Lado B
Pasos para aprender danzón a los 14 años
Golpes resonantes, golpes secos, golpes húmedos, golpes tropicales, esa resonancia que se deriva de un timbal y tiene que retenerse en la piel para bailar danzón. Esa es la instrucción número uno para desmenuzar este género y sumergirse en él. Eso escuché a los 14 años en una plaza de Veracruz.
Por Diana Edith Gómez @tras_lucido
25 de febrero, 2016
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Diana Gómez

@dianaegomez

[dropcap]G[/dropcap]olpes resonantes, golpes secos, golpes húmedos, golpes tropicales, esa resonancia que se deriva de un timbal y tiene que retenerse en la piel para bailar danzón. Esa es la instrucción número uno para desmenuzar este género y sumergirse en él. Eso escuché a los 14 años en una plaza de Veracruz.

En ese entonces también supe que esto debe bailarse erguido, sin doblar las rodillas. Se necesita sentir los redobles, y las manos deben deliniear un cuadro perfecto que poco a poco se dibuja y se compagina con los pies y se barniza con lentas miradas. María Rojo lo explica en la película en Danzón.

El danzón es de los géneros en el que son necesarias matemáticas y física para gozarse. Basta con pensar en su introducción y sus intermedios para darse cuenta que el espacio que se ocupa bailando es una franja insuperable. Como si se tratara de una línea trazada en la mente de quien mueve los pies.

Hoy en esta columna este baile viene a colación por su complejidad y su casi extinción, tomando en cuenta dos cuestiones su lugar de nacimiento, Veracruz, que resulta ser una cuna curiosa de un sonido que vino desde Haití y cruzó los salones más finos para aterrizar en nuestros puertos; y su expresión sexual, provocada por una danza que pareciera pasada de moda, pero que puede abrir la brecha de nuestros deseos. Todo esto acompañado de una de las etapas más incomodas de la vida, la pubertad.

La plaza de Tlacotalpan fue el recinto que me enamoraría un poco del género. No comprendía muchas cosas, es decir por un lado estaba el olor a alcohol, sudorosas casas, un primer desamor y mucho Agustín Lara por el aire, del otro lado, estaba el protagonista, un ramillo de parejas bailando danzón.

Hay algo entre esa ignorancia de los 14 años y el género, que compite con todo un siglo de diferencia. Eso se llama asombro y esa palabra puede tatuarse en una etapa tan difícil y escandalosa, hasta tomarle un cariño y encontrarle un significado.

Así pues, tratando de explicar el danzón con las matemáticas a alguien de 14 años, tenemos que su bella estructura musical se divide en una introducción de 16 compases. Una primera parte de 16, intermedio de 16, segunda parte de 32 y otro intermedio de 16. La clase comienza a entenderse cuando suena “Las Alturas de Simpson”.

Esta canción marcaría el inicio del género, la fecha, primero de enero de 1879, bajo la autoría de Miguel Faílde, quien envolvería –en Cuba- como en caja de regalo dos timbales, un güiro criollo, dos violines, un contrabajo y dos clarinetes. Aunque a Veracruz este llegaría más tarde y los antogüos salones se trasmutaron en calles acobijadas por un calor violento.

Sumando el bochorno y el rubor de un pueblo tan ilustrado como Tlacotalpan, la sexualidad sale a flote desde el rio Papalopan, porque se trataba de un baile lento que no requería un tacto directo y brusco, sino todo lo contrario: una distancia que te permite palpar el aliento de tu pareja mientras las miradas se acercan y se alejan.

Como lo habíamos abordado en la columna anterior, el Mambo y el Danzón en México fueron parte de una cultura cinematográfica que definiría toda una época, y que poco tenía que ver con lo que se escuchaba y sentía en Cuba o Argentina. Ahí la radio y el cine fueron parte importante para llevar el género a la piel y los poros de varias generaciones.

Después de contar esto tal vez alguien con 14 años puede entender un poco lo que es bailar danzón, y tal vez logre inyectarle al soundtrack de su pubertad, una fase que suena fea desde el nombre pero que nos abre la puerta a grandes asombros, como los que puede ofrecer este género.

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Autor Lado B
Diana Edith Gómez
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