Lado B
EMILIANO GONZÁLEZ: EL ARQUITECTO DE PENUMBRIA
Miguel Antonio Lupián Soto
Por Lado B @ladobemx
17 de abril, 2015
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Miguel Antonio Lupián Soto 

@mortinatos

 Dentro del parque

de todos

hay otro

parque

secreto

que recorremos

los dos

El amor / Emiliano González

 

 

 

Emiliano González no es un parque sino toda una ciudad secreta. Una ciudad que para llegar primero tienes que cruzar el pantano verdinegro, rasgar la cortina de zarzas, tomar el empalme de los gnomos y cruzar el río Tang en la barca de un ceñudo Caronte. Una ciudad secreta llamada Penumbria, donde la realidad tiene la textura, el color y la luz de un cuadro, donde el cielo es un tinte sepia surcado por nubes que prometen tormenta (sin cumplir nunca su promesa) y donde acaban de dar, para siempre, las cinco de la tarde.

 

Pero, ¿quién es Emiliano González?

 

La semblanza que aparece en la solapa de Ensayos, colección de ensayos breves que el Fondo de Cultura Económica (FCE) publicó en 2009, versa así:

 

Emiliano González (México, 1955) estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores entre 1975 y 1976, así como del INBA/FONAPAS entre 1978 y 1979. Como poeta ha publicado La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988) y Orquidáceas (1992). Su obra narrativa comprende la novela Casa de horror y magia (1989) y el volumen de cuentos Miedo castellano (1973); es coautor de la antología El libro de lo insólito (1988). El libro de cuentos Los sueños de la bella durmiente le mereció el premio Xavier Villaurrutia 1978.

 

Penosamente esa semblanza tiene muchos errores. Almas visionarias no es un libro de poemas sino de ensayos. Orquidáceas se publicó en 1991. Casa de horror y magia no es una novela sino un libro de cuentos llamado Casa de horror y de magia. Miedo castellano no es un volumen de cuentos sino una antología llamada Miedo en castellano. Además de que olvida mencionar Neon City Blues seguido de La muerte de Vicky M. Doodle (2000) e Historia mágica de la literatura I (2007).

 

Esos pequeños errores (inexcusables tratándose de la editorial que ha publicado la gran mayoría de su trabajo) ejemplifican lo que sucede con la obra de Emiliano González: a pesar de su riqueza incuestionable, muy pocos la conocen o, los que sí, se hacen de la vista gorda por estar ligada a la fantasía y al erotismo, temas que, tristemente, siguen considerándose de segundo nivel en nuestro país.

 

Y, a pesar de que la más antigua se publicó en 1973, resulta imposible conseguir alguna de sus obras en las grandes librerías. Sólo hallarás Ensayos y una versión “rasurada” (conservaron todos los cuentos, pero eliminaron los grabados, poemas y epílogos) de Los sueños de la bella durmiente. Si eres un tipo con suerte, encontrarás alguna de las demás en librerías de viejo.

 

Aun así, para el círculo de escritores y lectores de literatura fantástica de nuestro país, que día con día crece y que ha obligado ya no sólo a las independientes sino también a las grandes editoriales a publicar y difundir este tipo de obras, Emiliano González es un autor de culto, que se transmite de boca en boca, mediante copias fotostáticas y archivos PDF.

 

Así, de boca en boca, en el diplomado de literatura fantástica, que imparte Ricardo Bernal, y contagiado del entusiasmo con el que mi ahora esposa, Ana Paula, se refería a él, conocí Los sueños de la bella durmiente, obra que me cautivó desde su título y que despertó en mí un instinto de cazador que me hizo buscarlo por todas las librerías de la ciudad. Después de un año, conseguí el ejemplar más valioso de mi biblioteca.

 

Los sueños de la bella durmiente es de esos libros que se pueden (y se deben) leer más de una vez, pues su valor no radica en los finales sorpresivos sino en la belleza con que se cuentan sus historias. Además de que, poco a poco, encontrarás referencias a otras obras fantásticas que en las primeras lecturas pasaron inadvertidas.

 

Vicente Francisco Torres, en la nota introductoria a Emiliano González, Material de Lectura, comenta:

 

Los sueños de la bella durmiente es un libro raro —por supuesto que el adjetivo invoca la célebre obra de Rubén Darío—, impresionante y magnífico. Uno sigue con verdadero placer todas las fantasías eróticas, delirantes, escatológicas, macabras y crueles que Emiliano González viste con esplendor.

 

Emiliano González es un autor raro, inclasificable, que trasgrede el canon, complicándole la vida a archivistas y críticos, que se aleja del folclor nacional, centrándose en sus personajes y en sus historias que bien pudieran ocurrir en la ciudad de México, Buenos Aires o París; es un arquitecto.

 

El más claro ejemplo de ello es Penumbria, ciudad radiante, del color de la miel, porosa; húmeda y cálida a la vez como un cadáver en descomposición, pero fascinante y bella como una hoguera; donde puedes deambular por sus callejuelas y sus muelles, visitar la tienda de antigüedades del perverso Mefisto, donde, bajo un techo del que cuelgan falos de trapo y en un ambiente cargado de porcelanas, prismas y baúles puedes dejar pasar el tiempo, sorpresa tras sorpresa y donde, apenas hallas lo que buscabas, una nueva maravilla te sale al paso, o visitar La mansión del Zu, taberna donde se bebe Zu, elixir que suelta le lengua y predispone al ensueño, y enterarte de la leyenda de la torre de Johan Rudisbroeck, tan alta que se pierde entre las nubes.

 

Esta extraordinaria ciudad, que bien podría estar a la par de R´lyeh y Carcosa, se construye en Rudisbroeck  o los autómatas, cuento con el que abre Los sueños de la bella durmiente y al que Alberto Chimal le dedica estas palabras en su sitio electrónico Las Historias:

 

Rudisbroeck o los autómatas: una de las narraciones fundamentales de la literatura fantástica mexicana, que es una veta invisible (o más bien ninguneada, hecha a un lado por una tradición literaria que en muchos aspectos no ha llegado aún al siglo XXI) pero que no deja de existir y de crecer incluso ahora.

 

En Los sueños de la bella durmiente encontramos guiños a Borges que, antes que ocultarse, se asumen abiertamente, con la misma osadía que el autor mostraba para saltar de la prosa al verso y con esos maravillosos pies de página, y al que le dedica diez miniaturas:

 

 

MINIATURAS PARA DEFINIR A BORGES

 

1
Espejo y laberinto: dos emblemas.Las arduas bibliotecas del insomnio.Jardines y penumbras. El demonio.Relojes y monedas y teoremas. 

2

Las voces insistentes del pasado.

Los ojos que no ven. La madre muerta.

Ociosas galerías y la puerta

sin llave, cerradura ni candado.

 

3

Heráclito bañándose en el río.

Verlaine y Ornar en una misma fosa.

Los ídolos de piedra y (rara cosa)

los pájaros azules del estío.

 

4

Fantasmas londinenses. Detectives.

Piratas y mendigos. El desierto

de Texas y de Arabia. Los que han muerto

en Maelstroms y en fantásticos declives.

 

5

El rayo y la tormenta de Alemania.

Los hombres en la luna. Las batallas

de hermano contra hermano. Las medallas

de Islandia, de Junín y de Britania.

6

Los libros que el incendio no consume:

Coranes y la Biblia… iluminados

por una tribu de ángeles. Los prados

que Buda cultivó en Igurazume.

 

7

Lemuria bajo un trópico de monos.

Imperios devorados por la selva.

Los cóndores infaustos. Madreselva

que asciende por abominables conos.

 

8

Tugurios del Islam, pestilenciales.

Horrores circulares. Las guitarras

del gaucho pensativo. Cimitarras

que siegan las gargantas imperiales.

 

9

Simbad y Gulliver, el Argonauta,

Ulises, Marco Polo: esos viajeros

ilustres y sus mapas embusteros

(y Wells, decimonónico astronauta).

 

10

El granulo de arena y el momento

del místico: lo eterno y lo infinito.

Lo escrito por los hombres y lo escrito

por Dios con agua y fuego y tierra y viento.

 

 


Escondido tras la cortina de zarzas, encontramos a Arthur Machen, autor muy presente en la obra de Emiliano González, que confiesa en Almas visionarias:

 

…Cuando a los quince años leí por primera vez algo de Arthur Machen, El pueblo blanco, se operó en mi interior un fenómeno extraño: mientras la realidad cotidiana se borraba, fui transportado a un espacio sagrado y salieron a flote, invocados por las palabras rituales del soñador galés, recuerdos de infancia que el temor había sumergido hasta lo más profundo del estanque de mi memoria. ¿Recuerdos…? Tal vez sería más justo decir sombras de recuerdos, pero esas sombras ejercían sobre mi espíritu una fascinación tal y estaban dotadas de un significado tan claro que tenían el valor de verdaderos recuerdos. Los poderes malignos del color blanco, y los no menos atroces del verde, acechaban tras esas brumas de la memoria.

 

Y al que en Los sueños de la bella durmiente le dedica, además de varios epígrafes, el siguiente poema:

 

ON READING ARTHUR MACHEN

 

penumbra verde y luego

llamándome en silencio

las ninfas del estanque

 

 

También encontramos a Lovecraft en La herencia de Cthulhu, cuento dividido en tres partes, donde la segunda es un poema dedicado al demiurgo de Providence:

 

H. P Lovecraft

 

Hay hombres que hablan solos son su sombra

Y clavan en la luna de jacinto

Dones de clara luz, color extinto,

Mas este nada sino espantos nombra.

Dudosa de su curso va la alfombra

Poblando de arabescos el recinto.

No hay nadie. Estoy aquí. No soy distinto

Al rey que hace prodigios y se asombra.

Del triste Marte en clámides de amonio

El Morador Fatal envió su frío

Mandato, que es un ángel o un demonio.

Una cosa perdí, sin ser su dueño:

Fantasma acaso, palidez de estío

Disuelta en el aroma de mi sueño.

 

 

Los sueños de la bella durmiente está dividido en dos partes:

Libro primero, La ciudad del otoño perpetuo

Libro segundo, La torre de los espejismos

 

El primero abre con (antecedido por una estampa llamada Altas bóvedas) Rudisbroeck o los autómatas, sin duda su cuento más celebrado; y el segundo cierra con La última sorpresa del apotecario. En ambos libros se mezclan cuentos, estampas, poemas y viñetas creando un ritmo cuyo fin es la ensoñación, un acercamiento a lo que la bella durmiente debió haber soñado.

 

A pesar de que las contraportadas de los libros suelen convertirse en falsas promesas, la de Los sueños de la bella durmiente, de la hermosa primera edición de la editorial Joaquín Mortiz, es bastante acertada:

 

Los sueños de la bella durmiente nos llevan del bosque azul de los simbolistas a los callejones tenebrosos del doctor Caligari (pasando por el castillo embrujado del romanticismo “frenético”) donde se desplazan los personajes de Emiliano González, con una lentitud que a veces se vuelve exasperante. Sus gestos de sonámbulo y sus ojos nublados por el opio nos transmiten ese escalofrío gozoso que nuestra literatura creyó relegar para siempre a los tiempos del modernismo. Las fantasías en verso que acompañan a los relatos quieren reproducir estados de ánimo específicamente literarios, y la literatura que nutre a esos engendros malsanos es la misma que envenenó a nuestros abuelos cuando, a fines del siglo pasado, exploraban los infiernos de una biblioteca.

 

 

Otro detalle que caracteriza a la obra de Emiliano González es que él mismo redacta sus prólogos y epílogos, que son bastante esclarecedores:

 

Epílogo (Libro primero)

 

Durante la escritura de este libro, que me tomó dos años, medité acerca de un ordenamiento apropiado de sus materiales, sin llegar a ninguna parte. Hace poco decidí, no sé si con felicidad, alternar los dos géneros que lo integran (poesía y prosa) obedeciendo al espíritu que secretamente rige las piezas. Todas me fueron dictadas por la misma musa y por estados de ánimo muy parecidos. Los elementos predominantes (la nostalgia, el horror, el deseo, la melancolía, el desencanto, la perversidad moral y espiritual, el pesimismo, el individualismo, el fastidio, el delirio, las filias y las fobias) representan, creo yo, síntomas de un “mal siglo” peligrosamente similar al anterior, sólo que investido de una carga de esquizofrenia en verdad alarmante. No sólo escuchamos el bostezo de una civilización, sino de todo el planeta. Fin de siècle = fin de munde.

Muchas de las piezas del volumen pertenecen, estéticamente hablando, al modernismo: un modernismo tardío, sospechosamente atrevido y ferozmente anacrónico. Los sonetos simbolistas (o cosa parecida) que agrupé bajo el título de Las Gárgolas no son del todo míos. Fueron escritos por Nusch Cavalieri, que soy y no soy yo, hace más de setenta años. Me gustaría que fueran considerados, por un lado, como traducciones un tanto libres del italiano y, por el otro, como versos que abuelita guardaba celosamente en el ropero, sin enseñarlos a nadie. A pesar de sus métricas arbitrarias y desagradables ripios, creo que Las Gárgolas despiden un melancólico aroma de cosa muerta. Respecto a las Viñetas Galantes… puedo decir algo similar: su autor, Julito Calabrés, resulta una extensión, masculina y dandificada, de Nusch Cavalieri. El nombrecillo lo robé de un autor español injustamente olvidado: Antonio de Hoyos y Vinent.

Poco puedo decir de los relatos y fragmentos descriptivos. Son fantásticos, eróticos y terroríficos. Rudisbroeck… (¿novela corta?… ¿cuento largo?) es el más ambicioso; ignoro si el más feliz. Bajo el rubro de La herencia de Cthulhu reuní tres pequeños homenajes al demiurgo de Arkham: H. P. Lovecraft. Un cuento de fantasmas de corte victoriano, un tributo a Borges  llamado La lectura secreta, una “pesadilla en amarillo”, unas “prosas decorativas” y otros (pocos) versos colman el volumen, mero ejercicio de composición, pastiche, sueño dirigido…

México. Julio, 1976.

 

Epílogo (Libro segundo)

 

Ciertos momentos en Rudisbroeck, en Las Gárgolas, en Las bizarrías de Nusch Cavalieri traslucen esa deliberada corrupción que pusieron en boga los enemigos del naturalismo, a fines del siglo pasado, y que representa, efectivamente, una victoria sobre la naturaleza muy notable. Sin embargo, el tratamiento “corrosivo” no agota las posibilidades implícitas en su carácter de proceso alquímico. Lo meramente artificial supera a lo natural pero no alcanza la categoría de sobrenatural, que es mi único fin. Esas “delicuescencias” de La ciudad del otoño perpetuo sirvieron para ejercitarme en la fatigosa tarea de socavar los cimientos de la naturaleza, pero lo que ahora me ocupa es el proyecto de volar el edificio entero y de suplantarlo por un alcázar en llamas, por una mezquita digna de mis ángeles y de mis demonios: un gran éxtasis de innumerables visiones, únicos materiales dignos de ese momento sagrado.

El artificio estará presente, pero ya no entendido como fin, sino como medio. Mi fin es edificar un templo, una guarida para la Quimera.

Encontré la primera piedra entre los escombros de la casa de Usher. Quien relea con cuidado el prólogo sabrá de dónde viene la segunda.

Paris. Julio, 1977.

 

Después de leer Los sueños de la bella durmiente resulta inevitable querer saber más del autor, pero si conseguir su obra resulta casi imposible, hurgar en su vida privada es un esfuerzo inútil. Las únicas fotografías que se encuentran en la red son las que se utilizaron para sus contraportadas, y los pocos datos personales los vislumbramos en sus prólogos y ensayos, como su influencia en la “liberación sexual” y las dedicatorias de sus libros confesados en el prólogo de Historia mágica de la literatura I:

…Mis escritos están dirigidos a un público que conoce los esfuerzos en pro de la liberación erótica que mi mujer y yo hicimos antes de 1984 para que la mujer en las calles de México usara minifalda y profundizara en algo cultural.

 

…Mis libros están dedicados a mi mujer (Beatriz). Las dedicatorias son algo amoroso, algo que se da en medio de una maravilla, y que se refiere a la esencia del amor y al camino personal de los amantes.

 

Se rumora que a Emiliano González le gusta pasearse en el Parque Nacional Desierto de los Leones, al sur de la ciudad de México… Me gustaría buscarlo, pero no para platicar con él, pues lo hacemos cada que leo sus cuentos y poemas, tampoco para pedirle que estampe su firma en alguno de sus libros, pues su marca ya está arraigada en mi piel y en mi mente, sino para verlo caminar en ese parque de todos mientras su espíritu deambula en aquel parque secreto que construyó llamado Penumbria.

 

****

 

Unas semanas después de escribir este ensayo, en un acto mágico (“intuición y coincidencia”, como los llama Emiliano) conseguí su número telefónico. Después de vencer el pánico inicial (¿qué le dices a tu escritor favorito?) le marqué para contarle que Ana Paula y yo habíamos creado una revista electrónica llamada Penumbria en honor a su obra. Aunque es ajeno al mundo virtual, Emiliano pronto entendió y se confesó sorprendido de que lo siguieran leyendo. Desde entonces lo hemos visto algunas veces para comer y platicar, acompañados siempre de la encantadora Beatriz; ha escrito varios ensayos de una erudición alucinante para Penumbria y nos entregó muchísimo material inédito, que pronto publicaremos.

Los grandes escritores nunca desaparecen del todo.

 

 

Miguel Antonio Lupián Soto. Cursó el diplomado de “Literatura fantástica y ciencia ficción” en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ex alumno de Sogem, de la EME y de la Universidad de Miskatonic. Sus cuentos han sido traducidos al inglés, francés e italiano, y publicados en revistas literarias y en diversas antologías. Autor de Efímera, Mortinatos, Trilogía Cthulhu, La muerte chiquita, El visitante, La maniobra de Heimlich y Los niños de Arkham. Esposo de Ana, padre de dos gatos y director de Penumbria, revista fantástica para leer en el ocaso.

 

 

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