Lado B
De los actos a los impactos. El reto de las universidades socialmente responsables
Como dice Beck, paradójicamente las fuentes de los peligros de nuestros tiempos ya no brotan como en el pasado de la ignorancia sobre los fenómenos de la naturaleza y de la vida humana sino por el contrario, del cada vez más especializado conocimiento científico que se traduce en un dominio cada vez mayor del mundo natural y de la dinámica social.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
01 de diciembre, 2015
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

 «Las fuentes de los peligros de hoy ya no brotan de la ignorancia si o del saber, ya no de un dominio insuficiente de la naturaleza sino de un dominio perfeccionado de ella misma».

Ulrich Beck. La sociedad del riesgo.

Como dice Beck, paradójicamente las fuentes de los peligros de nuestros tiempos ya no brotan como en el pasado de la ignorancia sobre los fenómenos de la naturaleza y de la vida humana sino por el contrario, del cada vez más especializado conocimiento científico que se traduce en un dominio cada vez mayor del mundo natural y de la dinámica social.

Esta idea ya era postulada por el antiguo prepósito general de los jesuitas, Pedro Arrupe S.J.  en los primeros años de la segunda mitad del siglo veinte cuando decía que “Hoy es ya evidente que el hombre podría hacer que este mundo fuese más justo, pero no quiere”. De este modo, podemos estar ciertos de que la solución a los grandes problemas de la crisis civilizatoria están en manos del ser humano, dependen de la voluntad humana.

Sin embargo es necesario analizar de qué manera debería entenderse la afirmación de que la solución a los grandes problemas de la humanidad depende de la voluntad humana porque esto puede interpretarse de una forma simplificadora que lleva a planteamientos que sostienen que basta entonces con que cada uno ponga de su parte y haga las cosas de manera correcta –sin contaminar ni destruir la naturaleza, sin agredir a los demás, sin abusar económicamente, etc.- para que la profunda crisis de la humanidad que como afirman Morin y otros autores está poniendo en riesgo nuestra supervivencia como especie, se resuelva.

Pero el asunto de la respuesta a los desafíos del cambio de época que reclama soluciones urgentes y radicales para cambiar la tendencia a la destrucción de la naturaleza y la deshumanización de la humanidad no es simplemente de responsabilidad moral sino de responsabilidad social. De manera que resulta crucial distinguir estos dos tipos de responsabilidad para que la educación del futuro deje de ser parte del problema y se vuelva parte de la solución para “salvar a la humanidad, realizándola”.

Como plantea el filósofo francés Francois Vallaeys, la diferencia fundamental entre responsabilidad moral y responsabilidad social estriba en que la primera es cuestión de actos humanos individuales y la segunda, de impactos sociales sistémicos, por lo que la búsqueda de soluciones a los problemas de nuestra civilización en decadencia está en la voluntad colectiva –responsabilidad social- que parte del análisis de los impactos y requiere compromisos estructurales para el cambio sistémico lo cual implica también la voluntad personal –responsabilidad moral- para la toma de decisiones por parte de los diversos actores sociales, sobre todo los que tienen algún cargo que implique autoridad y poder, pero no puede concebirse desde esta dimensión individual.

Porque como afirma el mismo Vallaeys, por más que el mundo tenga a los mejores jugadores, si la cancha está desnivelada y dañada resulta imposible obtener un buen juego. Es indispensable contar con jugadores que se empeñen en enderezar y restaurar la cancha, antes que en jugar bien en las condiciones actuales.

El paso de la responsabilidad moral a la responsabilidad social hace que la responsabilidad se ensanche de manera que se producen dos transiciones:

-De la responsabilidad limitada a los actos a la responsabilidad extendida a los impactos de los actos.

-De la responsabilidad limitada a los actores a la corresponsabilidad entre todos los interactores.

Cuando se producen estas transiciones, la responsabilidad social se convierte en un operador de creatividad política, capaz de generar progresivamente nuevas redes de cooperación para construir una sociedad responsable de sí misma.

Esto es lo que requiere el mundo de hoy para poder iniciar la reforma profunda que genere las condiciones de posibilidad de un verdadero giro copernicano hacia la salvación de la humanidad mediante su humanización.

A nivel social, este paso de la responsabilidad moral a la responsabilidad social requiere que los gobiernos, las empresas, las instituciones y organizaciones dejen de mirarse como actores aislados y de esforzarse por transformar y mejorar sus acciones –actos- internos para generar redes de colaboración que analicen los ciclos de esquemas de recurrencia de actividades globales producto de la interacción entre todas las instancias sociales no solamente a nivel de las naciones sino del mundo global y los impactos ambientales, económicos, sociales y culturales que estos ciclos generan.

En el terreno de la educación y especialmente en la educación superior este cambio implica también un cambio en la escala de la mirada con que se asume el compromiso formativo de los profesionistas del futuro. Un cambio de la mirada simplificadora centrada en la responsabilidad moral que lleva a los discursos, estrategias curriculares, procesos aúlicos y programas institucionales orientados hacia la formación ética profesional hacia la mirada compleja que sin dejar de buscar esta formación ética de cada estudiante para hacerlo un profesionista responsable de sus actos, amplíe su perspectiva de preocupación y acción hacia los discursos, estrategias curriculares, procesos aúlicos y programas institucionales que por un lado formen profesionistas capaces de analizar los impactos de su acción en el marco más amplio del sistema mundo en que vivimos y por otro reinventen la institución universitaria para volverla una organización sistémicamente sostenible.

Visto desde la perspectiva de Morin, este cambio no es programático sino paradigmático y tiene que ver con el paso de una ética unidimensional simple –la de la responsabilidad moral- hacia una ética tridimensional compleja –la de la responsabilidad social- que se concibe como autoética –ética individual orientada por la responsabilidad moral-, socioética –ética social orientada por la responsabilidad social próxima- y antropoética –ética del género humano orientada por la responsabilidad planetaria-.

La Responsabilidad Social Universitaria (RSU) tiene que contemplar entonces los impactos educativos –la dimensión de docencia o formación-, los impactos sociales –la dimensión o función de extensión-, los impactos laborales y ambientales –la dimensión o función de gestión- y los impactos cognitivos –la dimensión o función de investigación- que implican la revisión de la visión epistemológica que orienta el quehacer universitario.

El compromiso de las universidades en términos de RSU incluye cuatro procesos clave:

  1. Producción democrática de conocimiento en comunidad (Investigación basada en la comunidad)
  2. Formación ética de los estudiantes mediante el aprendizaje en comunidad (aprendizaje servicio)
  3. Participación de la universidad en la construcción de políticas públicas consensuadas entre 
actores sociales en sinergia.
  4. Universidad social y ambientalmente ejemplar administrada en forma participativa.

Este es el gran reto de reinvención de la universidad que está pidiendo el siglo veintiuno desde el planteamiento hecho por Vallaeys la semana pasada en Puebla en el marco de la Conferencia Internacional de Educación Superior 2015 organizada por ANUIES que tuvo como institución anfitriona a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Un reto que ojalá todas las universidades se atrevan a asumir.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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