Lado B
Casas Vacías, vivencias de la maternidad en un país violento y machista
La primera novela de Brenda Navarro editado por Kaja Negra, medio digital independiente, se presentará en Puebla el 18 de enero
Por Ámbar Barrera @astrobruja_
11 de enero, 2018
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Ilustración: Juan José López Galindo. Cortesía: Kaja Negra

Ámbar Barrera

@Dra_Caos

Casas Vacías habla de maternidades, del duelo de vivir la desaparición de un ser querido y de lo doloroso que es enfrentarse a los deseos y pensamientos que surgen de nosotras mismas. De entender que estamos muy alejadas de lo que deseamos ser y que muchas de las circunstancias que vivimos no han sido elecciones nuestras, sino parte de un entramado social, económico y cultural que suele asfixiarnos.

Así es como Brenda Navarro describe su primera novela titulada Casas Vacías, editada y publicada en Kaja Negra, un medio de comunicación digital desde 2010, con la que se inaugura ahora también como editorial.

Casas Vacías estará disponible para su descarga gratuita desde un micrositio que Kaja Negra lanzará a la par de su presentación hoy (12 de enero) en el Centro de Cultura Digital en la Ciudad de México.

En Puebla también habrá una presentación con la presencia de la autora el próximo jueves 18 de enero. El lugar y la hora serán confirmados en las redes de Kaja Negra.

De acuerdo con Kaja Negra, Casas vacías “cuestiona la maternidad y abre la posibilidad de un diálogo sobre cómo se enfrentan las maternidades no solicitadas y que son impuestas socialmente”.

Casas Vacías, una lectura cruda y difícil

Brenda Navarro dirige el proyecto digital Enjambre Literario y actualmente reside en Barcelona, España, donde estudia el Máster de Estudios de Mujeres, Género y Ciudadanía.

La escritura y el uso del lenguaje, ahora mismo, para mí, es un acto de conciencia en el que me pregunto constantemente dónde estoy, qué pasa a mi alrededor, por qué está pasando y de qué manera las cosas que leemos, repetimos, tuiteamos, compartimos con nuestro entorno son narradas y con qué fin —dice Navarro en entrevista para  LADO B.

Lizbeth Hernández, directora de Kaja Negra dice, también en entrevista para LADO B,  que esta novela no sólo contará con un link de descarga en distintos formatos, sino que se albergará en un micrositio donde se propondrá un diálogo con sus lectores y todo aquello que compartan, ya sean comentarios sobre el libro, otros textos, fotografías, audios o cualquier cosa, serán publicados en ese mismo micrositio.

Así, la novela será el punto de partido para los distintos temas que aborda la historia: maternidades, violencia, justicia, entre muchos otros.

Lizbeth describe Casas Vacías como una novela de ficción donde el eje temático son las mujeres y la violencia de género. Y justo para Kaja Negra ha sido de suma importancia darle impulso a las voces de periodistas, escritoras, ilustradoras o fotógrafas.

—Escribir Casas Vacías emocionalmente me dejó muy agotada y me alegra que por fin se haya terminado. Me quedé con una sensación agridulce porque me gustaría que las protagonistas de la historia hubieran tenido un mejor destino, pero a la vez sé que eso es lo que tenían que narrar y se aprende a lidiar con eso, como con el mundo real. Siempre un poquito triste, siempre un poquito contenta.

Brenda Navarro reconoce que más de una persona le ha dicho que Casa Vacías es una historia difícil de leer, “porque no es fácil lidiar con los hechos que ahí se narran, pero que una vez que le entran, tienen que seguir para saber qué pasa, así que convido a que no la suelten hasta que se termine”.

(Al final de esta nota, te compartimos un fragmento de Casas Vacías)

Sobre Kaja Negra

Kaja Negra surge en 2010 como uno de los primeros medios de comunicación en el mundo digital en México. En sus inicios estaban influenciados por el diarismo tradicional, por lo que hicieron una pausa en 2014 para replantear el proyecto.

Cortesía: Kaja Negra

En 2015 Kaja Negra es relanzado en una plataforma renovada y con las líneas de trabajo bien definidas: derechos humanos, movimientos sociales, minorías, mujeres, ciencia, cultura y ciudad.

También le dan impulso a otros géneros literarios como el cuento, la poesía y el ensayo y cuentan con colaboraciones de otros países de América Latina y ahora apuestan mucho más por el trabajo colectivo, no sólo con colaboradores individuales sino con otros medios digitales.

La incursión de Kaja Negra en el ámbito editorial es su apuesta este 2018 para “consolidar la plataforma que hemos venido construyendo: un espacio para disentir, discutir, aportar y
crear”.

Además de Casas Vacías, en los próximos meses lanzarán una antología que recopila el trabajo literario de escritores latinoamericanos que participaron en una convocatoria abierta para contar historias sobre la calle.

Casas Vacías (Fragmento)

Daniel desapareció tres meses, dos días, ocho horas después de su cumpleaños. Tenía tres años. Era mi hijo. La última vez que lo vi estaba entre el subibaja y la resbaladilla del parque al que lo llevaba por las tardes. No recuerdo más. O sí: estaba triste porque Vladimir me avisaba que se iba porque no quería abaratar todo. Abaratar todo, como cuando algo que vale mucho se vende por dos pesos. Esa era yo cuando perdí a mi hijo, la que de vez en cuando, entre un conjunto de semanas y otras, se despedía de un amante esquivo que le ofrecía gangas sexuales como si fueran regalos porque él necesitaba aligerar su marcha. La compradora estafada. La estafa de madre. La que no vio.

***

Vi poco. ¿Qué vi? Busco entre el urdimbre de recuerdos visuales cada detalle de los hilos conductores que me lleven, al menos un segundo, a saber en qué momento. ¿En qué momento? ¿Cuál? No volví a ver a Daniel. ¿En qué momento, en qué instante, entre qué gritito de un cuerpo de tres años contenido, él se fue? ¿Qué fue lo que pasó? Vi poco. Y aunque caminé entre la gente gritando su nombre repetidas veces, el oído se me volvió sordo. ¿Pasaron carros?, ¿había más gente?, ¿cuál?, ¿quién? No volví a ver a mi hijo de tres años. Nagore salía hasta las dos de la tarde pero no la recogí. Nunca le pregunté cómo es que ese día volvió a casa. De hecho, nunca hablamos de si alguien ese día volvió o es que acaso en los catorce kilos de mi hijo nos fuimos todos y nunca más volvimos. No hay fotografía mental que a la fecha me dé respuesta. Después, la espera: yo recostada en una sucia silla del ministerio público de la que Fran me recogió después. Ambos esperamos, aún seguimos esperando en esa silla, aunque estemos físicamente en otro lado.

***

No pocas veces deseé que estuvieran muertos. Me miraba en el espejo del baño e imaginaba que me veía llorándoles. Pero no lloraba, me contenía las lágrimas y volvía a ponerme ecuánime por si no lo había hecho bien la primera vez. Así que me acomodaba de nuevo frente al espejo y preguntaba: ¿Que se ha muerto? ¿Pero cómo que se ha muerto? ¿Quién se ha muerto? ¿Los dos al mismo tiempo? ¿Estaban juntos? ¿Se han muerto, muerto, o es esto una fantasía para llorar? ¿Quién eres tú que me avisa que se han muerto? ¿Quién, cuál de los dos? Y era yo la única respuesta frente al espejo repitiendo: ¿quién murió? ¡Qué alguien haya muerto por favor para no sentir este vacío! Y ante el eco silente, me contestaba que los dos: Daniel y Vladimir. Los perdí al mismo tiempo y los dos, en algún lugar del mundo, sin mí, seguían vivos.

***

Te imaginas todo menos que un día vas a despertar con la pesadez de un desaparecido. ¿Qué es un desaparecido? Es un fantasma que te persigue como si fuera parte de una
esquizofrenia.

***

Aunque no pretendía ser una de esas mujeres que la gente mira por la calle con lástima, muchas veces regresé al parque, casi todos los días de todos los días para ser exacta. Me sentaba en la misma banca y rememoraba mis movimientos: teléfono en la mano, cabellos sobre la cara, dos o tres mosquitos persiguiéndome para picarme. Daniel con uno, dos, tres pasos y su risa boba. Dos, tres, cuatro pasos. Bajé la vista. Dos, tres, cuatro, cinco pasos. Ahí. Alcé la vista hacia él. Lo veo y vuelvo al teléfono. Dos, tres, cinco, siete. Ninguno. Se cae. Se levanta. Yo con Vladimir en el estómago. Dos, tres, cinco, siete, ocho, nueve pasos. Y yo detrás de cada pisada todos los días: dos, tres, cuatro… Y sólo cuando Nagore me clavaba su vista avergonzada porque ya estaba yo, entre el subibaja y la resbaladilla, entorpeciendo el paso de los niños, es que yo entendía todo: era de esas mujeres que la gente mira por la calle con lástima y miedo. Otras veces, lo buscaba en silencio sentada desde la banca y Nagore, a mi lado, cruzaba sus piernitas y se quedaba muda, como si su voz fuera culpable de algo, como si supiera de antemano que la odiaba. Nagore era el espejo de mi fealdad. ¿Por qué no desapareciste tú? Le dije aquella vez a Nagore, cuando me llamó desde la regadera para pedirme que le alcanzara la toalla que no bajó del estante del baño. Ella me miró con sus ojos azules, muy sorprendida de que se lo hubiera dicho a la cara. La abracé casi inmediatamente y la besé repetidas veces. Le toqué el cabello mojado que me mojaba la cara y los brazos y la tapé con la toalla y la estrujé contra mi cuerpo y nos pusimos a llorar. ¿Por qué no desapareció ella? ¿Por qué es que fue sacrificada y no dio recompensa a cambio? Debí ser yo, me dijo tiempo después cuando fui a dejarla a la escuela y la vi alejarse entre sus compañeritos de clase y no quise volver a verla. Sí debió ser ella, pero no lo fue. Todos los días de su niñez, regresó a mi casa.

***

Algunas veces, Fran me llamaba por teléfono para recordarme que tenía mos otra hija. No, Nagore no era mi hija. No. Pero la cuidamos, pero le ofrecimos un hogar, me decía. Nagore no es mi hija. Nagore no es mi hija. (Respira. Prepara comida, tienen que comer). Daniel es mi único hijo, y cuando yo preparaba la comida, él jugaba en el piso con soldaditos y yo le llevaba zanahorias con limón y sal. (Tenía ciento cuarenta y cinco soldados, todos verdes, todos de plástico). Yo le preguntaba a qué jugaba y él con sus fonemas ininteligibles me decía que a los soldados y ambos escuchábamos los pasos que los llevaban a la gran marcha. (El aceite arde, la pasta se quema. El agua no está en la licuadora). Nagore no es mi hija. Daniel ya no juega a los soldados. ¡Viva la guerra! Entonces, muchas veces me llamaban de la escuela de Nagore y me recordaban que ella me esperaba y que tenían que cerrar la escuela. Lo siento, les decía aunque el: Es que Nagore no es mi hija se me quedaba en la lengua y colgaba ofendida de que me reclamaran la maternidad no pedida y en un llanto que no aparecía pero que se manifestaba en un sofoco abierto yo imploraba que quería ser Daniel y perderme con él, pero lo que en realidad sucedía era que se me iba la tarde hasta que Fran volvía a llamar para recordarme que tenía que atender a Nagore porque también era mi hija.

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Autor Lado B
Ámbar Barrera
Periodista, comunicóloga, fotógrafa, feminista y amante del arte.
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