Lado B
Año nuevo, incertidumbre y agencia
Así como la nieve, el año que recién inicia no quiere aún decir nada. Es solamente una pregunta o una multiplicidad de preguntas, una especie de tormenta que deja caer millones de signos de interrogación sobre el mundo
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
08 de enero, 2018
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Tomada de quo.es/

Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“La nieve no quiere decir nada: Es sólo una pregunta que
deja caer millones de signos de interrogación sobre el
mundo”.

José Emilio Pacheco. Noche y nieve.

Así como la nieve, el año que recién inicia no quiere aún decir nada. Es solamente una pregunta o una multiplicidad de preguntas, una especie de tormenta que deja caer millones de signos de interrogación sobre el mundo.

Como un libro en blanco que está esperando la historia que irá llenando sus páginas poco a poco, con episodios alegres y tristes, con hechos para celebrar y para lamentar, con personajes que continúan desarrollando sus vidas entrelazadas y personajes que se incorporan o desaparecen de la escena por diversas circunstancias y en diferentes momentos, el año que comienza está todavía abierto a lo que el azar y nuestras decisiones y acciones individuales y colectivas irán construyendo para bien o para mal.

Porque si bien el curso de estos días inéditos del 2018 no podrá desarrollarse al margen de los procesos que se vienen sucediendo en nuestro mundo y en nuestro país desde hace años, décadas, siglos, puesto que existe sin duda una continuidad en el caminar de cada vida y de todas las vidas tejidas en red que van conformando la historia de la humanidad, también es cierto que el futuro no está predeterminado por el pasado, ni tiene por qué ser un resultado o efecto lineal de las causas que vienen del pasado.

No habría historia sin libertad humana, no habría mucho que contar si el tiempo transcurriera conforme a un guión preestablecido y las vidas de todos estuvieran sujetas inevitablemente a un destino previamente escrito.

El futuro se llama incertidumbre dice acertadamente Edgar Morin y en su libro Los siete saberes necesarios para la educación del futuro plantea que en el proceso formativo de este siglo uno de esos saberes fundamentales tiene que ser el de “enseñar a vivir en la incertidumbre”.

Este saber implica un cambio que no es programático sino paradigmático para los sistemas educativos que históricamente se han centrado en la transmisión de certezas, en la enseñanza de saberes incuestionables, en la comunicación de conocimientos y valores universales y eternos que simplemente hay que memorizar, repetir, practicar, aplicar y vivir.

Este cambio de paradigma educativo es muy profundo y sin duda llevará varias generaciones porque conlleva una transformación radical en la manera en que entendemos el mundo. Porque en la educación tradicional se parte de la certeza, de la visión del mundo como un conjunto ordenado –cosmos- de objetos que tienen ya un significado, que siguiendo el poema de Pacheco, ya dicen algo a los seres humanos, tienen ya un mensaje inscrito que solamente necesitamos leer, interpretar o descifrar.

La transformación no va en el sentido en que el mundo líquido o posmoderno de hoy entiende la realidad en un efecto pendular de reacción a esta visión tradicional determinista y falsamente objetivista de la educación tradicional. Enseñar a vivir en la incertidumbre no implica asumir al mundo como desorden total –caos- en oposición a la anterior perspectiva del orden total, sino pasar de una visión simplificadora a una visión compleja en la que se entiende al mundo como una mezcla en tensión de caos y cosmos, un caosmos que tiene una parte por descubrir y otra por construir.

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Esta visión compleja se traduce en una manera de entender la vida humana individual y social y la vida de la humanidad como sujeto colectivo del devenir planetario que asume que la historia y la cultura son fuentes de lo que ocurre en el presente y elementos de probabilidad causante de los acontecimientos futuros pero no son elementos determinantes e ineludibles que prescriban de manera lineal como en una perspectiva mecanicista de causa-efecto, lo que va a ser el porvenir.

El futuro es entonces el resultado complejo de la interacción entre las probabilidades que emergen desde el pasado y el presente, el azar o los elementos aleatorios e impredecibles y las decisiones humanas entretejidas en lo que Morin llama el contexto de la ecología de la acción.

Enseñar a vivir en la incertidumbre significa entonces desarrollar la conciencia histórica y el análisis de los hechos del pasado, formar el espíritu crítico para ser capaces de leer las circunstancias del presente, desarrollar un sentido ético para la toma de decisiones conscientes y responsables y facilitar la apertura a todos esos signos de interrogación que como la nieve del poema, deja caer sobre el mundo la gran pregunta sobre el sentido de la existencia individual y de la presencia de la humanidad en el planeta.

Cultivar este saber implica también asumir al ser humano como producto y ala vez productor de la historia, como sujeto libre y capaz de incidir –de manera lmitada y humilde pero real- en el curso de los acontecimientos que constituyen el drama de la humanidad, siempre en proceso de escribirse, siempre abierto a cambios y transformaciones.

Se habla mucho hoy en el campo educativo de la agencia y este es, desde mi punto de vista el sentido profundo de lo que significa este término: desarrollar agencia en los educandos es precisamente formar en ellos la consciencia de su ser actores de la historia y no simples objetos pasivos del mercado.

Para enseñar a vivir en la incertidumbre, para desarrollar en los educandos la capacidad de agencia resulta indispensable que los educadores aprendamos a vivir en la incertidumbre –porque fuimos educados en el mundo de las certezas- y nos convirtamos en agentes activos del proceso educativo –porque muchas veces nos vemos y somos tratados por el sistema como meros ejecutores de planes y programas pensados desde un escritorio muy lejano a la escuela-.

Así como la nieve, el año que recién inicia no quiere aún decir nada. Es solamente una pregunta o una multiplicidad de preguntas, una especie de tormenta que deja caer millones de signos de interrogación sobre el mundo. El año que iniciamos está pidiéndonos enfrentar la incertidumbre económica, política, social, cultural y llega como ese alud de signos de interrogación que esperan las respuestas que nosotros como agentes activos seamos capaces de construir de manera colaborativa y las nuevas preguntas que vayan surgiendo en nosotros en el camino.

Con esta entrega reiniciamos nuestra Educación personalizante del nuevo año. Deseo a mis cinco lectores y a todos los educadores y educandos del país, que seamos capaces de abrirnos a la incertidumbre y responder como agentes responsables y comprometidos a los enormes retos que nos depara el futuro inmediato.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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