Lado B
Formación ciudadana para un patriotismo reformado
Vivimos en un país que atraviesa por una de las más profundas crisis de su historia.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
07 de junio, 2017
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Herder comenzaba su argumentación diciendo que si el patriotismo es una actitud dirigida hacia una entidad llamada “patria” (de Páter, “padre”), tendríamos que empezar por determinar qué es lo que nos resulta verdaderamente valioso de la relación paterno-filial. Si nos hacemos seriamente esa pregunta, sostenía él, veremos que lo que queremos es que ese amor de un hijo por un padre contenga, entre otras cosas, una aspiración a un mérito genuino, pero también un amor por la paz, pues todos recordamos con la mayor añoranza y cariño los pacíficos tiempos de nuestra infancia. Además, si algo nos encantó de aquella época infantil, fueron los “juegos de juventud”: por lo tanto, el nuevo patriotismo debería ser lúdico al mismo tiempo. Pero por encima de todo, jamás debería relacionarse con la sed de sangre y venganza…”

Martha Nussbaum, Emociones políticas, pp. 65-66.

 

[dropcap]V[/dropcap]ivimos en un país que atraviesa por una de las más profundas crisis de su historia. No se trata de una crisis solamente económica como en algunas etapas del pasado reciente, ni de una crisis que se circunscriba en el terreno de la política partidista como parece a veces plantearse en los análisis de la comentocracia y en los debates que dominan las redes sociales. Se trata sin duda de una crisis de todo el tejido social, de una enorme crisis de ciudadanía.

Más allá de nuestro país, el mundo globalizado vive también un período de crisis que se caracteriza por la tensión entre el todavía lejano alumbramiento de una ciudadanía planetaria basada en la unidiversidad humana y las tendencias que buscan el retorno al pasado de las ciudadanías locales que sustentan su identidad en la exclusión de los diferentes.

Estamos pues ante una crisis de ciudadanía que marca este tiempo líquido, que muchos consideran un cambio de época y otros más conciben como un período de decadencia y crisis civilizatoria aparentemente sin salida.

Ante esta profunda crisis, la educación se plantea con cada vez mayor fuerza la necesidad de trabajar de manera sistemática en la dimensión de la formación ciudadana que se enmarca en la educación moral, con énfasis en uno de los cuatro grandes pilares de la educación del siglo XXI que planteó la Comisión Delors: aprender a convivir.

Uno de los elementos relevantes en el campo de la formación ciudadana tiene que ver con la educación en un sano patriotismo, en el sentido de identidad que incluye un nacionalismo abierto a la convivencia con los diferentes y articulado con una conciencia de humanidad que incluye a todos.

Este sano patriotismo necesario para una formación ciudadana que esté a la altura de nuestros tiempos requiere de una revisión profunda de nuestras concepciones y significados porque la noción de patria está en crisis debido a que tiene una carga histórica marcada por la guerra, la violencia, la exclusión y “la sed de sangre y de venganza”. Ningún joven acepta hoy una propuesta de formación cívica en la que se le hable de patriotismo desde estos significados que contradicen las aspiraciones de paz y de fraternidad que caracterizan las aspiraciones de los seres humanos de hoy, decepcionados de las grandes ideologías que produjeron muerte y destrucción y cansados de la violencia y la intolerancia que siguen sin poder erradicarse.

Una formación ciudadana planteada desde la visión tradicional de patriotismo sería totalmente contradictoria con otros aspectos de la formación cívica y ética que plantean hoy la equidad, la tolerancia, la inclusión, el respeto a los derechos humanos y la solución pacífica de los conflictos.

Es por ello que resulta muy relevante el planteamiento de la filósofa norteamericana Martha Nussbaum acerca de la construcción de emociones políticas acordes con lo que requiere una sociedad democrática de nuestra época. En su libro, del mismo título desarrolla una tesis muy sólida acerca de la relevancia de la formación de emociones que configuren un perfil ciudadano que aporte a la consolidación de la democracia en el mundo.

Dado que el planteamiento del libro es muy amplio, centraré la reflexión de esta Educación personalizante en una parte de la revisión histórica que hace Nussbaum respecto de la enseñanza del patriotismo, que es uno de los elementos que conforman la formación de estas emociones políticas necesarias para mantener viva la democracia.

[pull_quote_right]Estamos pues ante una crisis de ciudadanía que marca este tiempo líquido, que muchos consideran un cambio de época y otros más conciben como un período de decadencia y crisis civilizatoria aparentemente sin salida.[/pull_quote_right]

En este análisis histórico, la pensadora estadounidense revisa la propuesta de Johan Gottfried Herder en su obra “Cartas sobre el futuro de la humanidad”, en la que Herder propone, a finales del siglo XVIII el paso de una visión masculina del patriotismo a  la que ligaba con la sociedad medieval de carácter jerárquico y desigual hacia una perspectiva más bien femenina de lo patriótico que consideraba propia de una nueva sociedad más ligada a las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad que fueron el ideal de la Revolución francesa y los cimientos de las democracias liberales modernas.

Según Nussbaum, Herder plantea que “La gran mujer de la paz”, que para él era la combinación de la justicia universal, el humanitarismo y la razón activa que deberían caracterizar a la nueva sociedad en construcción, debería inculcar en los ciudadanos del futuro siete inclinaciones fundamentales de carácter emocional.

La primera de ellas sería el horror a la guerra, desarrollando la conciencia del enorme dolor y la degeneración moral que todo proceso bélico genera en todos los que la viven. En segundo lugar y relacionada con esta, estaría la tarea de ir extinguiendo paulatinamente el respeto que merece a la gente la “gloria heroica” y la admiración que conlleva hacia personajes como Atila o Gengis Kan a pesar de las atrocidades inhumanas que cometieron en nombre del honor.

La tercera inclinación que propone Herder es el horror a los falsos intereses de Estado, de manera que además de dejar de admirar a los personajes históricos considerados como héroes por haber usado la violencia contra otros seres humanos, tendría que fomentarse una ciudadanía crítica activa que llevara a la desobediencia frente a las formas de autoridad política que incitan a las guerras para promover intereses de poder de ciertos grupos.

En cuarto lugar, la paz enseñaría un amor patriótico depurado de escoria que acabara con el sentimiento de amor hacia la patria derivado de la competencia o el enfrentamiento bélico con otras naciones para formar en un sentimiento de amor y orgullo por la propia nación basado en la belleza, la grandeza, la nobleza y la riqueza que tiene en sí misma y no en comparación con otras.

La quinta inclinación sería la de los sentimientos de justicia hacia otras naciones y la sexta, una predisposición a aplicar principios de equidad en las relaciones comerciales que terminara con los monopolios en determinados campos de la actividad económica y por último, el aprendizaje de los ciudadanos para disfrutar del placer de la actividad útil.

Estas siete grandes inclinaciones constituirían la base del nuevo patriotismo propuesto por Herder, sustentado, como buen proyecto moderno, en “la diosa Razón”, deidad de la paz que tendría que regir este planteamiento de nueva organización social.

Independientemente de las limitaciones de esta visión racionalista y de algunas otras cuestiones propias del momento histórico en que surgió, que la autora señala y busca trascender con su propia propuesta de la enseñanza del patriotismo, resulta muy interesante revisar el planteamiento de Herder como aportación para re-pensar y re-definir nuestra idea de Patria y construir desde ahí propuestas de formación ciudadana plenamente consistentes con el punto de partida de respeto a la dignidad de las personas y a los derechos humanos y la aspiración a la construcción de una sociedad democrática incluyente y abierta al mundo global en el que nos encontramos.

Porque la formación ciudadana es una prioridad en la educación de nuestros tiempos violentos y desmoralizados y el patriotismo es uno de los elementos a trabajar para reconstruir nuestro tejido social, pero sería un error mirar la enseñanza del patriotismo como una recuperación de la visión tradicional y no como una búsqueda de resignificación profunda del concepto de Patria sustentada en el deseo de paz y el compromiso con la inclusión de todos los seres humanos desde la visión que valora la unidad en la diversidad.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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