Lado B
Los sentimientos (monárquicos y universitarios) de la nación
De tanto en tanto en nuestro país aparece un nuevo libro sobre Maximiliano. De acuerdo a El Financiero van 18 en los últimos cinco años.
Por Luis Felipe Lomelí @Lfelipelomeli
14 de marzo, 2017
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Luis Felipe Lomelí

@Lfelipelomeli

[dropcap]D[/dropcap]e tanto en tanto en nuestro país aparece un nuevo libro sobre Maximiliano. De acuerdo a El Financiero, en su nota intitulada “La nostalgia imperial se pone de moda en México”, van 18 en los últimos cinco años. Y, ciertamente, para algunos es nostalgia y para otros es chic: Salma Hayek traía de anillo un botón relacionado con ese muchacho en la última entrega de los Óscares.

Pero no sólo eso, sino que entre los nostálgicos hay diferencias. Algunos prefieren al vienés mientras que otros, más nacionalistas, prefieren a Agustín de Iturbide e incluso hay en internet una página dedicada a algo llamado la “Casa Imperial de México”. Y otros tantos no quieren ni a uno ni a otro sino a alguien “más nuestro”, “más mexicano”: a Porfirio Díaz Mori. En cualquiera de los tres casos y en la mayoría de las ocasiones se añora lo mismo: la paz, el orden y el progreso. Tres objetivos que sólo parecen lograrse, dicen sus adeptos, si este país deja de ser gobernado por ignorantes corruptos y vuelve a ser comandado por “honestas personas de bien”.

El último grito de batalla lo ha dado la senadora Sonia Rocha.

Ideas medievales para un país en guerra

Antes de las revoluciones republicanas que establecieron eso de que “todos los seres humanos somos iguales” se marcaba muy bien la diferencia entre la gente supuestamente honorable y la que no. Tan es así que nuestro lenguaje coloquial sigue equiparando el adjetivo “noble” con una cualidad positiva y el adjetivo “villano” con una negativa; o “tener clase”, ser “una princesa” o ser “un caballero” contra “ser vulgar”, del vulgo, del pueblo común y corriente del que, según decían, “no podía venir nada bueno”.

Pero como no bastaba una simple división entre los ricos y los nacos porque entonces como ahora había grandes diferencias entre un aristócrata y otro (no tiene lo mismo Slim que el dueño de una simple cadena de ferreterías), la taxonomía de la “nobleza” alcanzó casi la complejidad de la taxonomía de los artrópodos: condes, duques, barones, vizcondes, hidalgos, caballeros, reyes, emperadores, señor de Acá y príncipe de Acullá para aclarar que la riqueza también era proporcional al sitio que se poseía, etcétera. Ellos se entendían y para ellos era muy importante.

[pull_quote_right]A Lucas, ese personaje de Chespirito, le encantaba que le dijeran “licenciado”, eso lo hacía muy feliz. Y a mi madre, desde hace décadas, le daba por decirme que los títulos universitarios habrían de reemplazar a los títulos nobiliarios medievales[/pull_quote_right]

Lo que queda bien claro es que ellos, la aristocracia, mandaban. E incluso más de una vez, por ejemplo en Inglaterra en el siglo XI, se les ocurrió que era mejor ponerse de acuerdo cotorreando ante una mesa que agarrándose a espadazos (es un decir, puesto que normalmente mandaban a sus siervos, los pobres, a que se mataran entre ellos). Y así nació lo que llamaron “parlamento”, donde se sometían a votación las propuestas y donde, claro, sólo podían votar los “nobles”, esos que eran la pequeñísima porción de “honestas personas de bien” y no el pueblo vulgar.

¿Y eso qué tiene que ver con la senadora Sonia Rocha y su espadachín Javier Lozano?

La nobleza del título universitario

A Lucas, ese personaje de Chespirito, le encantaba que le dijeran “licenciado”, eso lo hacía muy feliz. Y a mi madre, desde hace décadas, le daba por decirme que los títulos universitarios habrían de reemplazar a los títulos nobiliarios medievales (con toda su rebuscada taxonomía). Yo no le creía, pero gracias a la senadora Rocha, Licenciada y Maestra de la Universidad Autónoma de Querétaro, el miedo de mi madre tal vez se vuelva realidad pues aquélla acaba de proponer una reforma al artículo 55 de la constitución para que sólo puedan ser diputados –es decir, representantes por elección popular- aquellos que cuenten con título universitario y cédula profesional.

La justificación es casi la misma que en el medievo europeo:

Para “garantizar que todos los mexicanos cuenten con una buena representación, digna, con el siempre firme interés general.”

Y “para que todos los ciudadanos tengan una mejor y adecuada representación, y un digno Gobierno.”

Pues “[a]l contar con esta preparación académica, las atribuciones de los diputados tendrán una mayor calidad, para cumplir con la representación adecuada para todos los ciudadanos”.

Ah, la nostalgia imperial que sigue de moda. En el medievo no se usaba la palabra “calidad” como ahora, pero cámbiela usted por “nobleza” y cambie también “preparación académica” por “pía educación” pues en aquellos años, como ahora, sólo una minúscula fracción de la sociedad tenía acceso a ésta.

¿O será que la senadora Rocha desconoce que en México sólo el 16% de la población tiene estudios universitarios y su propuesta, de ser aprobada, impediría que el 84% de los mexicanos pudieran, de hecho, vivir en una democracia? O al revés, ¿será que la senadora Rocha, Secretaria de la Comisión de Asuntos Indígenas, lo sabe perfectamente y ésa es su idea: que México repita el modelo inglés del siglo XI donde sólo un reducidísimo número de personas tenga derecho a votar las iniciativas del parlamento; a ser votados como representantes, porque ellos son los únicos que en verdad son una “buena” y “adecuada representación” “para todos los mexicanos”?

Si fuera el primer caso, su argumento se invalida automáticamente pues la senadora Rocha acaba de demostrar que, a pesar de tener un título de licenciatura y uno de maestría, es incapaz de buscar en internet (en esta bonita página interactiva del INEGI, por ejemplo)el porcentaje de mexicanos que podrían gozar en pleno del derecho constitucional a ser votado (artículo 35) y, por tanto, no es necesariamente cierto “que la educación superior nos abre diversos panoramas, para poder comprender mejor las necesidades de nuestros ciudadanos, y con ello poder poseer soluciones eficaces, eficientes, en cuanto a diferentes rubros de la sociedad, tanto científicos como sociales que hoy se requieren”, como ella misma dijo al hacer su propuesta.

Y si fuera el segundo caso, donde la senadora Rocha sí es capaz de buscar en internet la página del INEGI y sí conoce el porcentaje de mexicanos con estudios universitarios entonces estamos ante un escenario mucho más aterrador: ante la propuesta de convertir nuestra democracia (fallida y demás) en una aristocracia medieval.

Nota: La estadística del 16% de mexicanos con estudios universitarios toma en cuenta la población mayor de 15 años de edad y no la población total. Ahora bien, si tomamos en cuenta el incremento de costos de la educación pública gracias a la Reforma Educativa –la cacareada “autonomía” de las escuelas-, así como la deserción escolar –los alarmantes datos de la OCDE respecto a nuestro país- y ese sector de la población llamado “los ninis”, el panorama a futuro es aún peor.

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Autor Lado B
Luis Felipe Lomelí
Estudió Física pero se decantó por la todología no especializada: una maestría en ecología por acá, un doctorado en filosofía por allá, un poquito de tianguero y otro de valet parking. Ha publicado los libros de cuentos Todos santos de California y Ella sigue de viaje, las novelas Cuaderno de flores e Indio borrado, el ensayo El ambientalismo y el libro de texto Naturaleza y sociedad. Es Premio Nacional de Bellas Artes y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Se le considera el autor del cuento más corto en lengua hispana: "El emigrante": -¿Olvida usted algo? –Ojalá.
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