Lado B
Amos por siempre
A una cuadra del zócalo de Puebla se resguarda uno de los hallazgos más importantes de los últimos tiempos de esta ciudad visítalo esta Noche de Museos
Por Lado B @ladobemx
17 de noviembre, 2016
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Foto: Cortesía

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Liz Magenta

A una cuadra del zócalo de Puebla se resguarda uno de los hallazgos más importantes de los últimos tiempos de esta ciudad, en una casona de mediados del siglo XVI, La Casa del Mendrugo, donde conviven el arte y la gastronomía.

A la entrada relucen los manteles blancos del restaurante, se escucha el chocar de vasos de cristal, música jazz ambienta el sitio y los olores de la cocina poblana incitan el apetito. 

Subo al segundo piso donde se encuentran resguardadas las reliquias. Edson Méndez, director del museo, me conduce a la primera sala donde resguardan un entierro humano de la época preclásica, (1500 a.C.-300 d.C.) relacionado con la cultura Olmeca según indicios de las piezas de cerámica y piedra que se encontraron en el mismo. Chuchita la habitante más antigua de la ciudad, como fue bautizada la osamenta, fue descubierta en el 2010 mientras realizaban las excavaciones del rescate de la casona. Se exhiben además objetos de talavera descubiertos en el segundo patio. Piezas que por alguna razón sobrevivieron a los juegos íntimos de la naturaleza. Pero lo más sorprendente es la colección de restos humanos: “Amos por Siempre”, una serie de osamentas del periodo postclásico (900 d.C- 1521 d.C) que narran a través de simbologías esgrafiadas en sus superficies, leyendas de los representantes de un linaje hoy extinto.

Se cuenta que a los niños destinados a ser “Amos” se les practicaba deformación craneal inducida desde que nacían, moldeando los huesos con maderas y ajustadas vendas, para que su fisonomía al crecer los distinguiera de otras personas.

Las historias grabadas en los cráneos cuentan que en lo alto del monte los Heraldos hacían sonar su caracol gigante para convocar al pueblo a las ceremonias más importantes. Una de las últimas fue el nombramiento del último Amo, Roberto Ortiz Dietz, hijo de madre zapoteca y padre europeo, llamado en su juventud “carrizo de río”, que pidió un día ocupar el sitio para el que fue destinado. Él mismo cuenta en sus memorias que los Amos permanecieron inmóviles, hurgando en la intimidad de sus silencios, esperando la palabra del Dios supremo. Luego todos se cortaron la piel, la sangre que brotó se vació en cálices y para sellar el pacto hicieron salsa de chile de agua y en ella mezclaron sus savias. Después untaron tortillas y comieron tacos para celebrar al nuevo Amo, “Señor de la Frente Amplia”, antes “carrizo de río”.

Foto: Cortesía

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Según el Zaachilalóóó (memorias de don Roberto) el “Amo Señor de la gran medicina” era el encargado de trazar con herramientas de obsidiana en los cráneos y huesos de los recién fallecidos, escenas y símbolos particulares de su vida: conquistas para alcanzar el poder, reyes posados en tronos con formas de reptil, dibujos de animales humanizados. Elementos rituales cuyas simbologías muestran un saber casi desvanecido, recuperado por manos que escarbaron en el tiempo hasta descifrar edades, nombres, linajes y demás secretos ocultos durante siglos.

A través de las vitrinas se alzan imponentes los restos de los sabios, la máscara de ónix que dotaría de un rostro perdurable al fallecido en la otra vida, sahumerios, caracoles gigantes labrados, usados entonces como trompetas, utensilios, ollas, vasijas de barro donde seguramente se comieron hierbas y semillas.

Gracias a su herencia zapoteca y a la convivencia que Don Roberto tuvo desde pequeño con la gente del pueblo, ellos le entregaron entre 1980 y 1985 el tesoro de sus ancestros para que lo mostrara al mundo y antes de morir donó su herencia a la Fundación Casa del Mendrugo. 

Diez osamentas y otros objetos, hallazgos de nuestra esencia, vestigios de raíces muy profundas, historias que no sucumbirán más al olvido, conforman la exposición permanente que abre sus puertas al público gratuitamente la “Noche de Museos” en una ciudad que esconde secretos desde los cerros, hasta sus más íntimas profundidades.

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