Lado B
Arte, Educación y regeneración de la cultura[1].
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
09 de mayo, 2017
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable”.

Jorge Luis Borges. Arte poética.

 

[dropcap]E[/dropcap]ste fin de semana fui al teatro. Es algo que disfruto mucho pero que tengo pocas oportunidades de hacer en medio del ajetreo cotidiano y los miles de pendientes que me hacen como dice Morin olvidar la urgencia de lo importante y centrarme en la importancia de lo urgente.

La obra en cuestión no tiene mucha relevancia para los fines de este artículo que he decidido centrar en la enorme importancia que tiene la incorporación y valoración del arte como uno de los vehículos privilegiados de comunicación de significados sobre la vida humana en la formación de nuestras futuras generaciones.

El arte es un medio extraordinariamente poderoso para ir transformando la cultura de impunidad, abuso, egolatría, superficialidad, corrupción, violencia y muerte en que hoy vivimos sumidos en el país y contribuir desde la escuela y la universidad para regenerar ese conjunto de significados y de valores que nos hacen vivir como vivimos. El arte tiene la fuerza para movernos desde lo más profundo de nuestra estructura afectiva y cambiar nuestras concepciones. Por medio de la actividad artística –como creadores o como espectadores- podemos hacer que nuestros niños y jóvenes vuelvan a concebir la dignidad humana como algo fundamental y valoren otra vez la convivencia armónica y el diálogo con los demás como la única forma de construir una vida realmente humana.

Como plantea el filósofo canadiense Bernard Lonergan, los seres humanos vivimos en un mundo mediado por la significación. La significación actúa como un filtro a través del cual se percibe y experimenta, se pregunta, se interpreta y se comprende, se reflexiona y se conoce, se valora y se decide acerca de las situaciones que la vida va presentando a cada persona y a cada grupo social.

Desde la etapa temprana en que un niño accede al lenguaje, inicia esta inmersión en el horizonte de significados en el que se nace y empieza también el proceso de construcción de los propios significados a partir del sello que impone el propio horizonte o realidad histórico-social, al que el pensador francés Edgar Morin llama imprinting cultural.

Según el mismo Lonergan, existen diferentes medios o vehículos a través de los cuales se transmite este conjunto de significados entre los sujetos y desde los adultos hacia las nuevas generaciones. Los principales son: la intersubjetividad, el lenguaje, el arte, los símbolos y las personas en sus vidas y sus hechos.

Como instituciones humanas y formadoras de seres humanos las escuelas y las universidades están también inmersas en un mundo específico de significados y son ellas mismas, ambientes transmisores, reproductores y/o regeneradores de significados.

Nos encontramos hoy en día en lo que algunos autores como Gorostiaga han llamado un cambio de época, es decir, en un período de crisis civilizatoria amplia y profunda que está exigiendo respuestas sistémicas que impliquen cambios radicales y que lleven al sistema mundo que hoy no está respondiendo ya a los problemas vitales de la humanidad, a convertirse en un metasistema que sí sea capaz de lidiar y enfrentar estos problemas.

En este contexto de cambio de época, la educación es un elemento que juega un papel fundamental. Formar a las nuevas generaciones dotándolas de las herramientas o saberes necesarios que se requieren para construir esta reforma profunda de la humanidad en los distintos campos –el conocimiento (las ciencias), la vida (sustentabilidad), la civilización, la ética, el espíritu humano, según plantea el mismo Morin– es una condición indispensable para enfrentar el reto de este momento.[pull_quote_right]En este contexto de cambio de época, la educación es un elemento que juega un papel fundamental. Formar a las nuevas generaciones dotándolas de las herramientas o saberes necesarios que se requieren para construir esta reforma profunda de la humanidad en los distintos campos es una condición indispensable para enfrentar el reto de este momento.[/pull_quote_right]

Para lograrlo se requiere de un profundo cambio en las prácticas educativas, en las estructuras organizacionales de la educación y también de manera muy relevante, en la cultura que se vive en la escuela y la universidad. Si la educación quiere contribuir al cambio de cultura que se vive en la sociedad actual, es indispensable que transforme la propia cultura que predomina en los ambientes educativos y que ya no responde ni tiene la fuerza que se requiere para responder a los desafíos de la sociedad cambiante e inundada de estímulos mediáticos que transmiten significados y valores que más que revertir, refuerzan las formas superficiales, consumistas, violentas y excluyentes de vivir que tanto daño están haciendo a nuestro tejido social.

En esta tarea el arte, como uno de los vehículos de significación fundamentales, juega un papel muy relevante que hasta el momento no ha sido valorado, impulsado y aprovechado cabalmente por el sistema educativo y por cada uno de los educadores.

Es por ello que en la actualidad, el imprinting cultural, el sello de significados y valores que conforman nuestros modos de vida no proviene de la familia o de la escuela sino de los medios electrónicos de comunicación. Por ejemplo, a través de los medios y las redes sociales los niños y jóvenes están expuestos continuamente a manifestaciones artísticas –de buena o mala calidad, pero de gran impacto- que muchas veces refuerzan concepciones sobre la vida humana, el sentido de la existencia, las formas de convivencia, etc. que más que humanizar, deshumanizan.

¿Cómo está usando la escuela y la universidad el arte como un vehículo para regenerar estas concepciones sobre la vida humana y la convivencia social?

En la mayor parte del sistema educativo me parece que el arte está totalmente olvidado u ocupa un lugar muy secundario en los procesos formativos. Pero en los casos en que se busca utilizar el arte como medio para educar, desafortunadamente se cae –como en la obra a la que asistí este fin de semana- en un arte que pretende “enviar mensajes positivos”, “comunicar moralejas edificantes” o decir a los espectadores “cómo debe ser una buena vida humana o un comportamiento adecuado”. De este modo, se desperdicia totalmente el potencial de comunicación de significados del arte como “objetivación de un patrón puramente experiencial” según señala Susan K. Langer y en lugar de dejar que cada niño o adolescente reciba, analice, interprete, sienta, incorpore, asimile y viva lo que el arte le comunica desde su carácter polisémico y complejo, intenta sin éxito indoctrinar a los educandos tratándolos como incapaces de sacar sus propias conclusiones.

Si queremos contribuir desde la escuela y la universidad a regenerar nuestra cultura es necesario que llevemos el arte a los espacios educativos –el buen arte, el que habla por sí mismo- y lo dejemos ser ese espejo que nos revela nuestra propia cara como afirma Borges, que no busquemos transmitir prodigios sino hacer que cada educando divise su Itaca verde y humilde, que no pongamos diques o muros de contención sino que dejemos fluir ese río interminable que pasa y queda en la mente y en el corazón de los que se dejan tocar por su magia.


[1] Algunos elementos de este texto fueron tomados de mi artículo: Vehículos de significación y transformación de la cultura universitaria en Latinoamérica, que se puede encontrar en:  https://revistas.uam.es/tendenciaspedagogicas/article/view/3836

 

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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