Lado B
Educación: objetivo y oportunidad
La trinchera de la escuela y la universidad es uno de los espacios fundamentales donde se puede y se debe iniciar la construcción de una nueva sociedad
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
18 de julio, 2017
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Foto: Diego Simón Sánchez /Cuartoscuro.com

Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“La educación es un objetivo, pero también supone una oportunidad. Cuando la sociedad adopta un compromiso con la educación, se compromete también con su propia estabilidad futura, no sólo en el aspecto económico sino también en lo relacionado con la búsqueda de la materialización de sus objetivos políticos. La educación será, pues, uno de los principales terrenos en que tendrá lugar la conformación de una simpatía políticamente apropiada, y en los que se desalentará la adopción de formas inapropiadas de odio, asco y vergüenza”.

Martha Nussbaum. Emociones políticas, p. 154.

Vivimos en un país en el que aunque la mayoría no parezca darse cuenta, está librándose una lucha intensa y cruenta entre una democracia que sigue empeñada en nacer –con retraso y muchas dificultades- y un sistema autoritario que sigue tercamente dando patadas de ahogado para no morir.

El Sistema nacional anticorrupción es un ejemplo, una trinchera en la que se está viviendo esta batalla en la que, por una parte, la sociedad civil organizada sigue empujando iniciativas para combatir las ancestrales barreras inoculadas en los genes de todos los ciudadanos que nacimos y hemos crecido en el sistema de prebendas y complicidades que constituyen las formas estructurales de funcionamiento del viejo sistema, caracterizado sabiamente por Octavio Paz como el ogro filantrópico y por el otro lado, las fuerzas políticas que siguen beneficiándose de la impunidad que este sistema les garantiza, se empeñan en descalificar y obstaculizar usando todos sus recursos tanto en el poder legislativo como en los medios de comunicación.

De la misma manera que en este caso emblemático hoy, se siguen manifestando batallas campales entre las fuerzas orientadas hacia el progreso y las que representan la decadencia en otros ámbitos como el electoral, el de la transparencia, el de justicia penal y muchos otros.

Vivimos hoy un momento especialmente crítico en el que se está jugando el futuro de nuestra patria en procesos que requieren una visión de largo aliento pero se están definiendo en perspectivas miopes y cortoplacistas que no tienen otro horizonte más allá del 2018, de la contienda por la presidencia de la república y de la búsqueda de posiciones y acomodos personales, grupales y partidistas.

El escenario es aún más complicado porque no hemos sido capaces como sociedad de generar las emociones políticas indispensables para construir una auténtica sociedad democrática, de construir sentimientos de simpatía políticamente apropiada con aquéllas ideas, causas y procesos que apuntan hacia el horizonte democrático y justo al que decimos aspirar. No hemos podido desalentar las emociones de odio, asco y vergüenza que desafortunadamente parecen seguir gobernando las grandes decisiones que se toman desde el poder y las orientaciones fundamentales que se viven en el colectivo social.

En este escenario, la apuesta por la educación se hace cada día más urgente. Porque como afirma Martha Nussbaum, la educación además de un objetivo, es una auténtica oportunidad, la oportunidad de construir una nueva cultura, un nuevo horizonte de significados y valores en las generaciones que guiarán en el futuro esta sociedad que hoy parece no tener salida.

Dividida por la enorme polarización política y social, desintegrada por la violencia y la desconfianza en la posibilidad de convivir pacífica y constructivamente, la sociedad mexicana tiene pendiente aún la adopción de un compromiso real y efectivo con la educación, que significaría, según la filósofa estadounidense, el compromiso con su estabilidad futura, no solamente en el aspecto económico sino también, fundamentalmente, en la materialización de sus objetivos políticos, en la concreción operativa de las aspiraciones de todos los mexicanos que desean vivir en un país democrático, justo, equitativo y pacífico.

[pull_quote_right]La trinchera de la escuela y la universidad es uno de los espacios fundamentales donde se puede y se debe iniciar la construcción de una nueva sociedad. Esta construcción no solamente depende –incluso se diría que no depende principalmente- de la enseñanza de ciertas ideas, conceptos o teorías políticas en las nuevas generaciones sino, mayormente, de la formación emocional de los futuros ciudadanos.[/pull_quote_right]

Este compromiso no es la adhesión acrítica a la reforma educativa propuesta en este sexenio por el gobierno federal y avalada por todos los partidos políticos en el congreso, pero tampoco significa el rechazo a todo lo que esta reforma propone y la oposición ciega y fanática a la construcción de un sistema educativo de más alta complejidad centrado en una verdadera autonomía de cada escuela, en el que el mérito docente y no las componendas políticas sean los criterios para la selección y promoción de los docentes y directivos.

El compromiso real con la educación implica el apoyo colectivo a todo aquello que implique transformaciones positivas que dejen atrás el viejo sistema corporativista que regía la vida escolar desde objetivos político-partidistas y no pedagógico-sociales pero trasciende los planteamientos de esta reforma educativa que tiene sin duda muchos elementos a mejorar y muchas dimensiones que necesitan llevarse a la práctica desde nuevos esquemas que rompan con los modos de proceder establecidos.

¿De qué manera podemos hacer realidad una apuesta seria, sistemática, socialmente pertinente y lo más alejada posible de intereses político partidistas, por la educación como palanca de transformación del país hacia la sociedad democrática a la que aspiramos?

Esta debería ser la pregunta que todos los actores que tenemos algo que ver con el sistema educativo nacional nos deberíamos estar haciendo, en vez de estar anticipando la muerte de una reforma educativa que se mira en términos meramente sexenales –haciendo el juego al viejo sistema- y se concibe como una parte del supuesto complot que ciertos grupos privatizadores orquestaron para acabar con la educación pública de nuestro país.

Porque si miramos más allá de las filias y fobias que suscita el gobierno actual –mucho más fobias sin duda, para quienes tenemos una mirada desinteresada y estamos padeciendo la corrupción, la violencia y la impunidad cotidianamente- y somos capaces de analizar los cambios que están planteándose en el sistema educativo a partir de la creación el INEE como organismo autónomo del Estado, del Servicio profesional docente y de Nuevo modelo educativo con los planes y programas de estudio que acaban de publicarse, desde la clave de esta batalla que se está librando entre un país que quiere acabar de nacer y otro que se resiste a morir, podríamos y deberíamos encontrar en estos cambios, los elementos que hay que impulsar hasta sus últimas consecuencias para lograr que la educación se vuelva el motor del cambio social que requerimos, en lugar de obstaculizar las transformaciones haciendo el juego a una realidad educativa que responde al viejo sistema que requerimos con urgencia dejar atrás.

Son muchos los retos educativos que hay que enfrentar en una sociedad que como muestra tristemente el estudio que acaba de publicar el INEGI, sigue padeciendo el racismo y la exclusión.

Existen múltiples desafíos educativos en un contexto en el que prevalecen aún condiciones de infraestructura y de profesionalización docente y directiva muy deficientes.

La trinchera de la escuela y la universidad es uno de los espacios fundamentales donde se puede y se debe iniciar la construcción de una nueva sociedad. Esta construcción no solamente depende –incluso se diría que no depende principalmente- de la enseñanza de ciertas ideas, conceptos o teorías políticas en las nuevas generaciones sino, mayormente, de la formación emocional de los futuros ciudadanos.

Una formación emocional en la que se genere una simpatía políticamente apropiada, una simpatía hacia los demás, sobre todo hacia los menos favorecidos por esta sociedad excluyente y desigual y un combate frontal al odio, al asco y a la vergüenza hacia todos los que son diferentes.

Asumir con responsabilidad el objetivo de la educación y aprovechar con convicción democrática la oportunidad histórica de apostar por un cambio real en el sistema educativo nacional que genere una escuela en la que se formen los sentimientos de solidaridad y compromiso con la justicia indispensables para construir la democracia que deseamos, son las tareas que deberíamos asumir todos los que tenemos alguna influencia directa en lo que sucede en las escuelas y universidades y contribuir a que se contagie en todos los sectores de la sociedad.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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