Lado B
El imperio del Cómo
País mío y de nadie dice el poeta. Pobre país de pobres. Pobre país de ricos. Es un poema de 1959 y parece estar escrito hoy…y tal vez, desafortunadamente, siga vigente cuando en unos veinte, cincuenta o cien años nuestros descendientes lo lean en una patria que siga siendo de ellos y de nadie
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
28 de abril, 2015
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Martín López Calva

@M_lopezcalva

“¡Oh país mexicano, país mío y de nadie! Pobre país de pobres. Pobre país de ricos. ¡Siempre más y más pobres! ¡Siempre menos, es cierto, pero siempre más ricos! Amoroso, anhelado, miserable, opulento, país que no contesta, país de duelo. Un niño que interroga parece un niño muerto. Luego la madre pregunta por su hijo y la respuesta es un mandato de aprehensión. En los periódicos vemos bellas fotografías de mujeres apaleadas y hombres nacidos en México que sangran y su sangre es la sangre de nuestra maldita conciencia y de nuestra cobardía. Y no hay respuesta nunca para nadie porque todo se ha hundido en un dorado mar de dólares y la patria deja de serlo y la gente sueña en conjuras y conspiraciones y la verdad es un sepulcro. La verdad la detentan los secuestradores…”

Efraín Huerta. ¡Mi país, oh mi país!

[dropcap]P[/dropcap]aís mío y de nadie dice el poeta. Pobre país de pobres. Pobre país de ricos. Es un poema de 1959 y parece estar escrito hoy…y tal vez, desafortunadamente, siga vigente cuando en unos veinte, cincuenta o cien años nuestros descendientes lo lean en una patria que siga siendo de ellos y de nadie, en una nación que no haya superado este escenario en el que hay siempre más y más pobres y en el que hay cada vez menos ricos pero siempre más ricos.

País nuestro y de nadie, país de esa élite que encarna lo que hoy llaman elegantemente “poderes fácticos” y que hace dinero con la política y hace política con el dinero sin pensar jamás en la realidad social desigual e injusta, marcada por la impunidad y la corrupción por estar ocupados frenéticamente de la urgencia de hacer más dinero, de tener más poder, de vivir con mayor placer y ostentación.

País nuestro y de nadie, país de esa gran mayoría de personas que se desviven diariamente por sobrevivir y por ello no pueden hacer realidad su deseo de vivir. Territorio físico y simbólico de millones de personas a las que se les niega su derecho a construir un proyecto de vida digna, una estrategia para buscar la felicidad.

En las fotografías seguimos viendo mujeres apaleadas y hombres que sangran y que mueren en una guerra –declarada u oculta- absurda que tiene como victoria el dinero y el poder a costa de lo que sea. Seguimos viendo madres que preguntan por sus hijos y reciben como respuesta un mandato de aprehensión o la incertidumbre de un cuerpo que no aparece después de años de búsqueda infructuosa.

Más de medio siglo de vida de este poema y todavía no hay respuesta, nunca, para nadie, porque todo sigue, hoy más que nunca, hundido en un dorado mar de dólares en el que se ahogan en su ostentación los mismos de siempre, los hijos y los nietos de los mismos de siempre, los amigos y compadres de los mismos de siempre y los que todos los días luchan por entrar y permanecer en el círculo de los mismos de siempre, aunque sea como asistentes, secretarios o asesores…y la gente sigue soñando en conjuras y conspiraciones…y la verdad sigue siendo un sepulcro, la verdad la siguen detentando los secuestradores.

¿Cuál es la solución para esta situación que no cambia aunque cambien los siglos? ¿Cómo salir de este círculo vicioso en el que todo cambia para que todo siga igual? ¿Cómo revertir el ciclo de decadencia social en el que vivimos cada vez más hartos e indignados pero igualmente impotentes y vulnerables?

Porque como dice el poeta, la mayoría de los mexicanos seguimos soñando, “soñando el sueño inmenso de una patria sin crímenes”, pero andamos a tientas buscando un camino de salida de este túnel que aún no podemos encontrar.

Seguimos soñando con un país sin sangre y sin violencia, con un país en el que todos podamos aspirar a un proyecto de felicidad porque tenemos una base común de justicia. ¿Seguimos soñando o hemos empezado a resignarnos? ¿Seguimos soñando o tenemos ya la esperanza tan maltratada que no florece ni en nuestros mejores días? ¿Seguimos soñando o hemos llegado a la conclusión de que “así son las cosas y así serán siempre”, de que “siempre habrá pobres y ricos”, de que “no podemos hacer nada” para cambiar el estado de la situación?

Porque los sueños son frágiles y muchas veces no resisten el embate del pragmatismo que se nos impone. Porque los sueños son vulnerables y se desvanecen a veces en el reino de lo útil y lo inmediato. Porque los sueños implican futuro y no se desarrollan en el mundo del aquí y el ahora.

[quote_right]Como dice el poeta, la mayoría de los mexicanos seguimos soñando, “soñando el sueño inmenso de una patria sin crímenes”, pero andamos a tientas buscando un camino de salida de este túnel que aún no podemos encontrar.[/quote_right]

El contexto actual tiende a matar nuestros sueños porque nos encontramos en el imperio del cómo. La vida actual está compuesta de urgencias que se suceden una tras otra, con una velocidad de vértigo que nos mantiene siempre ocupados y atentos al momento, porque la urgencia apela a lo inmediato, requiere de una solución inmediata que no permite la reflexión más profunda o de mayor alcance. A las urgencias se responde en el momento y con la solución más útil y sencilla, aunque tenga implicaciones negativas para el futuro, aunque ni siquiera sepamos qué consecuencias puede tener en el mediano o en el largo plazo.

El imperio del cómo nos impone pensar siempre en términos prácticos y desechar todo lo que no sea aplicable, lo que aunque parezca interesante no genera un uso concreto, no resuelve directamente un problema, no nos lleva de manera eficiente a una solución.

Esta dictadura de lo procedimental se manifiesta en todos los ámbitos de la vida pública e invade también lo privado. De manera que nos embarcamos como país en reformas estructurales –cómos- que van a generar formas más eficientes de operar en diversos campos teniendo como único referente de futuro la construcción de un país más competitivo en lo económico pero sin plantearnos la pregunta de fondo: ¿Para qué necesitamos ser un país más competitivo económicamente? ¿Es esta una visión completa, razonable y pertinente de país?

En ese mismo tenor, el gobierno emprendió una reforma educativa que si bien tocó algunas partes muy relevantes y apuntó en la dirección correcta para recuperar la rectoría del Estado sobre el rumbo del sistema educativo, careció también de la pregunta fundamental por la finalidad de una reforma en materia de educación. La respuesta que se dio fue general y poco profunda: ¿Para qué reformar la educación? Para tener un sistema educativo con mayor calidad en los aprendizajes de los alumnos. Pero ¿Es la calidad educativa un fin en sí mismo o esta calidad se enmarca en la finalidad más amplia del proyecto de país que queremos construir? ¿Sobre qué visión de ser humano, de conocimiento, de sociedad, de valores compartidos se sustenta la idea de calidad educativa que mueve a la reforma? Estas preguntas son las que debe responder el modelo educativo que la SEP aún nos debe a partir de la consulta nacional realizada el año pasado.

Sin la pregunta por la finalidad amplia y profunda, ninguna actividad humana individual o social puede encontrar estrategias pertinentes y adecuadas porque como se repite constantemente a partir de Alicia en el país de las maravillas: si no se sabe a dónde se quiere ir, da igual el camino que se elija para caminar.

El imperio del cómo se ha apoderado también de la conciencia de los planificadores educativos y de las autoridades escolares y universitarias. Cada vez es más frecuente escuchar o leer que los planes de estudio tienen que diseñarse con criterios de aplicabilidad del conocimiento, con un alto porcentaje de asignaturas y espacios prácticos, con programas y estrategias de vinculación con la empresa o la realidad de algún grupo social específico. Cada vez es más frecuente que los profesores se precien de las aplicaciones que hacen sus alumnos de lo aprendido y desprecien las asignaturas y los contenidos teóricos. Cada vez es más compartido entre los estudiantes un significado de la palabra teórico que es casi un insulto o al menos, un sinónimo de inutilidad y rollo sin sentido.

El imperio del cómo es el resultado cultural del sistema económico basado en lo inmediato, lo práctico, lo útil, lo rentable y como tal es una fuerza silenciosa que se va apoderando de nuestras conciencias y matando nuestros sueños, acabando con nuestra capacidad de soñar.

*La próxima semana no aparecerá esta columna. Nos reencontramos el miércoles 13 de mayo.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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