Lado B
Imágenes después de Earl: paisajes de raíces desnudas
De vez en cuando, como en el 99, la naturaleza recupera territorio y cobra cara la factura del olvido. Aún así, la vida sigue
Por Tuss Fernández @ituss79
29 de agosto, 2016
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Tuss Fernández

@ituss79

VIOLENCIA POLÍTICA

-¿Qué va a hacer el partido por nosotros?

Es martes 9 de agosto y una mujer cuestiona por teléfono a la persona que le invita a un evento al que asistirá su dirigente nacional partidista dos días más tarde (el jueves), es decir, cuando se cumpla exactamente una semana de que las lluvias provocadas por la tormenta tropical Earl azotaran algunas localidades del municipio de Huauchinango dejando miles de damnificados.

-Voy a preguntarle al licenciado y yo le llamo. Mejor no se arriesguen a venir.

La secretaria cuelga y continua con sus invitaciones. El jueves, mientras el partido registra un lleno total en su foro sobre “violencia política de género” y sus militantes de élite se toman la foto, su centro de acopio sigue vacío.

Xaltepec, Huauchinango Foto: Marlene Martínez

Xaltepec, Huauchinango
Foto: Marlene Martínez

AMNESIA 

(Lunes de una semana después)

En la Sierra -a 200 kilómetros de la capital-, caminando entre el lodo, la gente viste las camisetas que apenas dos meses antes los diferentes candidatos a la gubernatura repartieron durante las campañas. Sus playeras son tan nuevas que aún lucen blancas y contrastan con el tono marrón que, literal, ha inundado sus pueblos. Los nombres de algunos candidatos también están escritos con pintura brillante sobre las bardas de algunas casas -o lo que queda de ellas-. Ni la lluvia de todo un mes desbordada en apenas unas horas ha podido deslavarlos.

Pareciera que de este lado de la sierra los partidos olvidaron borrar sus pintas… y más.

El olvido no es nuevo en estos pueblos asentados en los terrenos más difíciles de las montañas. Por sus laderas, además de agua, escurre también la amnesia de todas y todos quienes hasta hace poco más de 60 días llegaban hasta la más recóndita comunidad prometiéndoles mejores condiciones de vida.

Por tres días hemos recorrido las comunidades y aunque el despliegue de funcionarios es impresionante, apenas unos cuantos se ensucian los zapatos visitando a los afectados. Los otros, los de mayor nivel, prefieren reunirse en sus búnkers o en los restaurantes más elegantes de la zona para “coordinar”  desde sus smartphones, la reconstrucción de estos pueblos.

Papatlatla, Huauchinango Foto: Marlene Martínez

Papatlatla, Huauchinango
Foto: Marlene Martínez

MICAELA 

Desde su celular Micaela entabla una conversación en el camino. En náhuatl le avisa a alguien del otro lado del teléfono que ya va de regreso.

Hace unos minutos con los brazos vencidos de cargar seis kilos de tortillas en una bolsa y otra más con dos litros de aceite, un kilo de detergente, algunos pañales y otros artículos de despensa nos preguntó, mientras pasábamos en el auto, si íbamos “de subida”.

Ella debe llegar hasta Tlalmaya -el penúltimo pueblo de la montaña- pero el transporte público ha dejado de pasar desde la semana pasada y tiene que recorrer a pie alrededor de 13 kilómetros de subidas extenuantes y caminos cubiertos por piedras y lodo, para llegar con los víveres hasta su casa. En Tlalmaya, a mil 400 metros sobre el nivel del mar, no hubo daños graves, los deslaves ocurrieron más abajo o más arriba. En su familia todos están bien, excepto la esposa de su primo que está desaparecida. “Pero ella es de Xaltepec, el pueblo que está antes”, nos aclara mientras baja del auto.

Camino a Ixpancruz, Tlaola Foto: Marlene Martínez

Camino a Ixpancruz, Tlaola
Foto: Marlene Martínez

LA PROFECÍA

El cielo se ha dejado caer, a raudales, sobre el pueblo de Xaltepec. Como una profecía, su toponimia -significado- se ha convertido en destino: En el cerro de arena. La lluvia y las piedras han golpeado con furia sus casas y, desde los boquetes que han abierto, hoy se alcanzan a ver nuevos ríos de aguas revueltas del color del barro. La mayoría de sus casas tenían piso de tierra, pero hoy la tierra está también sobre sus techos y se extiende por todo su horizonte. De lado izquierdo de la carretera, subiendo hacia Tlalmaya, un trascabo trabaja removiendo los escombros. De lado derecho, unos 20 metros más arriba, un grupo de señoras lavan, de rodillas, lo poco que han rescatado de entre los escombros. En este paisaje, los árboles también sucumbieron y sus restos se extienden por todo cuanto se mira. Hay restos de ropa, desechos de cualquier cosa, alguna muñeca a la que la suciedad le ha dibujado la expresión más triste del mundo. Llantas, botellas, mangueras, vidrios, tablas partidas que alguna vez fueron paredes y muchas, muchas esperanzas rotas.

En la azotea de una vivienda de block, cuyos muros fueron devorados por el lodo pueden verse tres tazas blancas, una llanta, dos sillas y un librero, ropa colgando de un tendedero, una pila de troncos y de entre ellos, emergiendo con ironía, casi intacta, una antena azul de televisión por cable. Algunos anafres están encendidos en las casas que quedaron de pie junto al río. El humo sube hasta juntarse en algún punto con la neblina que ya cubre las partes altas del cerro. Calle arriba, casi frente a la iglesia, una brigada interrumpe la hora de la comida para repartir ayuda. Una larga fila de mujeres, casi todas con las manos entrelazadas al frente, esperan para recibir los apoyos mientras los hombres, desde la azotea de una construcción, las miran. “Señoritas que no tengan niños por favor hagan de este lado una fila”, se escucha a un hombre dar la instrucción. Y mientras la gente aguarda, la lluvia no tiene pensada una tregua. Poco antes de las tres de la tarde, el sonido de las gotas que comienzan a caer se mezcla con el del agua que corre por los ríos. Es miércoles y llueve otra vez. Lo mismo que ayer martes y que la noche del lunes. No deja de llover.

Xaltepec, Huauchinango Foto: Marlene Martínez

Xaltepec, Huauchinango
Foto: Marlene Martínez

CASTIGO DIVINO

Cada que pasa un auto frente a él, Juan lo detiene. Su vivienda está intacta pero el alud que cayó sobre Papatlatla bloqueó el acceso a su casa, dejando un bordo de lodo de más de un metro de altura. La noche del sábado estaba a punto de irse de fiesta con su esposa cuando el río desbordó por la calle principal. “Cuando se vino el agua encima quiero decirle que no se oyó ruido. Cuando vimos ya venía todo: trajo máquinas, trajo colchones, trajo muebles, todo!”, relata este ex militar que conoce a la perfección calles y colonias de Puebla (capital) y que después de llegar a ser sargento segundo (en la 25 zona militar) hace dos años regresó al pueblo para casarse. Ahora se dedica a la pesca, y todas las mañanas nada en agua helada sorteando los lirios que han cundido la presa de Nexapa, desde “la casa del alemán” hasta un pequeño islote a unos dos kilómetros de ahí. Cuando el río desbordó, dice Juan, él y otras seis personas estuvieron ayudando al rescate desde las 8 de la noche hasta las 5 de la mañana.

“Yo sí creo que es una parte de Dios porque usted bien sabe que cuando nosotros no obedecemos…”, dice señalando con el índice hacia las nubes e inclinando la cabeza.

Clemente (Flores Reyes) lo secunda. Él es de Xalmaya pero ha bajado desde allá para ayudar aquí que “lo necesitan más”. Es un hombre mayor, con las manos y el rostro arrugados y, aunque ha recorrido varios kilómetros de caminos devastados, su ropa no tiene huella de lodo. “Lo que pasa es que no cuidamos. Porque yo veo de aquí sale de la santa misa y al rato ya le está haciendo ojitos a la chamaca y acaba de oír la misa. ¿Y a poco cree usted que el Poderoso es lo que quiere…?»

Ambos, Juan y Clemente, tienen clara su teoría y están seguros de que “otros” están pagando los platos rotos por el mal comportamiento de unos cuantos que le son infieles a sus esposas. Pero hay una razón más, según Clemente: “Mire, los abuelitos sabían más que nosotros. Ellos sembraban su maíz y nunca les faltaba. Pero también ofrecían su regalo a la tierra. Le daban su gallo y su copal y por eso el mal tiempo no les afectaba”.

Papatlatla, Huauchinango Foto: Marlene Martínez

Papatlatla, Huauchinango
Foto: Marlene Martínez

EL SILENCIO

Dos mujeres amamantan a sus hijos afuera de una casa con amplios ventanales protegidos por herrería. Es una casa de color rosa bajito, las dos mujeres, acompañadas por otras que sólo miran, están sentadas sobre la banqueta bajo un medidor de luz cubierto por telarañas. “Cocina para damnificados” se lee en una cartulina amarilla pegada en la pared. Ahí mismo están escritos los horarios para el desayuno, la comida y la merienda. La reja de la casa está abierta y en el jardín seis hombres parados alrededor de una mesa con un mantel de plástico comen en platos de unicel: chilaquiles, salchichas con chipotle y frijoles refritos. A menos de un metro, en otra mesa, están las cacerolas con los guisados del día y una cubeta con agua de tuna. Al entrar, las mujeres que están distribuyendo los alimentos de inmediato ofrecen un plato y en una de las esquinas, una de ellas levanta un billete de 500 pesos y lo pone a la vista de todos mientras menciona que es la cooperación que ha dado una de las vecinas. Nigromante, donde está instalada esta cocina y además un centro de acopio “no oficial”, es una de las calles más afectadas por las lluvias de Earl.

Son las dos de la tarde con treinta minutos y en medio de la comida, un hombre de playera morada con el número 16 en espalda levanta la mano y pide que guarden silencio. Nadie habla y las miradas se concentran en la llamada que atiende en su celular. Han pasado nueve días desde que los vecinos despertaron con un pie en el aire porque la barranca sobre la que están construidas sus casas se desgajó, hasta tocar fondo con el camino a Cuacuila. En algunos casos, los patios de estas que ahora son viviendas flotantes, sepultaron a otras que estaban más abajo. Todos callan excepto el río que se escucha correr con fuerza unos 100 metros al fondo del camino. En las miradas expectantes hay un rastro indescifrable de esperanza. Un par de horas antes, el alcalde de Huauchinango, Gabriel Alvarado, rodeado de lugareños que atajan su camino por las escalinatas de la presidencia, entregando peticiones, confirmó a Lado B que quedaban dos personas desaparecidas. La llamada que recibe Óscar (el del número 16) termina con la expectativa: hace unos minutos sobre una piedra del río apareció, completo, el cuerpo de un hombre que al parecer es su primo “El Chino”. El grupo sonríe y suspira de alivio. De inmediato comienzan a especular sobre el lugar donde fue hallado el cuerpo. “No se podía pasar ahí, eso quiere decir que ellos han de haber pasado con los lazos, colgados”, dice un hombre con playera a rayas, alto, con un cubrebocas rodeándole el cuello. “Ahí no vamos a poder entrar muchos porque está la cañada y de ahí está la piedra. Fácil son como unos veinte metros para abajo”, replica otro señalando con la mano un descenso empinado. Óscar interrumpe de nuevo y en medio de la expectativa por lo que está a punto de pedir, se escucha el canto de un gallo. Todos, hombres y mujeres, le han rodeado formando un círculo, y casi todos están de pie excepto un hombre mayor que el resto, que bebe un vaso con agua y a quien a simple vista, se le nota cansado. “Que esto no salga de aquí hasta que sea una seguridad”, y todos asienten con la mirada en el piso. Los hombres, aún con las marcas de lodo sobre sus ropas, guardan tortas y botellas de agua en sus mochilas; en las manos llevan palas, cuerdas, y machetes. Antes de que las camionetas que han abordado se pierdan de vista al fondo de la calle, las mujeres les profieren bendiciones. “Hay muchas esperanzas y no perdíamos la fe de encontrarlo” dijo Óscar, antes de salir, en busca de un cadáver. “Ojalá y Dios quiera que sea”.

Huauchinango Foto: Marlene Martínez

Huauchinango
Foto: Marlene Martínez

88, LA VIDA SIGUE.

Unos 50 metros arriba de Ixpancruz, el último de los pueblos asentado sobre este camino, la lluvia ha dejado una pendiente de casi 90 grados. Con la habilidad de quien ha nacido en la impronta del bosque Ismael escala la vertical, y mientras su mamá apenas lanza los primeros gritos de reprenda, el niño de unos seis o siete años ha avanzado ya varios metros hacia arriba. Bajo Ismael queda apenas la mitad de la carretera y sobre ella una mariposa 88 aprovecha el nulo tránsito para agasajarse con la mitad de una manzana que sobresale de entre las piedras. Huauchinango es, tras Earl, un paisaje de raíces desnudas. De vez en cuando, como en el 99, la naturaleza recupera territorio y cobra cara la factura del olvido.

La vida sigue. El canto de los pájaros sigue. Llueve sobre mojado.

Ixpancruz, Tlaola Foto: Marlene Martínez

Ixpancruz, Tlaola
Foto: Marlene Martínez

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Autor Lado B
Tuss Fernández
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