Lado B
El Bien, el Mal y la oportunidad ante la tragedia
El 19s de 2017 el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo, otra vez, como en aquel 1985, a punto de tragárselo para acabar con la disputa injusta que han librado a lo largo de la historia
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
26 de septiembre, 2017
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Martín López Calva.

Un día el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo a punto de tragárselo para acabar de una buena vez con aquella disputa ridícula; pero al verlo tan chico el Mal pensó:
«Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo ahora me trago al Bien, que se ve tan débil, la gente va a pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de vergüenza que el Bien no despreciará la oportunidad y me tragará a mí, con la diferencia de que entonces la gente pensará que él si hizo bien, pues es difícil sacarla de sus moldes mentales consistentes en que lo que hace el Bien está bien y lo que hace el Mal está mal.»
Y así el Bien se salvó una vez más.
Augusto Monterroso. Monólogo del Mal

El martes 19 de septiembre de 2017 el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo, otra vez, como en aquélla mañana histórica del mismo día en el año de 1985 –tan lejano y tan presente siempre- a punto de tragárselo para acabar de una buena vez con la disputa desigual, injusta, dolorosa que han librado a lo largo de la historia humana.

La tierra se agitó de nuevo con una furia que jamás habíamos sentido muchos en toda nuestra vida, a pesar de vivir en una zona sísmica y de ser sobrevivientes de muchos sismos de distintas magnitudes. La tierra se agitó durante unas decenas de segundos que para nuestro miedo a la muerte fueron como varios siglos de lenta agonía.

Esta tierra maravillosa y cruel en que vivimos se nos mostró nuevamente como un ser vivo que de vez en vez en su vida milenaria se reacomoda para seguirnos sosteniendo. Muchos como yo, volvimos a salvarnos de esta cita con la muerte, tal vez por impuntualidad como dice Villoro en su magnífico poema surgido de la experiencia del martes de la semana pasada. Pero un buen número de personas sí tuvieron que asistir a la cita y no pueden estar ahora contándolo. Son ya casi doscientas cincuenta y el número sigue subiendo mientras continúa la remoción de escombros de varios edificios, sobre todo en la Ciudad de México.

El Bien que está tan débil en este país dominado por el Mal estructural y cultural que se viste de violencia criminal, de corrupción e impunidad política, de ola de feminicidios, de injusticia ancestral, de exclusión intolerante, de incomprensión galopante, de polarización social y de tantas otras formas que han ido acorralando al Bien, haciéndolo pequeño, casi imperceptible, podemos decir que prescindible y cada vez menos deseable.

Tal vez por eso el Mal no quiso tragarse al Bien de una vez por todas, porque temió que fuera una emboscada para quedar mal y ser despreciado por todos. Y sin embargo, contra todo pronóstico el Bien resurgió y se fue haciendo grande, creciéndose ante la tragedia, agigantándose ante nuestros ojos sorprendidos e incrédulos porque lo hacíamos moribundo en estos tiempos de decadencia.

El Bien empezó a alimentarse de voluntarios que dirigían el tráfico en estas calles de Puebla que enfrentaban el caos producto del terror de todos ante lo que se acababa de vivir, del deseo de todos por regresar a casa –cualquier cosa que esto signifique- de abrazar a los seres queridos, de contar que sobrevivimos, que otra vez llegamos tarde:

“Otra vez llegaste tarde:
estás vivo por impuntual,
por no asistir a la cita que
a las 13:14 te había
dado la muerte,
treinta y dos años después
de la otra cita, a la que
tampoco llegaste
a tiempo….”
Juan Villoro. El puño en alto
 

Y el Bien fue nutriéndose de ciudadanos que llegaron a los edificios derrumbados y empezaron a organizarse para buscar sobrevivientes, para levantar escombros y piedra a piedra ir derribando los obstáculos para llegar a los que estaban atrapados entre las ruinas.

Y el Bien siguió creciendo con los que abrieron centros de acopio y los que llenaron estos centros de acopio con víveres, herramientas, cobertores, buenas vibras, oraciones y acciones para paliar el dolor de los que estaban sufriendo. Haciendo crecer la semilla de quienes dieron la vida por salvar a otros en medio del terremoto, los jóvenes que decidieron que no caben en la etiqueta –injusta y reduccionista- de Millenials que para muchos significa indiferentes, faltos de ideales, incapaces de compromiso y empezaron a hacer crecer el Bien hasta hacerlo parecer invencible.

«La cosas no son tan simples, pensaba aquella tarde el Bien, como creen
algunos niños y la mayoría de los adultos.
Todos saben que en ciertas ocasiones yo me oculto detrás del Mal,
como cuando te enfermas y no puedes tomar un avión y el avión se cae y no
se salva ni Dios; y que a veces, por lo contrario, el Mal se esconde detrás
de mí, como aquel día en que el hipócrita Abel se hizo matar por su hermano
Caín para que éste quedara mal con todo el mundo y no pudiera reponerse
jamás.
La cosas no son tan simples».
Augusto Monterroso. Monólogo del bien

Pero desgraciadamente las cosas no son tan simples, porque como afirma Lonergan el Bien no está separado del Mal y al mismo tiempo que el Bien crecía por el ejercicio de la solidaridad y la colaboración social, el Mal seguía empeñado en la batalla porque no es tan fácil vencerlo.

Y en el mismo momento en que los ciudadanos dirigían el tránsito caótico había delincuentes asaltando vehículos y peatones, en el mismo tiempo en que empezaban los voluntarios a reunirse y a levantar escombros iniciaban actos de saqueo en edificios colapsados, de la misma forma que había gente trabajando día y noche sin descanso iniciaban los actos de “turismo de la tragedia” con personas llevando cualquier cosa para tomarse una selfie y publicarla en Facebook para mostrar su enorme bondad, de gente manejando a los pueblos afectados con niños pequeños como si se tratara de ir a presenciar un espectáculo.

Y al mismo tiempo que el Bien crecía con todos los soldados, los marinos, los policías, los ciudadanos, los jóvenes, las mujeres que se partían el cuerpo y el alma para tratar de salvar a otros sin buscar ninguna recompensa, llegaban los gobernantes a tomarse la foto, a posar como si ayudaran, a estar diez minutos y dejar luego abandonadas nuevamente a su suerte a todas las comunidades.

De la misma manera en que el Bien crecía, el Mal seguía empeñado en su lucha vestido de burocracia que pide sellos y oficios para hacer más lento cualquier deseo de ayudar o de tratar de volver a la normalidad, disfrazado de políticos que confiscan –roban- la ayuda que otros han recolectado para ofrecerla como dádiva de su gobierno, maquillado como líderes partidistas o congresistas que hablan ante los medios haciendo propuestas demagógicas de disminuir o cancelar el financiamiento a los partidos políticos o “donar” sus prerrogativas de campaña para ganar votos en el momento en que eso es lo menos relevante.

¿Cómo hacer para que el Bien gane la batalla?

El Bien ganará la batalla en este país que tanto lo necesita cuando la solidaridad organizada que se ha manifestado ante la tragedia pueda volverse una forma de proceder sistemática y constante, el resultado de la aprehensión del valor de lo comunitario por parte de todos en vez de una reacción temporal de la sensibilidad herida por la tragedia.

El Bien vencerá cuando los actos de compromiso y apoyo a los que más lo necesitan se conviertan en instituciones sociales permanentes que generen una fuerza inteligente hacia el bien común más allá de actos heroicos aislados que si bien son dignos de admiración y aplauso en estos momentos se apagan y se vuelven anécdotas si no se organizan y se instituyen.

El Bien podrá ganar esta lucha cuando los educadores seamos capaces de revertir la aberración de nuestra cultura y podamos volver a enseñar a nuestros alumnos, futuros ciudadanos, que “lo que hace el Bien está bien y lo que hace el Mal está mal” y que ninguna acción hacia el Mal está justificada o es simplemente una travesura de chamacos o una minúscula revancha frente al poder corrupto y abusivo.

El Bien podrá ganar terreno y vencer al Mal en las batallas cotidianas que nunca pueden ser la victoria definitiva, en la medida en que seamos capaces de exaltar, valorar, honrar y mantener viva la colaboración desinteresada e inteligente y responsable entre las instituciones del Estado y los individuos y organizaciones sociales a partir de la clara convicción de que “las cosas no son tan simples”.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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