Lado B
Esperanza de humanidad I: Individuo
Dediqué las tres últimas semanas de esta Educación personalizante a plantear algunos elementos que considero configuran la crisis de humanidad en que estamos viviendo hoy. Esta crisis de humanidad es profunda y radical y está planteando desafíos nunca antes vistos para los seres humanos, incluyendo el de la supervivencia en el planeta.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
25 de mayo, 2016
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“¿Podremos inhibir la megalomanía humana y regenerar el humanismo?…

¿Podrá proseguir la hominización como humanización?

¿Será posible salvar a la humanidad realizándola?

Nada está seguro: tampoco lo peor”

Edgar Morin. Método VI: La humanidad de la humanidad, p. 330.

[dropcap type=»1″]D[/dropcap]ediqué las tres últimas semanas de esta Educación personalizante a plantear algunos elementos que considero configuran la crisis de humanidad en que estamos viviendo hoy. Esta crisis de humanidad es profunda y radical y está planteando desafíos nunca antes vistos para los seres humanos, incluyendo el de la supervivencia en el planeta.

Como toda crisis, la crisis de humanidad que hoy enfrentamos está llena de problemas y de situaciones deshumanizantes que parecen no tener salida. Pero como toda crisis, el momento actual está también lleno de oportunidades de metamorfosis porque como afirma bien Edgar Morin, “nada está seguro: tampoco lo peor”.

Es bien sabido que la etimología del término crisis nos remite a la palabra decisión. El verbo griego krinein que le da origen, significa separar o decidir. Un momento de crisis es entonces un momento crucial y decisivo, un tiempo para analizar, criticar y decidir.

Es por ello y porque como he afirmado aquí en varias ocasiones estoy convencido de que la Educación es la profesión de la esperanza –como la definía Xabier Gorostiaga S.J.- que no quedaría satisfecho con plantear solamente el lado oscuro de la moneda y dejar de lado la otra verdad profunda, contraria a la de la crisis de humanidad que he esbozado sintéticamente en las tres entregas previas. 

Voy a tratar ahora –también en tres entregas organizadas según la triunidad humana de individuo-sociedad-especie con la que Morin define al ser humano- de desarrollar algunos elementos que pueden sustentar la esperanza de humanidad que nos mantenga activos y diligentes en el compromiso de educar para transformar esta realidad decisiva en la que nos encontramos, para construir en este cambio de época las condiciones para la probabilidad emergente de humanización en el futuro.

Empezamos hoy hablando de la esperanza de humanidad en la dimensión del individuo.

“El desear vivir alimenta el buen vivir, el buen vivir alimenta el desear vivir. Uno y otro, juntos, abren el camino de la esperanza”, afirman Hessel y Morin.

La paradójica realidad del individuo humano de hoy se encuentra en que a pesar de la creciente desmoralización social, del bajo deseo de vivir que como colectividad se vive hoy y que se manifiesta en el desaliento y el escepticismo respecto de las posibilidades de cambio real en la política de impunidad, corrupción y violencia, los sujetos humanos están hoy mucho más sensibles y abiertos al deseo de vivir bien -aunque muchas veces este deseo se canalice de manera inadecuada absolutizando el confort y el consumo o asumiendo como el criterio último la propia opinión y satisfacción- y manifiestan de muchas maneras este deseo que en cierto grado y para los sectores que tienen las posibilidades mínimas de bienestar llevan al buen vivir que a su vez retroalimenta el deseo de vivir.

El ser humano de hoy es mucho más consciente de este deseo de vivir y de la legítima necesidad de generar un proyecto de felicidad personal que se manifiesta en el cuidado de la salud mediante el ejercicio y la alimentación sana, la generación de momentos de esparcimiento, recreación y descanso; el acceso al arte y la belleza natural y cultural, la búsqueda de espacios de desarrollo espiritual, etc.

Como afirmamos en la primera entrega dedicada a la crisis de humanidad, “es indudable que hoy nos gusta vivir porque hemos aprendido que disfrutar la vida no es pecado, que la vida no es necesariamente un valle de lágrimas que hay que soportar sino que puede ser un proyecto, una aventura por construir. 

“Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma».

Pablo Neruda. Poema 12.

Una dimensión de este gusto por vivir que genera la buena vida que a su vez regenera el gusto por vivir es que hoy nos gusta amar, nos gusta sentir, nos gusta expresar lo que sentimos y valoramos la sabiduría de nuestro tejido emocional. Estamos despertando de los sueños de la razón – o mejor dicho del racionalismo- que generaron verdaderos monstruos como afirmó Goya. Estamos en una época en la que, con todo y los excesos emotivistas, hemos rescatado la riqueza de lo afectivo y de la relevancia enorme de educarlo. La inteligencia emocional es un término producto de este momento de cambio de época y no es cosa menor porque uno de los graves problemas del mundo actual es la hegemonía de una racionalidad –sobre todo económica- desencarnada y despojada de sentimientos.

Soy hombre: duro poco

y es enorme la noche.

Pero miro hacia arriba:

las estrellas escriben.

Sin entender comprendo:

también soy escritura

y en este mismo instante

alguien me deletrea.

Octavio Paz.

Nos gusta vivir y este gusto por la vida nos ha hecho recobrar la dimensión de la trascendencia. Porque a pesar de la crisis de las religiones históricas en ningún momento se ha vivido tal auge de búsqueda espiritual como en este caótico, diferenciado pero poco integrado inicio del siglo veintiuno. Somos humanos, nos hemos dado cuenta como nunca que duramos poco pero también hemos vuelto a mirar hacia arriba y redescubierto que las estrellas escriben, que somos escritura y que alguien, en cada momento, nos deletrea porque somos parte de un drama colectivo y milenario que continúan escribiéndose hoy y que aspira a seguir escribiéndose siempre.

El ser humano de esta crisis es un ser que ha vuelto a hacer consciencia de su vulnerabilidad, de su grandiosa pequeñez en el contexto de un universo que nos trasciende y nos llama a lo absoluto, de una vida que es finita pero que se abre a lo infinito.

“No tenemos que buscar la omnipotencia de la mente. Tenemos que buscar su pertinencia. Tenemos que querer hacerla salir de las miopías y fragmentaciones que se le han impuesto culturalmente. Tenemos que querer hacerla intervenir para la salvación del porvenir humano” dice Morin en La humanidad de la humanidad. El ser humano de hoy se ha dado cuenta de lo inútil y peligroso que resultó el proyecto moderno con su búsqueda de omnipotencia de la mente y ha hecho consciencia de la necesidad de buscar más bien la pertinencia de la mente para orientarla hacia la resolución de los problemas más urgentes de humanización de la humanidad, de la salvación del futuro humano hoy puesto en duda por la emergencia ambiental, económica, social, cultural y espiritual en que vivimos.

Estos son algunos signos de esperanza de humanidad en este tiempo de crisis de humanidad que nos ha tocado vivir como ciudadanos planetarios del cambio de época. En ese carácter tenemos el compromiso, sobre todo los educadores, de potenciar al máximo estas manifestaciones del deseo de vivir humano, orientando estas tendencias en lugar de descalificarlas con etiquetas que surgen de nuestros viejos paradigmas.

Nuestro compromiso como profesionales de la esperanza consiste en sembrar probabilidades de emergencia de un mejor porvenir para la humanidad que consistirá en que “…la mente jugará con su cerebro como un pianista virtuoso toca su piano, para sacar de él las más bellas posibilidades…” y tratar de revertir las tendencias del  porvenir funesto, que “…es aquel en el que la mente humana lo controlaría todo, salvo a sí misma”.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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