Lado B
Del enojo a la transformación social
Estamos -lo hemos escrito en esta educación personalizante- en un país desmoralizado, un México con un bajo deseo de vivir humanamente, democráticamente, justamente. Estamos en una sociedad desencantada
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
14 de junio, 2016
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.

Mahatma Gandhi.

[dropcap]E[/dropcap]stamos -lo hemos escrito en esta educación personalizante- en un país desmoralizado, un México con un bajo deseo de vivir humanamente, democráticamente, justamente. Estamos en una sociedad desencantada –dice Krauze en su ensayo del mes pasado en Letras libres-, vivimos desanimados –sin ánima, sin alma- por la impunidad que campea en todos los ámbitos de la vida nacional, contribuyendo a la descomposición de nuestro tejido social.

Pero estamos también sin duda en una sociedad enojada, indignada, llena de ira y descontento. Estamos en una sociedad cada vez más furiosa contra el sistema corrupto y corruptor que nos tiene enredados, atrapados en la oscuridad de un callejón sin salida donde el crimen organizado se apodera de todas las estructuras sociales y se vuelve cultura: se configura en un conjunto de significados y formas de valorar distorsionadas que determinan la forma en que casi inevitablemente estamos viviendo cotidianamente.

Incluso el Presidente de la República habló recientemente del “mal humor social” que “dicen” que existe en el país, aunque a pesar de señalar este estado de ánimo lo minimizó diciendo que resulta inexplicable dado que el país avanza y está progresando.

En otros sectores de la sociedad civil se plantea también y con mayor énfasis el descontento y la ira social que envuelve nuestras relaciones e incluso se apela a esta emoción colectiva como motor de cambio, apostando porque se vuelva la energía que dinamice procesos de castigo a todos los culpables de esta situación de mal estructural en que vivimos, promoviendo que no haya “perdón ni olvido” para quienes tienen al país postrado en la violencia y la inseguridad. Este lema se ha vuelto tan aceptado colectivamente que incluso se ha tomado como bandera política por gobernantes o candidatos que quieren hacer patente su compromiso con la justicia.

De tal modo que si queremos describir sintéticamente el ánimo social que impera entre los mexicanos en estos años que vivimos, podemos plantear la relación dialógica entre desmoralización y descontento, entre desaliento y enojo, entre desesperanza e indignación.

A propósito de este tema, resulta sumamente relevante la reflexión que planteó el pasado viernes 3 de junio la filósofa norteamericana, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2012, Martha Nussbaum en el marco del Congreso Internacional de Cultura organizado por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.

Nussbaum tomó como punto de partida el análisis aristotélico del sentimiento de enojo o ira entendido como “respuesta a un daño significativo que contiene un sentimiento de retribución (venganza)”. De manera que quien siente la ira es alguien que ha sido dañado significativamente, muchas veces en términos de perder el estatus o el respeto social y que por ello responde con molestia y siente la necesidad de ser compensado a través del castigo de quien le infringió el daño.

El deseo de ser retribuido no opera igual en cada persona o grupo social y adquiere diversas formas de manifestarse que van desde el deseo de venganza por propia mano –que hemos visto manifestarse recientemente en casos de linchamiento a delincuentes por parte de comunidades-, hasta la apelación a la justicia divina o al castigo por parte del Estado o simplemente el deseo de arruinar de alguna forma la vida de quien ha hecho daño.

En el nivel social y político, afirmó la intelectual estadounidense, los antiguos griegos construyeron instituciones que hacían operante la respuesta al enojo o la ira social hacia quien cometía algún delito mediante el castigo y la violencia que se convirtieron en la forma más efectiva para combatir el crimen.

Esta manera de entender la justicia fue heredada por las democracias occidentales que viven todavía bajo este principio de que “la ley castigue a manera de justificar el espíritu de la ira”. Sin embargo, este punto de vista “es erróneo, aún cuando se crea que este sentimiento puede ser parte de la transformación”.

[pull_quote_right]“Gandhi trabajó el tema de la no violencia; King habló que el uso de la esta podía permitirse en defensa propia y Mandela aún cuando uso la violencia en cierto punto de su movimiento (por cuestiones estratégicas), regreso al no uso de la misma, ya que confiaba en que ese era el camino adecuado”.[/pull_quote_right]

La doctora Nussbaum planteó en su conferencia que el análisis de la ira es el medio que puede ayudarnos como sociedad a construir otra filosofía sustentada en la serenidad y la generosidad, trascendiendo ese deseo de retribución que es “…algo muy humano” que nos hace suponer que “…la proporción entre el castigo y la ofensa de alguna manera nos compensa, sólo que ello no es cierto”.
De este análisis se desprende el hecho de que no es posible ni sano reprimir o evitar la ira o la indignación pero hay que asumirla y partiendo de ella, generar lo que llamó “sentimientos de transición” que nos permitan canalizar la furia hacia delante, en lugar de orientarla hacia el logro de la retribución o la venganza.

Existen casos históricamente ejemplares de esta forma distinta y creativa de canalizar el enojo. En su reflexión ella planteó los movimientos de Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela como emblemas a nivel global de esta nueva perspectiva.

“Gandhi trabajó el tema de la no violencia; King habló que el uso de la esta podía permitirse en defensa propia y Mandela aún cuando uso la violencia en cierto punto de su movimiento (por cuestiones estratégicas), regreso al no uso de la misma, ya que confiaba en que ese era el camino adecuado”.

En su muy conocido e inspirador discurso: I have a dream (Tengo un sueño), King ejemplifica el reconocimiento y la expresión de la ira y la indignación al señalar todas las afrentas a las que se vio sometida la población negra de los Estados Unidos. Sin embargo el discurso avanza hacia los sentimientos de transición para plantearse como salida, no la venganza o la retribución de los daños recibidos sino la construcción creativa y fraterna de un mundo en el que los niños blancos y negros puedan tomarse de la mano y jugar juntos como hermanos.
“Es importante encontrar esta transición de la ira a mirar hacia delante y construir un mejor mundo” si queremos salir de la espiral de incomprensión, intolerancia, exclusión y violencia en que vivimos hoy en el planeta.

Como bien afirmaba Gandhi, si nos mantenemos en la visión del “ojo por ojo”, el mundo acabará quedándose ciego. Resulta indispensable en cambio construir esta nueva perspectiva desde la cual, sin reprimir o negar la ira personal o social, se pueden construir sentimientos adecuados para trascenderla y mirar creativamente al futuro con la compasión y la generosidad necesarias para no buscar la retribución a los daños recibidos sino la edificación de un mundo de paz y de justicia.

Esto implica un gran desafío para los educadores que debemos emprender la tarea de formar a los nuevos ciudadanos en el reconocimiento y expresión de la indignación que se canalice de manera constructiva hacia la instrumentación de propuestas de transformación social.

Para lograrlo resulta indispensable la enseñanza de la comprensión que combate el egocentrismo, el etno y sociocentrismo y el espíritu reductor y construye identidad terrenal y ciudadanía planetaria. La enseñanza de la comprensión no es un asunto meramente racional sino que requiere de una educación emocional efectiva y pertinente que lleve a los estudiantes al reconocimiento del enojo y a la construcción de esos sentimientos de transición indispensables para canalizar este enojo de manera creativa y cooperativa hacia la construcción de una sociedad más humana y más digna para todos.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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