasileños que pudieron “jogar bonito”, pero no los dejaron; a los primeros galácticos, a los pintores italianos que alcanzaron lo máximo casi al final de sus carreras; al cóndor que se vistió de tuzo, al último Diablo paraguayo y al emperador mexicano más longevo o, mejor aún, aparecieron los sketchs de Ponchito durante los Mundiales y Olimpiadas. Quizá la última época del fútbol “clásico”.

Cuando salíamos a la calle con cuatro piedras que simulaban ser una portería, una pelota de plástico o un frutsi, una lata, lo que fuera necesario para convertirnos en Ronaldinho, Zidane o Luis Hernández; para sentir que jugábamos en el Estadio Azteca. Cuando éramos niños, niños que soñaban.

Porque como dijo Lilian Thuram, campeón del mundo con Francia en 1998: “Cuando juegas, sonríes, estás con amigos, es un momento feliz… Y cuando juegas y eres feliz adquieres confianza. Esa confianza te hace pensar en un futuro mejor”.

Aún no estábamos rodeados de tablets que reproducen e imitan partidos de fútbol. Crecimos con la esperanza de tener unos tacos Total 90 para reunirnos con amigos, dejar el asfalto para pisar y sentir la suavidad, la magia, el universo paralelo que significa poner un pie dentro de la canchita.

Aunque no había tantos campos de fut, cada calle era un estadio, una zona donde los problemas desaparecían. Eras tú y el balón; tú y un puñado de personas en busca del balón, imaginando que el mundo te ve. Entrabas; toquesito y al pie, la pisabas, la hacías chiquita, era tuya, la acariciabas, querías que no fuera de nadie más, peleabas por ella, tirabas y golpeabas. Pero cuando por fin tocaba el fondo de la red, todo era perfección. Gritos, abrazos y felicitaciones.

Salías de la vida, o quizá esa era tu vida, aprendiendo a decir “gracias” cuando te hacían famoso con un pase que te dejaba el camino libre al gol; o la importancia de pedir perdón con cada pase fallido, sabiendo que ante cada caída es necesario levantarnos, comprendiendo no deber vivir de nuestros errores del pasado, ni de los que cometeremos en un futuro.

Al final, el fútbol como la nostalgia se convierten en un escape de nuestro presente, recordando viejas amistades, momentos que nos gustaría vivir y que a través de fotos o días como éste podemos traer a nosotros, antes de que todo vuelva a la cotidianidad, al trabajo y las deudas.

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