Lado B
Educar desde el miedo y contra el miedo
Vivo en un país dominado por el miedo, en una tierra en que se siembran odios y se cosechan diariamente montones de cadáveres de gente que está jugando el juego de la guerra, de gente que está luchando por terminar con el juego de la guerra y también de gente que estando al margen de este juego perverso, es víctima de aquéllos que se benefician de que nunca se acabe.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
12 de agosto, 2015
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Martín López Calva

@M_LopezCalva

“…Tengo miedo. Y me siento tan cansado y pequeño
que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)

Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.
No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada en medio de la tierra infinita!…”

Pablo Neruda. Tengo miedo.

[dropcap]V[/dropcap]ivo en un país dominado por el miedo, en una tierra en que se siembran odios y se cosechan diariamente montones de cadáveres de gente que está jugando el juego de la guerra, de gente que está luchando por terminar con el juego de la guerra y también de gente que estando al margen de este juego perverso, es víctima de aquéllos que se benefician de que nunca se acabe.

Vivo en una sociedad herida y rota, en un conglomerado de personas que diariamente están resignándose a que la vida consiste en cuidarse de los demás en lugar de convivir con los demás, en defenderse del otro en vez de acoger al otro, en ver al semejante como probable enemigo y por ello se ocupa de levantar muro sobre muro, barrera sobre barrera, reja sobre reja.

Vivo en un país en el que las escuelas han sido tocadas por el miedo, en el que los directores y profesores tienen que cuidarse y defenderse de los padres de familia y de los mismos estudiantes, en los que los estudiantes tienen que cuidarse de sus compañeros, en los que el nombre elegante de “bullying” que expresa la terrible realidad de la convivencia violenta, del reino del acoso y del abuso, se repite cada día más y se estudia cada vez más.

Vivo en un país en el que los gobernantes tienen miedo de gobernar, los responsables de la ley tienen miedo de aplicar la ley, los padres de familia y los maestros tienen miedo de educar, los niños y jóvenes tienen miedo de enfrentar la realidad y todos nos dedicamos a evadir el miedo encerrándonos en nuestros mundos particulares, cada vez más artificiales, cada vez más superficiales, cada vez más intrascendentes.

Vivo en una realidad en la que cada vez que pensamos que no se puede estar peor, surge algo que nos lleva a estar peor “que cuando estábamos peor”. Vivo en un túnel que parece no tener salida, en un pozo que parece no tener fondo, en un abismo que no parece tener final.

Me encuentro diariamente en la paradójica situación de quien se dedica a la profesión de la esperanza en un contexto marcado por la desesperanza, de quien trabaja en una actividad que requiere de optimismo y confianza en que el futuro puede ser mejor en una realidad social empañada por el pesimismo y la desmoralización que nos encierran en el presente y nos matan toda posibilidad de imaginar el futuro.

Como el poeta: “Tengo miedo y me siento tan cansado y pequeño” a veces, que en mi labor educativa puedo estar “reflejando la tarde” interminable y triste de este país en decadencia sin meditar en ella. Hago un alto y a veces con espanto descubro en el espejo que “en mi cabeza enferma no ha de caber un sueño…” así como en este cielo nacional hace tiempo que no ha podido caber una estrella que nos marque el rumbo, que nos indique que hay un horizonte más allá de esta lúgubre cotidianidad en la que los que deberían dirigirnos hacia el progreso no entienden nada y lo más grave, no entienden que no entienden nada y los que deberíamos presionar desde abajo para que las cosas cambien estamos como paralizados, desahogándonos en las redes sociales pero sin posibilidad de reconstruir un tejido social fuerte y proactivo más allá de la polarización estéril en que nos tiene encerrados.

[pull_quote_right]Vivo en una realidad en la que cada vez que pensamos que no se puede estar peor, surge algo que nos lleva a estar peor “que cuando estábamos peor”. Vivo en un túnel que parece no tener salida, en un pozo que parece no tener fondo, en un abismo que no parece tener final.[/pull_quote_right]

Pero como educador, como intento de educólogo, descubro a diario que a pesar de que es indudable que tengo miedo, existe una pregunta en mis ojos que sigue moviéndome a caminar y a pensar, “…hay un grito en mi boca que mi boca no grita…” pero que está ahí, ahogado pero vivo, latente, esperando la oportunidad o el momento para ser lanzado al viento buscando un eco que lo acepte y lo haga suyo.

Y es esta pregunta la que me hace levantar cada mañana y sentarme a pensar, a construir estrategias didácticas, a planear dispositivos de aprendizaje, a encontrar materiales, a buscar formas de crear ambientes de esperanza, de propiciar encuentros significativos para mis estudiantes, de volverme un intermediario para ponerlos en contacto con presencias transformadoras que los muevan a cambiar el miedo por la inquietud propositiva, la actitud defensiva por la propuesta creativa, el pensamiento conformista por la criticidad en movimiento.

Y es este grito el que me dice que debo seguir adelante. Este grito que debe ser gritado por mi boca en múltiples tonos, volúmenes y situaciones, con distintos énfasis y energía. Este grito que debe ser gritado aún en mis silencios prudenciales u obligados, gritado por escrito y en acciones sencillas pero persistentes y pertinentes que promuevan una educación desde el miedo que busque vencer el miedo.

La pregunta y el grito siguen dinamizando mi búsqueda en el miedo, desde el miedo y a pesar del miedo. Mi búsqueda de una educación que contribuya a regenerar el tejido social de un país en el que sea posible que todos tengan un espacio, que todos puedan ser comprendidos, que nadie sea excluido de la humanidad, que nadie sea usado como trampolín para ganar dinero, poder, fama o control.

Desde el miedo y por ello desde la empatía y comprensión profunda de mis colegas educadores que viven cotidianamente el miedo en sus espacios escolares, desde el miedo y por ello desde la solidaridad con todos los que hoy viven con miedo en sus hogares, en sus espacios de trabajo, en la calle y en el aula, nace este grito que mi boca a veces no puede gritar y emerge esta pregunta que a veces no logro formular con palabras.

Desde el miedo nace esta invitación a que asumiendo el miedo, encontremos nuestra propia pregunta y nuestro propio grito que nos sigan moviendo a generar educación de a de veras en un contexto social y cultural en que todo parece tener que ser de mentiras.

Desde el miedo y a pesar del miedo, construyamos una educación que sea capaz de derrotar al miedo, una educación que haga posible que “el diccionario detenga las balas” y que construya una sociedad en la que el miedo no sea nuestro sino de ellos, de los que promueven y sostienen el juego de la guerra, una sociedad en la que “…los que matan se mueran de miedo…”.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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