Lado B
Convivencia escolar: más allá del mito de la armonía
Si realmente se quiere formar una escuela que sea modelo de convivencia democrática es menester entender que el estar-juntos implica contradicción, supone fricciones entre temperamentos y modos de pensar y de vivir diferentes
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
06 de febrero, 2018
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Foto: Marlene Martínez

Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“…hay un equívoco desde el inicio de la discusión sobre la convivencia y el estar juntos en educación: ni la una ni la otra pueden ser pensadas como flechas, signos, símbolos o indicaciones que apuntan necesariamente hacia la armonía, la no conflictividad, el acuerdo instantáneo, la empatía inmediata, la plena satisfacción educativa. Tal vez en ello radique el primordial error y la mayor desvirtuación del problema: si acaso partiéramos de la idea de que la convivencia es pura ambigüedad, afección, contradicción, fricción, no buscaríamos resolver la vida en común a partir de fórmulas solapadas de buenos hábitos y costumbres, morales industrializadas,  didácticas del bien-estar y del bien-decir, valores insospechables, o necios laboratorios de diálogos ya pre-construidos”.

Carlos Skliar.  Los sentidos implicados en el estar-juntos de la educación.

La semana pasada tocamos el tema de la enseñanza de la comprensión como una condición esencial para construir una convivencia escolar democrática. El planteamiento central de esa entrega es que el problema de la violencia y el acoso escolar no se van a resolver con un enfoque que judicialice o mire de forma meramente legalista el problema sino a través de la construcción de una convivencia escolar constructiva que pasa necesariamente por enseñar a los niños y jóvenes la comprensión intersubjetiva, la comprensión del otro que es un alter ego, un otro como yo.

Permítanme mis cinco lectores referirme nuevamente al tema de la convivencia escolar partiendo de un riesgo que está permanentemente presente cuando se aborda lo educativo desde una perspectiva humanista. Se trata del riesgo del idealismo, de la mirada romántica y abstracta que entiende los planteamientos de una educación que forme integralmente a las personas y que construya comunidades de aprendizaje auténticas desde una visión utópica y separada de la realidad.

Este riesgo existe cuando se postula la necesidad de enseñar la comprensión y construir una convivencia escolar democrática para revertir los fenómenos de violencia que está permeando de manera preocupante la vida cotidiana de las instituciones educativas. Porque a pesar de que en el texto se plantearon los obstáculos para la comprensión como el egocentrismo, el etnocentrismo, el sociocentrismo y la visión reductora, es posible que entendamos la comprensión intersubjetiva como una especie de estado de gracia personal reservado para unos cuanto iluminados y la convivencia escolar democrática como algo parecido a un paraíso terrenal o a una comunidad ideal exenta totalmente de conflictos.

[pull_quote_right]Si realmente se quiere formar una escuela que sea modelo de convivencia democrática es menester entender que el estar-juntos implica contradicción, supone fricciones entre temperamentos y modos de pensar y de vivir diferentes[/pull_quote_right]

El gran pedagogo argentino Carlos Skliar nos advierte sobre esta visión errónea de la convivencia escolar, del estar-juntos en la educación. Este es un riesgo que se convertiría fácilmente en un elemento que obstaculiza la construcción de convivencia escolar positiva. Si partimos de la visión de que la convivencia escolar implica la armónia perfecta entre todos los miembros de una escuela, si la entendemos como ausencia de conflictos o empatía automática y plena satisfacción o felicidad, estaremos de entrada planteando una meta imposible de lograr.

Una visión de la convivencia escolar como realización de una comunidad sin problemas ni tensiones, sin malos entendidos ni fallos de comunicación, sin envidias ni problemas, conduce a dos posibles actitudes entre los actores que participan en el proceso: la primera es la de volvernos sujetos idealistas que asumen una mirada superficialmente positiva que se niega a ver los retos y áreas de oportunidad que hay que afrontar y la segunda es la postura escéptica que lleva a una forma de actuar indolente y poco comprometida con la meta común.

Para poder construir una convivencia escolar democrática partiendo de una visión realista y compleja de la enseñanza de la comprensión resulta indispensable asumir la ambigüedad de las relaciones humanas. El otro es al mismo tiempo oportunidad de crecimiento, reto al cambio, interpelación para ser mejor y riesgo de ser herido, amenaza a la propia autonomía, posible obstáculo para el crecimiento.

Si realmente se quiere formar una escuela que sea modelo de convivencia democrática es menester entender que el estar-juntos implica contradicción, supone fricciones entre temperamentos y modos de pensar y de vivir diferentes.

Cuando verdaderamente estamos dispuestos a apostar por la edificación progresiva de una convivencia en la escuela que sea un laboratorio de formación ciudadana tendremos que aceptar que para aprender a vivir con los demás es necesario estar atentos para detectar, aceptar y enfrentar los conflictos que la vida en sociedad va generando de manera natural e inevitable y que si bien pueden ser una amenaza para la cohesión también pueden representar una oportunidad de crecimiento en el camino de construcción de una auténtica comunidad, es decir, de un conjunto de personas libres y autónomas que viven juntas porque van construyendo un conjunto de significados y valores en común.

Solamente así podremos superar la tentación de construir una convivencia escolar artificial basada en una armonía aparente y en relaciones interpersonales huecas y falsas centradas en convencionalismos, en los buenos hábitos y costumbres que señala Skliar, en esas didácticas del bien-estar y del bien-decir que ocultan una carencia de comunicación realmente significativa, en ciertos valores ideales y abstractos que se imponen y en formas de diálogo prefabricado que no son realmente diálogo sino charla acéptica.

“La tarea de quien enseña a vivir y a convivir es, justamente, la de responder éticamente a la existencia del otro. Lo que no quiere decir apenas afirmarlo en su presencia, aunque esté más que claro que la educación consiste en encontrarse de frente con un otro concreto, específico, cara a cara. Ese encuentro es con un rostro, con un nombre, una palabra, una lengua, una situación, una emoción y un saber determinados y singulares”.

Carlos Skliar.  Los sentidos implicados en el estar-juntos de la educación.

Porque la tarea de quien enseña a vivir y convivir trasciende los manuales de imagen y los protocolos de comportamiento centrados en prescripciones de buenos modales. Se trata de un compromiso profundo y complejo que implica como dice este pedagogo, narrador y poeta, responder éticamente por la existencia del otro con toda su complejidad y su ambigüedad.

La tarea de un educador que se comprometa con la enseñanza de la comprensión y con la construcción de una auténtica convivencia escolar democrática tiene que centrarse en el encuentro cara a cara con el educando al que se mira como un semejante en dignidad, en derechos, en libertad y en potencialidad.

Como afirma Skliar, se trata de un encuentro –no siempre armónico ni romántico- con un rostro, con un nombre, con una historia, con un proyecto de futuro que es único e irrepetible. Promover este tipo de encuentro entre todos los miembros de una comunidad escolar no es nada fácil ni ideal, pero es finalmente el reto central de una educación que busque enseñar a vivir con los demás.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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