Lado B
Somos la historia de todas
Todas deberíamos de celebrar la vida de las mujeres que han hecho camino, que nos acompañan y que nos transforman
Por Lado B @ladobemx
02 de abril, 2017
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A Lucía, que con su partida nos hizo más fuertes.

A Ricky, por enseñarnos a luchar.

La gente suele preguntar cómo es que te conviertes en feminista y las respuestas pueden ser tan variadas como las injusticias que vivimos día a día las mujeres en esta sociedad. Cuando a mí me lo preguntan suelo recordar varios episodios de mi vida y a varias mujeres que con su ejemplo, libros y cariño me han mostrado qué es el feminismo.

Pero hay una mujer en especial que trastocó mi vida, una que curiosamente no conocía el feminismo, hasta que su hija le salió con que “es feminista” –o sea yo- y entonces encontró una forma de nombrar lo que ella había vivido. A mi madre nadie le enseñó qué era la desigualdad de género, el machismo y el patriarcado, tampoco lo leyó en un libro, ni se lo explicaron en un taller, ella como muchas otras lo vivió en carne propia y en esas circunstancia se hizo de una fuerza que trastocó mi vida y la vida de las mujeres que compartimos su experiencia.

Mi madre tenía 12 años cuando supo que las niñas no debían estudiar más allá de la educación primaria, fue cuando le pidió apoyo a su padre para presentar el examen de la secundaria que se encontró con un “las niñas no necesitan estudiar”. Era un no contundente, lo entendía porque con su hermana mayor ya había ocurrido lo mismo y sólo le habían permitido estudiar algunos años de primaria. Al respecto, su madre -de nombre Lucía- podía hacer muy poco, ella prácticamente se rompía en mil pedazos para poder alimentar a las 3 hijas y 7 varones que había parido. Su padre, aunque era “la autoridad de la casa”, ejercía el rol bajo simulación, pues prefería invertir su tiempo en relaciones extramaritales y alcohol.

Con frecuencia nos contaba la vida de carencias que le tocó vivir en la infancia, la verdad es que las primeras veces que escuchaba su historia yo no entendía la magnitud de la situación, ahora sé que la desigualdad económica y la falta de acceso a derechos son trascendentales en la vida de una persona. Recuerda cómo mi abuela hacía malabares para alimentarlos, dice que hacía los manjares inimaginables con el poco dinero que tenían, que sembraba café para que tuvieran qué beber cada día, maíz, frutas y verduras que entre sus hermanas/os ayudaban a cosechar. La carne y la leche eran un lujo, ni qué decir de estrenar zapatos y uniformes porque los conseguían con mucho esfuerzo.

Cuando mi madre supo que no iba a tener apoyo para continuar sus estudios, decidió no esperar a que alguien transformara su situación, entendía que estudiar era la única posibilidad que podía tener para aspirar a una vida distinta. Así que sólo dio aviso a su madre y con la ayuda de una tía aprendió a coser, primero comenzó haciendo vestidos para muñecas y vendiéndolos entre las niñas de familias con más recursos en su pueblo. Con ese dinero logró pagar su examen de admisión y su inscripción a la secundaria, en ocasiones mi abuela y una de sus tías la apoyaban para complementar sus recursos y comprar útiles y uniformes. Ahí se dio cuenta que no sería suficiente con la venta de vestidos de muñecas y comenzó a ofrecer sus servicios a mujeres adultas, desde entonces la costura es un medio para obtener recursos, un refugio y una fuga.

Conforme avanzaba algunos pasos, se encontraba con mayores resistencias. Producto de romper con el mandato familiar e irse a estudiar la secundaria, su padre le retiró total apoyo y su madre recibía recriminaciones por tener una hija que no cumpliera con lo que era propio de las niñas pobres de ese contexto. Recuerda que en su barrio las mujeres mayores solían verla como una loca –en realidad cuando dice loca se refiere a la palabra puta- y que sabía que se murmuraban cosas de ella. De hecho cuando volvía de la secundaria en compañía de alguno de sus compañeros del barrio, su abuela paterna le gritaba por la ventana: “Nada más sales embarazada y la que me las va a pagar será Lucha”. Cuando le gritaban esto, atinaba a salir corriendo a su casa para que su abuela y la gente del barrio que escuchaba esos gritos no la vieran llorar.

Mi madre encontró cobijo en otras mujeres, en las que facilitaban sus estudios comprándole ropita para muñecas o confiándole la hechura de su ropa y, por supuesto, también encontró amigas que le hicieron divertida la batalla. Le emocionaba ver cómo sus amigas contaban con total apoyo para sus estudios porque en su mundo no era algo común, estudiar la hizo encontrarse con mujeres que podían vivir distinto.

Por supuesto que después de estudiar la secundaria, decidió continuar con la preparatoria, fue alumna de la primera generación del CBTIS de nuestro pueblo y cuando ella planeaba entrar a la universidad, su madre con apenas 45 años murió. Mi madre siempre dice que mi abuela –Lucía- murió de pobre, aunque en realidad sabe que fue por tétanos, complicado además por su padecimiento de Leucemia. En ese entonces en el pueblo no había hospitales y había que trasladarse aproximadamente una hora a la ciudad más cercana para acceder servicios especializados.

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Cuando mi abuela murió, a mi madre le tocó arreglar el cuerpo para el velorio, recuerda que en el ropero encontró un vestido nuevo que ella misma le había comprado y que mi abuela nunca pudo usar, esperando una mejor ocasión. Recordó cómo justo antes de morir su madre le dijo: “no guardes nunca las cosas para estrenarlas después”, y con frecuencia ella repetía lo mismo: “Natalí, no guardes las cosas para una mejor ocasión”.

En estas circunstancias, mi madre tuvo que suspender sus aspiraciones de ir a la universidad, aunque había pasado el examen de admisión y ante la muerte de su madre, se dio cuenta que sería imposible continuar con sus estudios.

Su padre decidió abandonar a sus hijxs e irse a vivir con su nueva familia. Recuerda que su hermano menor tenía apenas año y medio, que algunos de sus hermanos estaban estudiando y pensaron que lo mejor que podían hacer es sacar adelante a lxs hermanxs que venían detrás. Pese a que nunca se sintió cercana a su padre por la indiferencia que mostraba hacia la familia, para mi madre, el día que su padre decidió abandonarlos fue contundente y asumió borrar a este hombre de su vida. Aunque siendo un pueblo pequeño con frecuencia se lo encontraba en la calle o con su nueva familia.

Así que ni mis hermanas, ni mi hermano, ni yo, tuvimos abuelo materno. Yo no sé si mi madre se dio cuenta de la trascendencia de esta lección en nuestra vida, pero yo creo que desde entonces aprendí que los lazos familiares se construyen con acciones de respeto, amor y que además hay un límite para las personas que te lastiman, aunque sean de tu familia. El padre de mi madre murió apenas hace unos años, ella ya había hecho las pases con la figura que él representaba. Y yo siempre agradecí nunca tener que querer a “su padre”, aunque siempre fuimos respetuosos de él y en ocasiones mi madre hasta ayudó en sus tratamientos médicos, nunca lo consideramos parte de nuestra vida, desde muy pequeños supimos por qué no existía un lazo con él.

No pretendo contar estos episodios de la vida de mi madre porque crea que su historia sea mejor que la de otras mujeres, de hecho creo que la historia de mi madre es la de muchas mujeres que han tenido que abrir camino para otras, e incluso me recuerda la desigualdad que aún viven las mujeres en el acceso a la educación. Porque, seamos realistas, en este país acceder a la educación “pública” no es gratuito y en muchas ocasiones hacen falta mucho más que ganas para conseguirlo.

Recuerdo que una vez me encontraba comiendo con mujeres indígenas después de un taller por la zona de Tetela de Ocampo Puebla y entre la charla comenzaron a contar cómo las mujeres en su comunidad habían tenido que asumir que sus hijas no podían estudiar la secundaria. Resulta que para ir a la secundaria más cercana muchas chicas tenían que caminar un largo trayecto en medio del monte y casi de madrugada para poder llegar a tiempo, ese trayecto era especialmente peligroso porque ahí algunos hombres aprovechaban para acosar a las mujeres y había quienes las abusaban o “tomaban” (esa fue la expresión que usaron las mujeres). Entonces una de estas mujeres dijo, no ir a la secundaria es la forma de mantener a nuestras hijas seguras, es la manera que encontramos para que las niñas “no salgan embarazadas”. Sus palabras me resonaron, han pasado más de 40 años de la historia de mi madre y muchas continúan viviendo lo mismo.

Mi madre retomó sus estudios de universidad muchos años después, cuando ya tenía 3 hijas y un hijo, decidió estudiar la licenciatura, no sólo por ella, sino porque eso le garantizaba poder acceder a un mejor sueldo en su trabajo y eso finalmente redituaba a toda la familia. Terminó la universidad abierta y se graduó a sus 44 años con honores de la licenciatura en contaduría.

Con todo esto, no pretendo hacer una especie de tributo al sacrificio de mi madre, en realidad me hubiera gustado que no pasara por eso y me sigue indignando que muchas mujeres tengan que vivir así. A veces sólo falta echar un vistazo a la vida de nuestras antecesoras para entender que han tenido que dar batallas inimaginables.

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Mi madre y yo, durante muchos años hemos tenido que aprender juntas, quizá poco se lo he dicho, pero es gracias al feminismo que entiendo desde otra perspectiva todo lo que le tuvo que enfrentar.

Yo sé que mi madre muchas veces se sintió culpable por no cubrir cabalmente el rol de madre dedicándose de tiempo completo a las labores del hogar y a su familia, aunque ciertamente todos sus esfuerzos iban dirigidos a nosotrxs. Sé que le pesaba tener que trabajar y no poder darnos más tiempo, para su época no era común que una mujer pusiera a su hija en una guardería con apenas 40 días de nacida. Sé que muchas mujeres actualmente viven esta culpa, sé que la teoría ha nombrado esto: brechas de género, doble jornada de trabajo, precarización laboral, conciliación trabajo-familia, machismo, violencia estructural, etc. Pero sobre todo sé que no es justo ni para ella ni para ninguna vivir con culpa.

Yo creo que en los diversos feminismos muchas encontramos repuestas no sólo para nosotras, sino para conciliar y reencontrarnos con las historias de otras; abuelas, madres, tías, primas, amigas. En alguna escuelita feminista en Puebla hablamos sobre nuestra práctica feminista y la relación con nuestras madres, comentamos cómo el feminismo nos llevó a romper con algunos mandatos familiares y eso por supuesto incluye las expectativas que nuestras madres pueden tener sobre nosotras, hablamos de cómo esta ruptura es dolorosa, porque implica un espacio de comprensión de ambas partes.

Pero de algún modo, en esta postura política y de vida feminista, aprendemos a desmenuzar sus historias y las nuestras, para darles una lectura feminista, que nos lleva a comprender la desigualdad que enfrentan en su espacio cotidiano, abrazar nuestras diferencias, para después construir formas de reencontrarnos con nuestras madres y ancestras.

Siempre he pensado que muchas mujeres se encuentran practicando el feminismo sin saber que desde acá otras nombramos lo que hacen. Para mí, el empeño de mi madre por acceder a la educación (y pelear por ese y otros derechos) es una lucha feminista, aunque no conociera ni el término. Una que dio en un espacio cotidiano, donde no hay cabida a líderes de movimientos, ni figuras feministas famosas, donde no existen las discusiones sobre posturas políticas, ni lucha de egos, ni financiamiento para proyectos, ni medallas de reconocimiento. La historia de ella se parece a la de muchas feministas de a pie, que andan por ahí sin saber que en su lucha están transformando la vida de todas.

Si a mí me dicen por qué soy feminista, quiero tener la oportunidad de decir que es porque a muy temprana edad aprendí que otras mujeres –en especial mi madre- no contaron con mis condiciones y que de alguna forma soy beneficiaria de su empeño por una vida distinta. Soy feminista porque cada día me encuentro con más mujeres que se aferran a la idea de transformar las desigualdades que viven y hasta que cada mujer en el mundo tenga una vida, el feminismo seguirá siendo necesario.

Por supuesto que ni mis hermanas, ni yo hemos tenido que luchar por acceder a la educación, por el contrario, tuvimos total libertad y apoyo para decidir que deseábamos estudiar y también para definir cómo queremos llevar nuestra vida, aunque a veces eso escape a las expectativas familiares y pueda resultar extraño. ¡Díganme cómo no ser feminista!

Mi mamá en unos días cumple 60 años y vamos a celebrar su vida, pienso que en la vida de ella celebro la de muchas otras, la de mi abuela, la de mis hermanas, la mía. Pienso que todas deberíamos de celebrar la vida de las mujeres que han hecho camino, que nos acompañan y que nos transforman.

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Autor Lado B
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