Lado B
¿Qué hacemos con el miedo?
Qué haremos con el miedo? Más o menos en estos términos se planteaba un comentario de una amable lectora, amiga de una amiga, que en las redes sociales reaccionó ante el texto publicado en esta columna la semana pasada acerca de la muy lamentable necesidad actual de educar desde el miedo y contra el miedo en nuestra sociedad mexicana caracterizada por la violencia e invadida cada vez más por la cultura de la muerte.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
19 de agosto, 2015
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“…¿cómo desmenuzar plácidamente el miedo
comprender por fin que no es una excusa
sino un escalofrío parecido al disfrute
sólo que amarguísimo y sin atenuantes?

los suicidas no tienen problemas al respecto
deciden derrotarse y a veces lo consiguen
entran en el miedo como en una piragua
sin remos y con rumbo de cascada

son los descubridores del alivio
pero la paz les dura una milésima

tampoco los homicidas se preocupan mucho
limitan el miedo a una coyuntura
desenvainan la furia o aprietan el gatillo
y todo queda así simplificado y yerto

pero los demás o sea los que venimos
tironeados por la maravilla
y perseguidos por el horror
los demás o sea los compinches de la duda…

…los necesitados de alegría…

…ésos qué haremos con el mundo
sino asediarlo a escaramuzas
desmenuzarlo con las uñas
extinguirlo con el resuello
desmantelarlo a mordiscones
hacerlo trizas con la mirada
dar cuenta de él con el amor
estrangularlo…”
Mario Benedetti. Preliminar del Miedo (Fragmento).

[dropcap]¿Q[/dropcap]ué haremos con el miedo? Más o menos en estos términos se planteaba un comentario de una amable lectora, amiga de una amiga, que en las redes sociales reaccionó ante el texto publicado en esta columna la semana pasada acerca de la muy lamentable necesidad actual de educar desde el miedo y contra el miedo en nuestra sociedad mexicana caracterizada por la violencia e invadida cada vez más por la cultura de la muerte.

Reacción lógica puesto que en efecto, lo compartido la semana pasada con ustedes fue una especie de arrebato lírico, una catarsis personal que buscaba poner en palabras lo que creo que muchos sentimos hoy en lo profundo de nuestra consciencia ante la avalancha de acontecimientos de violencia e inseguridad, de impunidad y cinismo que nos rodean.

Pero después de este desahogo, de este reflejar y reflejarnos en el sentir miedo, de asumir que tenemos miedo pero identificar todavía una pregunta en nuestros ojos y un grito no gritado en nuestra boca que nos siguen impulsando a levantarnos cada mañana y empeñarnos a seguir luchando por una educación que humanice a pesar del miedo y en contra del miedo, la pregunta lógica es precisamente: ¿Qué hacemos con el miedo? ¿Cómo combatir el miedo? ¿Cómo hacer para seguir cultivando esa pregunta y tratar de gritar ese grito?

Como ciudadanos y como educadores tenemos ante nosotros varias salidas tal como lo plantea el poema de Benedetti que venturosamente llegó en mi auxilio –el regalo invaluable de la poesía como única prueba concreta de la existencia del hombre– al tratar de elaborar una respuesta.

Tenemos por un lado la salida falsa de adoptar la actitud del suicida que nos evita o nos evade de los problemas. Decidir derrotarnos, dejarnos vencer por el miedo y entrar en él “…como en una piragua, sin remos y con rumbo de cascada…” Tenemos esa opción de asumirnos impotentes ante el miedo, víctimas del sistema e incapaces de hacer algo por cambiarlo y descubrir entonces el alivio, el alivio y la paz que nos durarán una milésima porque el miedo seguirá ahí, latente, acechante, buscando la primera oportunidad para volver a manifestarse.

También existe la salida del homicida, la del que cree que vencerá el miedo sumándose a la dinámica que lo produce y reproduce sin cesar. Limitar el miedo a una coyuntura y desenvainar nuestra furia en las aulas volviendo víctimas a nuestros alumnos para no victimizarnos a nosotros mismos, volviendo víctima a la sociedad de una dinámica en la que el miedo no solamente no desaparecerá sino que se irá multiplicando como hasta ahora, de manera sorda e inevitable. Apretar el gatillo de nuestra propia violencia contenida y hacer que el miedo sea el detonador que nos ayude a dejar todo “simplificado y yerto”.

Pero asumiendo que la mayor parte de los educadores somos parte de “los demás, o sea (de) los que venimos/ tironeados por la maravilla/ y (vivimos hoy) perseguidos por el horror…” Nosotros, los demás, “…los compinches de la duda…los necesitados de alegría…” ¿Qué haremos con el mundo? ¿Qué haremos con el miedo?

[pull_quote_right]La realidad es mucho más compleja y desafortunadamente menos susceptible a estas visiones optimistas ingenuas de la vida humana y social.[/pull_quote_right]

Parece obvio que la primera respuesta es que no hay una receta, que es imposible tener una respuesta acertada y generalizable ante estas interrogantes. No es viable ni congruente con la visión de educación personalizante que parte de la visión del ser humano como ser incompleto, precario y en proceso, como un continuo ya y todavía no, hacer aquí un planteamiento de los que abundan en la literatura de lo que hoy llaman “superación personal” y decir que basta con cambiar nuestra actitud y decretar que no tenemos miedo para vencer y derrotar al miedo.

La realidad es mucho más compleja y desafortunadamente menos susceptible a estas visiones optimistas ingenuas de la vida humana y social.

Pero tal vez es posible decir dos o tres cosas que nos orienten, desde esta visión personalizante, en nuestra labor de educar desde el miedo y contra el miedo.

La primera de ellas es que la respuesta no está en negar el miedo o evadirlo y que además el miedo no es algo que haya que desaparecer sino que tenemos que descubrirlo en nosotros, “desmenuzarlo plácidamente” y descubrir su naturaleza y manifestaciones, sus efectos paralizantes sobre nuestra labor educativa que es por su propia naturaleza, revolucionante y contraria a la violencia y la desesperanza.

A partir de esta autoexploración que descubra, conozca y asuma el miedo que sentimos y sus efectos en nuestra tarea, cabría desde mi punto de vista aplicar uno de los planteamientos centrales del “Enfoque centrado en la persona” de Carl Rogers que nos dice que los sentimientos no tienen una carga moral, es decir, que los sentimientos no son buenos o malos en sí mismos sino simplemente sentimientos. De tal manera que sentir miedo no es algo malo y por ello no tenemos que combatirlo. El problema de los sentimientos, la implicación moral de lo que sentimos no está en el sentimiento en sí sino en lo que hagamos con él.

De esta manera, lo importante es aceptar el miedo y convencernos de que no es un sentimiento negativo o malo sino que es simplemente un efecto en nuestras emociones del mundo de violencia en que vivimos. A partir de esta aceptación y eliminación de la carga negativa, podremos decidir más lúcidamente qué podemos hacer con nuestro miedo, cómo vamos a actuar desde este sentimiento.

Los pasos anteriores seguramente nos liberarán de las tentaciones del suicida y del homicida y sus consecuencias en nuestra tarea educativa y podrán llevarnos a generar un proceso para volver nuestro miedo más inteligente, más razonable y más responsable como motor de valoraciones y acciones que nos sigan moviendo en la dirección de una educación que humaniza a nuestros educandos y trata de contribuir a humanizar a nuestra sociedad.

Sólo a partir de este miedo inteligente y responsable podremos ir “haciéndolo trizas con la mirada” y “dando cuenta de él con el amor”, que es aunque suene cursi, la manera más eficaz de estrangularlo o mejor dicho, de acabar con sus causas estructurales y culturales, porque el enemigo a vencer no es nuestro miedo ante la situación actual de violencia e impunidad sino las estructuras socioeconómicas, políticas y culturales que generan y reproducen esta situación.

Como diría Edgar Morin, esta misión parece imposible, pero la dimisión resulta igualmente imposible.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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