Lado B
“Deseo que mi maestro sepa…”. Partir del horizonte del estudiante
El podcast de la Escuela de Educación de la Universidad de Harvard vuelve a darme un tema para la reflexión en esta Educación personalizante.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
25 de octubre, 2016
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“En lugar de hacer suposiciones acerca de mis estudiantes, yo les permití realmente un espacio para decirme qué era lo que necesitaban saber”, dice Schwartz.

Las respuestas fueron variadas y Schwartz llegó a una más profunda comprensión de sus estudiantes, de sus pensamientos, y de sus vidas en casa. Conforme se desarrolló el ejercicio, los estudiantes empezaron a leer en voz alta a sus compañeros lo que habían escrito, creando una poderosa experiencia de construcciónd en comunidad. Esto, dice Shwartz, llevó a una aprendizaje valioso. “Yo creo realmente que esas relaciones estan en el corazón de cada experiencia de aprendizaje”, declara.

Traducción libre de fragmentos del episodio de Harvard Ed Cast disponible aquí.

[dropcap]E[/dropcap]l podcast de la Escuela de Educación de la Universidad de Harvard vuelve a darme un tema para la reflexión en esta Educación personalizante. El episodio de la semana anterior tuvo como invitada a la profesora Kyle Schwartz, profesora de tercer grado de primaria en Cleveland y autora de un libro que se ha hecho muy famoso cuyo título es: I Wish My Teacher Knew. How one question can change everything for kids (Deseo que mi profesor (a) sepa. Cómo una pregunta puede cambiar todo para los niños).

El libro parte de una experiencia muy sencilla que esta maestra realiza con sus estudiantes y que después recuperó y sistematizó para ser publicada. Se trata de un ejercicio inicial en cada ciclo escolar en el que ella reparte una tarjeta a cada estudiante de su grupo y le pide que escriba lo que quiera a partir de la frase incompleta –o pregunta- “Deseo que mi profesora sepa…”.

Como plantea la cita que sirve de epígrafe a la columna de esta semana, las respuestas son muy variadas y le brindan a Schwartz una información muy valiosa sobre lo que sus alumnos piensan y sienten, lo que les preocupa y la forma en que viven la experiencia escolar y su vida familiar en casa. Esta información sería ya un elemento precioso para que ella pudiera conducir de una manera más asertiva el aprendizaje de cada uno de los niños y niñas en su aula, sin embargo el ejercicio tiene una segunda etapa que lo hace aún más útil.

Como narra la profesora Schwartz, después de que los niños escriben en su tarjetas, ella les pide que vayan leyendo sus tarjetas en voz alta a todo el grupo. Esta parte de la experiencia aporta elementos fundamentales para la construcción de una comunidad de aprendizaje en el grupo escolar, porque permite el conocimiento mutuo y la sensibilización sobre la necesidad de colaborar para que cada uno pueda aprender desde las condiciones que plantea en su tarjeta.

El ejercicio que plantea la maestra, por sencillo que parezca, trasciende la mera aplicación de actividades de conocimiento del grupo y diagnóstico inicial que aconsejan los libros clásicos de didáctica en la parte que se llama Encuadre del curso –y que desafortunadamente muchos docentes tampoco realizan- porque significa un giro radical en el punto de partida del proceso del curso y sitúa la experiencia de aprendizaje en el terreno de una vivencia que se origina en el horizonte de los estudiantes y no en el contenido, en el método, en las competencias, en los learning outcomes o resultados de aprendizaje –que empiezan a surgir como la nueva moda- o en lo que el profesor supone acerca de sus estudiantes.

“Existe el horizonte de lo conocido conocido; el de lo desconocido conocido (lo que se sabe que se desconoce), y el de lo desconocido desconocido (lo que no se sabe que se desconoce). La preocupación del ser humano se centra en el primero. Su desarrollo está en función de la capacidad de establecer continuamente un contacto con lo des- conocido conocido… Por eso, el quehacer educativo consiste en ampliar el horizonte: lo que representa el mundo del sujeto, y en lo que se centran sus preocupaciones”.

Sylvia Schmelkes. Fundamentos de una Pedagogía de los valores.

En esta cita de Schmelkes se plantea la noción de horizonte desarrollada por el filósofo canadiense Bernard Lonergan (1904-1984) –pensador muy presente en esta columna- y la convicción de que el quehacer educativo consiste en ampliar el horizonte de los niños y jóvenes.

[pull_quote_right]Ahí radica, desde el punto de vista de una educación personalizante el éxito arrollador de la maestra Kyle Schwartz en el aula y el impacto que está teniendo su libro. Porque ella parte de una convicción muy clara que es la de no hacer suposiciones sobre lo que sus alumnos quieren o son, por lo que prefiere preguntarlo directamente a cada uno y de un genuino interés por cada uno de sus alumnos a quienes considera valiosos y talentosos, con un gran potencial que ella debe promover que se desarrolle.[/pull_quote_right]

Lonergan plantea que aunque vivimos en el mismo planeta, todos vivimos en horizontes diferentes porque todos tenemos distintos conjuntos de elementos conocidos como conocidos, distintas preguntas y búsquedas que responden a nuestros mundos de lo desconocido conocido y también distintos mundos de lo desconocido desconocido que es el mundo que trasciende o queda fuera de nuestro horizonte.

La educación consiste entonces en ampliar nuestro horizonte, es decir, en hacer más grande el círculo de todo lo que sabemos que sabemos a partir de procesos en los que exploramos todo aquello que sabemos que no sabemos para ir llegando a nuevos saberes y certezas, que a su vez generan nuevas preguntas y búsquedas que ensanchan el mundo de lo desconocido conocido, en un proceso virtuoso de apertura al despliegue de nuestro deseo de conocer y de elegir bien, que no termina nunca de satisfacerse.

Pero este proceso de ampliación del horizonte responde, como dice la cita de Schmelkes, “a lo que representa el mundo del sujeto…” y se dinamiza a partir de aquello “…en lo que se centran sus preocupaciones…”. De manera que el fracaso del proceso educativo, la no significatividad del aprendizaje se deben muchas veces a que lo que se enseña en la escuela no responde a las preocupaciones e intereses de los niños y jóvenes educandos.

Estas preocupaciones e intereses que determinan el horizonte de cada sujeto tienen que ver con sus conocimientos pero también con sus contextos existenciales, sus preguntas vitales, sus relaciones sociales, sus necesidades afectivas y espirituales, su búsqueda de un proyecto de vida propio, etc.

De manera que la motivación para el aprendizaje no es tanto un asunto de técnicas o habilidades docentes muchas veces artificiales sino de la capacidad que se tenga de conectar lo que se plantea como necesario aprender con las preocupaciones e intereses presentes en el horizonte de cada uno de los estudiantes.

Ahí radica, desde el punto de vista de una educación personalizante el éxito arrollador de la maestra Kyle Schwartz en el aula y el impacto que está teniendo su libro. Porque ella parte de una convicción muy clara que es la de no hacer suposiciones sobre lo que sus alumnos quieren o son, por lo que prefiere preguntarlo directamente a cada uno y de un genuino interés por cada uno de sus alumnos a quienes considera valiosos y talentosos, con un gran potencial que ella debe promover que se desarrolle.

La fórmula del genuino interés por los alumnos y su aprendizaje se completa en el caso de la maestra Schwartz con una actitud de autenticidad hacia los alumnos. Cuando la entrevistadora le dice que ella responda la misma pregunta que le hace a sus estudiantes y le diga qué es lo que ella quiere que sus estudiantes sepan, ella con toda naturalidad le dice que fue una alumna con muchos problemas de conducta y de disciplina y con serias dificultades para ser aceptada y tener amigos entre sus compañeros de clase. Deja atrás el mito de que el profesor debe ser un modelo en todos sentidos y aparentar no tener ninguna deficiencia o limitación ante sus alumnos y afirma que esta parte de su historia personal la comparte con sus niños de tercer grado lo que genera un acercamiento de ellos hacia la maestra.

Cuántas cosas cambiarían en nuestra educación si simplemente hiciéramos este ejercicio con nuestros estudiantes y nos abriéramos de manera empática a las respuestas que nos dieran, desde la actitud humilde que la misma maestra Schwartz asume cuando dice que al iniciar su práctica docente –hace cinco años- ella realmente “no sabía lo que no sabía”.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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