Lado B
"Por el bien de la familia"
Hace un año me sentí lista para incursionar en el trabajo en la atención psicoterapéutica de mujeres. Hace un año que por ese espacio psicoterapéutico no han dejado de pasar mujeres sobrevivientes de violencia en sus diversas expresiones.
Por Lado B @ladobemx
04 de septiembre, 2016
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Pero ella le respondió: No, hermano mío, no abuses de mí, porque tal cosa no se hace en Israel; no cometas esta infamia. Pues, ¿a dónde iría yo con mi deshonra? Y tú serías como uno de los insensatos de Israel. Ahora pues, te ruego que hables al rey, que él no me negará a ti”.…

2 Samuel 13:12-13

Natalí Hernández

@natali_ha

Hace un año me sentí lista para incursionar en el trabajo en la atención psicoterapéutica de mujeres. Hace un año que por ese espacio psicoterapéutico no han dejado de pasar mujeres sobrevivientes de violencia en sus diversas expresiones.

Había decidido iniciar en este proceso hace un tiempo, convencida de que podía aportar desde mi formación como psicóloga, la experiencia y estudios acumulados en el trabajo de prevención y atención de la violencia contra las mujeres y desde mi ser feminista. En varias ocasiones, mujeres de talleres, conferencias o actividades informativas, contaban historias terribles de violencia e incluso procesos psicoterapéuticos llenos de insensatez, revictimización y mucha dosis de machismo de quienes -desde su embestidura de profesional de la psicología- arremetían contra estas mujeres.

Recuerdo a la primera joven que atendí y su necesidad de hacer énfasis sobre lo mucho que necesitaba un espacio psicoterapéutico libre de “machismo”. Ella era desertora de algunos procesos donde constantemente la revictimizaban (aprendió esta palabra en espacios feministas y ahora sabía cómo se llamaba lo que le había pasado en psicoterapia). Era una joven que durante la infancia había sido abusada sexualmente y en reiteradas ocasiones por su abuelo. Ahora deseaba hacer algo respecto de las huellas que le dejaba aquella situación.

Así, un caso llevo a otro y otro… Y de pronto me encontré con varios casos de mujeres que habían sido violadas o abusadas sexualmente; algunas en más de una ocasión, con años de silencio y muchas huellas producto de esta violencia –ojo, estoy hablando de mi experiencia, no estoy diciendo que ocurra a todas las personas que se dedican a la psicoterapia-. Era como si se hiciera un efecto dominó, o una especie de red, donde una le contó a otra y a otra, todas han llegado por referencia de alguna otra mujer que ha compartido algún espacio conmigo.

[pull_quote_right]¿Qué valores? ¿Esos que solapan agresores o violadores con tal de mantener un lazo familiar? ¿Esos que piden a las mujeres silencio por el bien de la familia? ¿Esos que te obligan a soportar en la cena familiar y por el resto de tu vida a quien te ha violado, herido o lastimado profundamente? ¡Los valores familiares! Cuánto daño nos están haciendo a las mujeres, cuánta destrucción en nombre de esta institución.[/pull_quote_right]

Las mujeres de las que hablo son jóvenes, menores de 32 años, abusadas o violadas por hermanos, tíos, abuelos, el hijo de la comadre, el grupo de amigos de la escuela, el novio, el primo, y hasta por un asaltante que entró a robar el negocio donde ella trabaja. Muchos de estos hombres suponían ser hombres en los que ellas podían confiar plenamente, de quien nadie dudaría, hombres con familias, hijas e hijos… Hombres que las han perseguido, amenazado y a quienes ni “la familia”, ni las autoridades han sancionado.

Cada caso me sacude de manera particular, algunos trastocan fibras muy sensibles de mi ser mujer y del reconocimiento de las otras. Yo asumo que también me ocurre porque vivirse feminista implica acercarme a la situación de las otras, no sólo desde la mera práctica profesional, sino desde el profundo compromiso con la otra por transformar estas estructuras que nos violentan a todas.

Pero además de hablar de mi práctica feminista, hoy quiero detenerme a contar brevemente la historia de violencia de una joven (a quien llamaremos Lorena) que llegó a psicoterapia por referencia de su prima, quien también fue objeto de violación por parte de su medio hermano. Dos mujeres que en la infancia fueron violadas por integrantes de su familia y que apenas llegan a los 25 años.

La chica a la que nombraré Lorena relata que en una reunión familiar se topó a su agresor muy feliz disfrutando de la fiesta con su esposa e hijas… Recién había ocurrido el incidente con ella, así que en esa situación no pudo contenerse y salió de la fiesta a refugiarse en un jardín cercano para soltar en llanto. A ese lugar acudieron a consolarla dos de sus primas que se encontraban en la fiesta y después de la insistencia de las primas por saber lo que ocurría con Lorena, ella accedió a contarles lo ocurrido con el tío. Ahí, como lo cuenta Lorena, todo se le deshizo. Porque descubrió que una de las primas que la consolaba también había sido violada por “su tío”, esta prima le contó con lujo de detalle que al menos había una chica más en la familia abusada por la misma persona y que lo supo porque cuando a ella tuvo “el incidente con el tío”, acudió de puerta en puerta a contar con cada integrante de la familia lo ocurrido; algunos la escucharon o lo lamentaron, otros más la tomaron de loca y hubo quien le pidió no continuar con eso por el “bien de la familia”… Fue entonces cuando la prima de Lorena se dio cuenta que lo mejor que podía hacer era intentar olvidarlo, porque nadie más haría nada. Lorena insiste conmovida: “No puedo dejar de pensar en las palabras de mi prima. ¿Cómo es posible que nadie haga nada? ¿Cómo que somos más de dos las que hemos tenido que pasar por esto y no sabemos cuantas más?… Mientras le tiemblan las mano y llora asegura: “yo no sé qué voy a hacer, quiero alertar a mis primas, hacer algo por evitar que las toque, no sé si puedo denunciar.”

Su historia me trastoca: ¿Cuánta impunidad?, así es como opera el sistema patriarcal, ni siquiera necesita de la ineptitud de las autoridades, porque las otras instituciones permeadas de machismo y construidas por el patriarcado, como la familia, le hacen el trabajo. La familia ¡Qué cosa tan terrible asumirla cómplice!… La familia que solapa, que calla, ¿la que debe protegerte?

Los violadores no son enfermos. Salvo situaciones excepcionales de hombres compulsivos que clínicamente son diagnosticados con una severa alteración hormonal, la gran mayoría de los violadores son gozadores del abuso de poder. Disfrutan antes y después de la violación porque sienten placer al aprovecharse de quien no puede defenderse o de quien le teme. Desde ese punto de vista, no se puede hablar de cura o de rehabilitación para un violador, porque no se trata de una enfermedad, sino de una personalidad que siente placer por el abuso del más débil.
La mayoría de los estudios internacionales demuestra que es muy escaso el índice de violadores que no vuelven a reincidir. La gran mayoría de los violadores vuelven una y otra vez a cometer estos abusos y por eso el único modo de protección que tiene la sociedad es el encierro de estas personas”.

Doctora Eva Giberti 

¡Los valores familiares! ¡Hacen falta valores familiares!

Lo escuchamos hasta el cansancio de líderes religiosos, en los anuncios de televisión, en las escuelas, en las campañas gubernamentales, lo dicen padres y madres.

¿Qué valores? ¿Esos que solapan agresores o violadores con tal de mantener un lazo familiar? ¿Esos que piden a las mujeres silencio por el bien de la familia? ¿Esos que te obligan a soportar en la cena familiar y por el resto de tu vida a quien te ha violado, herido o lastimado profundamente? 

¡Los valores familiares! Cuánto daño nos están haciendo a las mujeres, cuánta destrucción en nombre de esta institución.

“El 13.7% del total de mujeres que fueron obligadas a tener relaciones sexuales alguna vez en su vida en México dijo que el ataque ocurrió cuando eran menores de 10 años y el 65%, entre los 10 y 20 años de edad.

El 70% de los agresores son familiares que abusan de ellas en el hogar; el padre en 7.2% de los casos; el padrastro en 8.2%; algún otro familiar hombre (tíos, primos u hombres conocidos como los vecinos, los compadres, etc) en 55.1%; y el novio en 3.4%”. [1]

Una constante en los casos de violación es el silencio producto de “la culpa” interiorizada de la víctima. Y aunque en repetidas ocasiones las mujeres víctimas de violación manifiestan haber solicitado apoyo a alguien de su familia, como resultado encuentran la incomprensión, la crisis y mucha más culpa. Algunas familias les piden a las víctimas guardar silencio o dejar las cosas al tiempo. Hay casos donde incluso se reza para que la víctima adquiera suficiente madurez para olvidar la situación o para que “las cosas se calmen pronto”. En resumen, respecto de la violación, en las familias impera el silencio por parte de casi todas las personas que la integran, en particular de los agresores que muchas veces son “sostén” de estas familias.  ¡Menuda estrategia!

También es cierto que algunas víctimas han encontrado grandes aliadas en las mujeres de su familia; la madre que busca ayuda para su hija, la madre/prima/tía que acompaña en el proceso de aborto producto de una violación, las que acompañan en la denuncia, las mujeres que comparten las lágrimas, la indignación y proponen ideas para enfrentar la situación.

Lo aquí narrado es sólo una pequeña muestra de lo que ocurre en torno a la violencia en el ámbito familiar, cualquiera que trabaje cercanamente el tema de violencia contra las mujeres puede dar cuenta de experiencias terribles respecto de la violencia sexual.

En lo que a mi práctica profesional respecta es común que tanto en conferencias, talleres, pláticas o espacios feministas, algunas mujeres sobrevivientes de violencia sexual encuentren comprensión, se sientan acompañadas y asuman decir públicamente “me violaron o abusaron sexualmente”.

violación

Constantemente suelo preguntarme: ¿Cuántas mujeres más están ahí afuera sintiéndose solas, culpables o guardando silencio? Duele pensar que algunas han tenido la “suerte o fortuna” de no vivir una experiencia de violencia sexual en el ámbito familiar.

Hace tiempo que se invierten muchos esfuerzos –sobre todo desde los estudios de género y feministas- para desentrañar el discurso de la violación sexual como un accidente, producto de una enfermedad mental del agresor, los efectos de alguna droga, alcohol o de un momento de poca lucidez. Han sido años de lucha del movimiento feminista que se han traducido en convenios internacionales y normativa nacional para tipificar las formas y espacios en los que las mujeres son víctimas de violencia, poniendo de manifiesto que una situación de violencia entraña relaciones de poder, en ese sentido, las agresiones sexuales hacia mujeres se gestan, producen y reproducen en las relaciones de poder que esta sociedad mantiene de los hombres sobre las mujeres y eso incluye a las que se generan en las familias.

Y pese a que hoy en día parece que existe un mayor reconocimiento de la existencia de la violación, al menos en lo que a legislación compete y aunque las cifras manifiestan constantemente que las mujeres son violadas por padres, hermanos, primos, tíos, abuelos, padrastos, parejas y parientes. ¿Cómo es que hasta ahora no logramos prevenir estos actos? ¿Cómo es que los violadores gozan de tanta impunidad? ¿Cómo nos explicamos que se continúen solapando actos tan terribles?

mafaldaNo necesitamos mayor análisis para reconocer que es una problemática que como sociedad nos hemos dado a la tarea de ocultar. No se habla de la violación sexual en las escuelas, en las películas, en los servicios de salud o en las campañas de prevención de la violencia. No se condena a violadores en la homilía dominical o se habla del tema en el café con las amigas y mucho menos en las reuniones familiares. No hablamos de este tema en casi ningún espacio donde podamos alertar a alguien más y aún no existe sanción que resulte tan enérgica para que cualquier mujer que pase por esta situación sepa que es condenable. Yo creo que lo hemos aprendido bien, en esta sociedad machista no se acusa a los hombres de la familia ni siquiera ante actos despreciables.

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Pedí a estas mujeres autorización para contar parte de sus historias y comparto dos frases que ellas respondieron cuando comenté la propuesta de escribir un poco sobre ellas:

“Yo quisiera tener el valor para decirlo afuera, sin miedo al qué dirá mi familia, pero aún tengo mucho miedo… Si esto le sirve a otra mujer para que no le ocurra a ella o a sus hijas, sí quiero que lo escribas”.

“Yo a veces sueño en que soy una mujer muy fuerte… Más fuerte que el hombre que me hizo esto (refiriéndose al abuelo) . Y en mi sueño, cuando se me acerca yo puedo defenderme (se empieza a reír tímidamente)… puedes escribir eso, que también podemos defendernos de ellos”.

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[1] SVRI, 2010 «Violencia Sexual en Latinoamérica y el Caribe: Análisis de Datos Secundarios». Recuperado de:  http://www.oas.org/dsp/documentos/Observatorio/violencia_sexual_la_y_caribe_2.pdf

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Autor Lado B
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