De los 112 municipios golpeados por el temblor en Puebla, 47 tienen un grado alto o muy alto de marginación, lo que representa el 42%. Sólo tres de esos municipios tienen niveles de marginación muy bajos: Puebla, Cuautlancingo y San Miguel Xoxtla, de acuerdo con datos obtenidos por TECHO.
TECHO, una organización que transforma los asentamientos informales para superar la pobreza urbana, revisó la relación entre municipios y afectaciones -con base en cifras de Inegi y Conapo y la información directa de autoridades–, y encontró que en 36% de los lugares con daños moderados y altos hay un grado de marginación alta o muy alta.
Es decir que el sismo del 19 de septiembre impactó sobre todo en municipios donde de por sí había una situación de abandono y pobreza.
La información recabada por TECHO da cuenta de 12 municipios y 21 comunidades donde los graves daños van de la mano con los niveles de marginación.
Aquixtla, Atlixco, Chiautla de Tapia, Chietla, Coatzingo, Cohetzala, Cuayuca de Andrade, Ixcamilpa de Guerrero, Izúcar de Matamoros, Jolalpan, Tlapanalá y Tochimilco son los lugares donde el temblor hizo más estragos y donde ya se tenían identificadas condiciones difíciles en cuanto al acceso a servicios y desarrollo.
En cuanto a las comunidades donde la marginación es alta y el daño moderado, la revisión de TECHO identificó 13 municipios con 14 localidades.
De las comunidades mapeadas, las más golpeadas son las de marginación alta: 23 tienen daño alto, 14 daño moderado y sólo 12 daño bajo. De ahí otras cinco son de marginación muy alta, y las de marginación media son 15.
El Consejo Nacional de Población (Conapo) define la marginación como una condición que reúne carencias de oportunidades sociales, la falta o dificultades para generar acceso a las mismas, de la mano de la falta de accesibilidad a bienes y servicios.
Algunas de las características que toma en cuenta el índice de marginación en cuanto a vivienda es el acceso a energía eléctrica, agua entubada, servicios sanitarios, drenaje, y hacinamiento. Esta última condición reduce la privacidad de las personas, teniendo como consecuencia espacios inadecuadas para actividades íntimas, de estudio y esparcimiento que limitan su desarrollo pleno.
El hacinamiento es la condición que más se acentuó con el temblor. Después del restablecimiento de servicios de comunicación y transporte, las personas tuvieron que buscar dónde vivir debido al riesgo que significan las enormes grietas de sus casas, el derrumbe de estas o la falta de techos.
Por ejemplo en Cuayuca de Andrade, familias enteras que antes habitaban en tres cuartos ahora lo hacen en uno: desde los abuelos hasta los nietos, el temblor hizo que tuvieran que compartir espacio para dormir.
En la cabecera de Cuayuca la familia Olmedo pasó de vivir en una casa de cuartos amplios de techos altos, a medio acomodarse en un cuarto y el patio. Seis días después del sismo nadie había revisado su vivienda y las camas estaban en un pequeño patio techado, tratando de sobrevivir a la lluvia.
En otro lugares como San Lucas Tulcingo, en Atzitzihuacán, lo mismo pasó con familias cuyas casas quedaron inhabitables. Entre sacar los escombros y cubrirse de la lluvia, la gente se mudó temporalmente a casas de familiares, donde no caben bien, o acondicionaron pequeños cuartos y bodegas para vivir.
Sin embargo, todavía es difícil conocer la magnitud de los estragos del sismo y sobre todo el impacto en las condiciones de la vida diaria de los habitantes. A más de una semana todavía no hay datos oficiales ni actualizados de los daños reales en todos los municipios.
El censo que están haciendo las autoridades, encabezadas por la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), terminará hasta el 8 de octubre.