Lado B
Porque #TodosSomosJorgeyJavier
“Estaban armados hasta los dientes”, son las palabras que se grabaron en mi memoria tras ver el documental Hasta los dientes, dirigido por Alberto Arnaut
Por Lado B @ladobemx
20 de marzo, 2019
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Lourdes Zambrano

Hace algunos meses vi en redes sociales el anuncio de un documental titulado Hasta los dientes. Desde marzo del 2010, esas tres palabras están en mi memoria como parte de una frase más larga: “estaban armados hasta los dientes”. Efectivamente, el documental es sobre el asesinato de dos jóvenes estudiantes del Tec de Monterrey a manos del Ejército, un caso del que poco se supo fuera de la ciudad o si se conoció, ya lo habían olvidado, y que debió ser motivo de discusiones acaloradas, de mesas de análisis, de columnas editoriales, de marchas multitudinarias, pero eso no sucedió, de ahí la sorpresa con la aparición del documental, dirigido por Alberto Arnaut, ocho años después.

Foto tomada de Ambulante

Hoy, 19 de marzo, a seis meses de empezar a proyectarlo en diversas partes del país, principalmente en Monterrey y la Ciudad de México, se logra uno de los objetivos del proyecto: limpiar el nombre de Jorge Antonio Mercado Alonso y de Javier Francisco Arredondo Verdugo, ambos menores de 25 años al morir, a quienes los titulares del día identificaron como “dos sicarios armados hasta los dientes”, y no como dos alumnos del Tec de Monterrey que fueron asesinados por los soldados dentro de las instalaciones de la escuela, la noche del 19 de marzo de 2010, al calor de un enfrentamiento con narcotraficantes. La disculpa pública de parte del Gobierno mexicano se realiza en el mismo lugar en donde los mataron. De nuevo, un acto sin precedentes tomando en cuenta la naturaleza de esa institución educativa y de la ciudad.

Yo tenía un par de años más que Jorge y Javier. Me había graduado del Tec cuatro años antes y lo seguía visitando al cubrir eventos para el periódico local en el que trabajaba. Entre mis colegas, había otros ex-a-Tec, había testigos del enfrentamiento, seguía teniendo amigos trabajando dentro. Todos sabíamos que es una universidad emanada de las grandes empresas regiomontanas, creado a imagen y semejanza del MIT (Massachussets Institute of Technology), donde el verbo favorito es emprender y que sigue siendo la más prestigiosa en la mente de los papás y mamás regiomontanos. Los que pasamos por ahí sabemos que al menos la mitad de los alumnos son foráneos, llegan de otros estados e incluso de otros países, casi todos con algún tipo de beca (yo incluída), para quienes representa un gran esfuerzo estar ahí, como fue el caso de Jorge y Javier, que además tuvieron la desventaja de venir de dos lugares pequeños: Todos Santos, Baja California, y la vecina Saltillo, sin apellidos de alcurnia ni padres empresarios.

La cultura organizacional del Tec se conoce de inmediato. Sabíamos que las marchas y las protestas no son bien vistas. Levantar la voz no está en el ADN de la institución. También sabíamos que la ropa sucia se lava en casa, pero nada nos preparó para esto. Lo que sucedió ese día fue perverso. Nunca creímos que el Tec de Monterrey sería capaz de hacer lo que hizo. Después de ver el documental, la indignación que nos provocó hace 9 años el actuar de la universidad, se multiplicó por 10. La falta de escrúpulos de la institución al ocultar por 36 horas a la comunidad que habían sido sus estudiantes las dos personas asesinadas es deleznable, pero ocultárselo a las familias, al tenerlas cara a cara, es no tener ni una pizca de humanidad.

En el documental se exhibe con pruebas, principalmente el video de las cámaras de seguridad, como elementos del Ejército matan, primero a Javier, luego a Jorge, los golpean, les siembran armas y se roban la cámara de seguridad para no dejar huellas. Habían pasado apenas cuatro años del inicio de la “guerra contra el narco” de Calderón y por desgracia, ese modus operandi no era una excepción a la regla. Lo que sucedió en este caso fue que el Ejército encontró a los cómplices perfectos: la universidad tecnócrata y la entidad industrial, ambas lideradas por los mismos empresarios que siempre han preferido la mano dura y estilo castrense. Pero Twitter les arruinó el teatro y dos días después el Tec se vio obligado a reconocer que los muertos eran sus estudiantes. Ya no sólo los narcotraficantes actuaban como desalmados en la ciudad, parecía que ahora todos lo éramos de alguna u otra forma.

Como bien lo dicen los compañeros de aulas de Jorge y Javier en el documental, la mayoría se alegraba al escuchar que habían matado a dos narcos, “dos menos”, y la frase más común en las sobremesas era: “seguro andaban en malos pasos”. Monterrey estaba sumida en las garras de los Zetas y el Cártel del Golfo, con personas colgadas de puentes, balaceras un día sí y otro también, levantones, encobijados, con policías municipales corrompidas, en donde los únicos confiables eran los militares, a los que ya nos habíamos acostumbrado a ver en la ciudad. Algunos sabían de los riesgos de tener al Ejército en las calles, pero muy pocos regios se detenían a pensar en eso. Vivíamos con miedo y queríamos pensar que pronto regresaríamos a ser la ciudad de antes. Eso no pasó. La barbarie creció. Un año después, un comando prendió fuego intencionalmente al Casino Royale, en donde murieron 52 personas. Y hoy, el Ejército regresó a patrullar las calles de Monterrey.

Recientemente me enteré que la actitud del Tec ha cambiado en el último par de años. Arnaut señaló que han podido proyectar el documental al menos seis veces dentro del Campus Monterrey, y hoy, la disculpa pública se realiza ahí. Los procesos judiciales siguen su curso. Al final del documental señalan que hay tres militares detenidos, otro del que no se tiene rastro y dos más que se presumen se cambiaron de bando, uniéndose a los cárteles. Cuauhtémoc Antúnez, quien estaba a cargo de la Séptima Zona Militar en 2010, luego fue el Secretario de Seguridad Pública de Nuevo León, durante 19 meses, en el Gobierno de Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco.

Un grupo de alumnos se organizaron, formando el colectivo #TodosSomosJorgeyJavier. Por años, conmemoraban el 19 de marzo y poco a poco el grupo se fue fortaleciendo, al que se sumaron los familiares de los jóvenes.

Mientras seguía el caso, constantemente me preguntaba por qué las familias de Jorge y Javier no actuaron enérgicamente. Después de ver el documental entendí qué estaban pasando y por qué les tomó varios años elevar la voz y buscar justicia por sus hijos. Ni la señora Rosy, ni la señora Haydé, ni el señor Joel, ni el señor Javier se imaginaron nunca como un objetivo ni de los narcos, ni del Ejército, ni de nadie. Fue hasta que entendieron que no se trató de un error, que fue un montaje premeditado, que fue avalado por todos, cuando decidieron pedir justicia. Ellos, como yo, como muchos, se dieron cuenta a la mala que en el México de la guerra contra el narco, con el Ejército en las calles, cualquiera podemos ser el objetivo, porque #TodosSomosJorgeyJavier.

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Esta columna fue publicada primeramente en Animal Político, y se autoriza, asimismo, su publicación en este medio por consentimiento de la autora.

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