Parecería ocioso imaginar el posible escenario que se presentará este año en lo tocante a la elección presidencial; sin embargo, hacer un ejercicio de prospectiva bien puede proporcionar elementos suficientes para formarse una opinión, tomar postura y, en última instancia, votar por la que se considere la mejor opción.
En este sentido, es preciso contar primero con elementos suficientes, certezas se diría, para poder imaginar aquello que pudiera venir, lo ‘necesario de darse’ en términos del filósofo alemán Hegel. Esto es, que dadas ciertas condiciones se pueden hacer inferencias de aquello que tiene más probabilidades de ocurrir.
Vayan pues las certezas:
Primera, el sistema político mexicano cursa una severa crisis, caracterizada por: la persistencia de todo un entramado de complicidades, acuerdos de impunidad, pactos de sucesión y protección sostenidos por grupos políticos y económicos que se niegan a dejar el poder y dar paso a nuevos proyectos de país, a nuevos actores, a formas diferentes de hacer política; la ausencia de credibilidad y legitimidad de quien gobierna, sin importar el nivel en que lo haga.
La falta de representación de los partidos políticos, que convertidos en partidocracia se niegan a dar paso a la ciudadanía; por el arribo en el peor momento de la peor clase política, lo cual se traduce en la falta de personas preparadas, experimentadas y comprometidas con la búsqueda de soluciones a los graves problemas por los que atraviesa México.
Se suma la escasez de gobernantes con tamaño de estadistas, capaces de leer el momento histórico, y cuya pequeñez los constriñe a ver sólo por sus intereses personales y de grupo; riesgos de ingobernabilidad provocados por la ineptitud, la corrupción, la falta de miras, la inexistencia de compromiso social y la necedad de quienes gobiernan al suponer que no existen soluciones mejores.
Segunda, el abandono de quien gobierna, a todos los niveles, de aquellas obligaciones que dan sentido a su existencia, comenzando por la seguridad física y patrimonial de una población que se debate entre salarios de hambre, malos servicios, empleos precarios, desempleo, falta de oportunidades, desapariciones, asesinatos, violencias múltiples y la incertidumbre ante un futuro nada halagüeño.
Tercera, una Presidencia fallida en la que las acusaciones de corrupción y tráfico de influencias han opacado 11 reformas estructurales, que de cualquier modo no han dado los resultados prometidos.
Cuarta, el hecho de que las élites económicas y políticas, que han logrado mantenerse a lo largo de décadas al frente del país, no están dispuestas a ceder el poder a quien encabece un proyecto diferente que ponga en riesgo sus pactos, privilegios y beneficios, presentes y futuros.
Quinta, la existencia de un dispositivo de poder que supone, según Foucault, la interrelación entre una serie de elementos como los discursos producidos desde el poder político y los medios de comunicación; una multitud de recursos materiales y simbólicos dedicados a cerrar el paso a otro tipo de gobernantes, ciudadanas y ciudadanos; la labor que se hace en grandes grupos de la población que, por tradición, conveniencia, ignorancia, temor o falta de información, son proclives a dar su voto a quien mejor ‘paga’ o a quien promete más.
Se agrega toda la parafernalia electoral que incluye exitosas campañas ‘negras’ capaces de sembrar el temor en una población que no distingue información de propaganda; una socialización política que no propicia la aparición de una ciudadanía más formada e informada, sino que busca que todo se mantenga como está y que sólo unos miles de personas entiendan lo que se juega en cada elección, sin poner en riesgo a un régimen que hace agua por todos lados; las concertacesiones que han tratado de construir un sistema político bi-partidista de derecha, donde cierto tipo de izquierda no tiene cabida, sólo aquella que se acomoda a los intereses de los dos partidos que se han sentado en la silla presidencial. Entre otras cosas.
Sexta, la existencia de un pequeño número de ciudadanos y ciudadanas conscientes de sus derechos políticos, sociales, económicos y culturales, dispuestos a defenderlos, contra millones de personas que, a pesar de sufrir las consecuencias de modelos políticos y económicos fallidos, no tienen los elementos necesarios para identificar y enfrentar a los responsables directos de tales modelos.
Éstas son las certezas más claras y aunque no son las únicas permiten prever el escenario que con seguridad se presentará durante las elecciones presidenciales de 2018 y que puede puntualizarse como sigue:
Queda aquí este ejercicio de prospectiva.
*La Dra. Ivonne Acuña Murillo es académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana