Lado B
Ricardo antes de la bala
Así era el joven a quien un policía le arrebató la vida de un balazo en la nuca, la madrugada del pasado 3 de mayo, en San Pedro Cholula
Por Aranzazú Ayala Martínez @aranhera
18 de mayo, 2015
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RicardoCadena01

Aranzazú Ayala Martínez

@aranhera

No conocí a Ricardo más que en fotos. He visto su perfil de Facebook, su cara en carteles y pancartas, su rostro en las noticias: una sonrisa, con una gorra de visera hacia arriba, una expansión en la oreja, delgado, sosteniendo el celular frente a un espejo, camisa abotonada hasta el cuello y pantalones entallados. Dos de sus ex maestras dicen que siempre recibía comentarios por la forma en que se vestía, sobre todo de profesores mayores. Y no sólo Ricardo, sino en general, pareciera que si un muchacho se viste de tal o cual manera entonces es malo, es pandillero o es graffitero: “delincuente”. Pero Ricardo no hacía graffiti, aunque con eso trató de justificarse el policía que le disparó en la nuca la madrugada del 3 de mayo, después de la gran pelea de box, cuando Ricardo salió de un bar.

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Su abuela paterna está sentada en la mesa de la cocina. Su casa, pegada a otras, está del lado derecho de un pasillo que desemboca en un patio que es un taller mecánico. En ese mismo patio fue velado Ricardo, el lunes cuatro de mayo de 2015. Toda esa semana, dice, se quedaron ahí amigos de su nieto. Estaba repleto: gente de la ciudad de México, compañeros de su escuela, jóvenes que patinaban y andaban en bicicleta. “Yo no sé cómo sean afuera, pero aquí todos fueron muy respetuosos”, dice la señora.

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Cuando tenía cinco meses, apenas un bebé, Ricardo era envuelto en el rebozo de su abuela y juntos iban en bicicleta a comprar las cosas del mandado. Así, hasta que Ricardo empezó a caminar y cuando veía que su abuela tomaba la bicicleta ya sabía que era hora de que salieran juntos por las compras. Cuando salió de la secundaria, hace tres años, su abuela le regaló la bicicleta de montaña para hacer acrobacias. No le importó que fuera cara, ahorró, juntó y le dio el regalo a su nieto. Al contarlo, la señora se debate entre la alegría del recuerdo y las lágrimas que le entrecortan, por instantes, la voz.

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Ricardo era muy cercano a su hermano Jonathan, de 15 años, quien lo acompañaba siempre. Su papá dice que iban juntos a todas partes. Cuando castigaba al menor, al que describe como más rebelde, Ricardo se solidarizaba y tampoco salía. Su primera novia se molestaba porque prefería al hermano y cuando se lo reclamó, él terminó la relación. La siguiente novia tuvo que acostumbrarse a salir siempre con Jonathan, dice el papá de Ricardo mientras sonríe.

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La mamá de Ricardo recibía diario un mensaje en el celular. Cuídate mucho, te quiero. Te quiero mucho mamá, cuídate. El papá de Ricardo ve fijamente hacia la mesa cuando lo cuenta. La mamá de Ricardo trabaja en la calle, es promotora de Coppel y le toca estar yendo y viniendo, pero no pasaba un día sin que supiera que su hijo estaba al pendiente de ella.

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La abuelita de Ricardo pide que se diga la verdad. Que no es porque sea su nieto y porque lo adoraba, porque lo adora todavía, sino porque en verdad era un niño muy noble, dice, muy compartido. No exigía nada, se conformaba con lo que le pudieran dar. No pedía de más. Se la pasaba en el internet y con sus amigos de la bicicleta. La señora calla por momentos. Repite que era un niño muy noble, otra vez.

Lo que más la atormenta es pensar en los últimos momentos de la vida de su nieto: qué habrá pensado y sentido. Dice que si uno cuando se va a caer, por instinto, reacciona y se asusta, que no se imagina a Ricardo Cadena, de 18 años de edad, con una pistola en su cabeza, antes de ser detonada por un policía, por el subdirector de seguridad pública que había pasado todos los exámenes de confianza.

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“Qué te puedo decir, era un adolescente. No era malo, era como todos los adolescentes”, dice una de sus maestras quien pidió que su nombre se quedara en el anonimato. Ella le dio clases de inglés durante un año, en el turno vespertino, y recuerda que en su materia sí era un alumno sobresaliente. Se sentaba hasta atrás, siempre, con su amiga Gaby, y se la pasaba dibujando. Está segura que no estaba tomando notas, pero siempre que le tocaba participar lo hacía bien, aunque tampoco participaba mucho. Un día le dijo que quería dedicarse a tatuar, ella le preguntó que qué necesitaba para ser tatuador profesional, que quizás una carrera de diseño o de dibujo, pero no sabe qué pasó con esa inquietud.

Su abuela y su papá dicen que quería estudiar una carrera técnica en Huejotzingo, que ya había ido a pedir informes y tenía planes de ir a pedir trabajo a la planta de Audi.

Antes ayudaba a su papá con los trabajos de carpintería. A veces se iba solo. Su papá dice que no sabe cuánto cobraba, pero en la noche le hablaba por teléfono para preguntarle qué querían de cenar, y se los llevaba.

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Sus maestras dicen que era galán y coqueto. Se juntaba con muchas chicas, que fueron las que más le lloraron. Era de los guapos de su generación, coinciden, cuando iba en el turno vespertino y también durante su último año de prepa, que estuvo en el matutino. Una dice que era muy sociable, que todos lo conocían y tenía muchos amigos. Le gustaba salir de fiesta (en redes sociales su nombre es “Sólo soy un borrachín”) y todos lo conocían. Se la pasaba con sus amigos en el zócalo de San Pedro, con la bicicleta y la patineta. Pero no era un mal estudiante. Tampoco el mejor: sus resultados de la prueba Enlace estuvieron dentro del promedio. Sin embargo, era uno de los alumnos menos conflictivo. Una de sus profesoras dice que tenía novia cuando le dispararon.

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En el México violento de hoy en día, el México violento de la guerra contra el narcotráfico, de los desaparecidos, de las ejecuciones a manos del crimen organizado, policías y militares, una muerte parece no sorprender más. Pero la muerte de Ricardo fue un asesinato: tres adolescentes saliendo de un bar en la noche, ven las patrullas, se asustan, corren. Uno regresa al bar, es sacado por los policías que lo golpean y lo detienen por varias horas. El otro logra huir pero ve cómo a su amigo lo alcanza el Subdirector de Seguridad Pública de San Pedro Cholula y le da un balazo en la cabeza. Porque sí, porque puede.

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Autor Lado B
Aranzazú Ayala Martínez
Periodista en constante formación. Reportera de día, raver de noche. Segundo lugar en categoría Crónica. Premio Cuauhtémoc Moctezuma al Periodismo Puebla 2014. Tercer lugar en el concurso “Género y Justicia” de SCJN, ONU Mujeres y Periodistas de a Pie. Octubre 2014. Segundo lugar Premio Rostros de la Discriminación categoría multimedia 2017. Premio Gabo 2019 por “México, el país de las 2 mil fosas”, con Quinto Elemento Lab. Becaria ICFJ programa de entrenamiento digital 2019. Colaboradora de “A dónde van los desaparecidos”
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