Lado B
LA VENGANZA DE CHUCHO CRUZ
Aarón B. López Feldman
Por Lado B @ladobemx
23 de enero, 2015
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Aarón B. López Feldman

 

El hombre es el mejor alimento para el hombre
La cocina caníbal, Roland Topor

¡Padre, castígalos; se hacen que no saben lo que hacen!
La vida inútil de Pito Pérez, J.R.Romero

 

En el principio fue el suicidio

Chucho Cruz sintió el metal frío en medio de sus ojos y apretó el gatillo. Todo quedó en silencio. Segundos después, recordó las palabras de su padre: “el suicidio todavía no está de moda”. ¿Era tarde para arrepentirse? “Padre, perdóname; no sabía lo que hacía”, imploró con voz chillona.

Resurrección

Al tercer día, Chucho Cruz resucitó. Su castigo: la Tierra. El eco de las palabras de su padre lo acompañó durante el largo descenso: “Nacerás, crecerás, comerás, desearás, olerás, sangrarás, te rascarás”. Pero no era eso lo que le preocupaba, sino lo otro, aquello que le había dicho al final, como despedida, con una mueca extraña: “Morirás y resucitarás una vez más, y de alimento servirás: por los siglos de los siglos, tu cuerpo y tu sangre donarás”.

Alumbramiento

El día que Chucho Cruz nació en la Tierra, todo estaba mojado. Pegado al pecho de su madre, Chucho contemplaba con placidez su entorno. “Tampoco es que esté tan feo”, pensó. No sabía por qué, pero hasta ese momento se había imaginado que la superficie terrestre sería pegajosa y verde. Se sintió contento de haberse equivocado. También la lluvia lo tranquilizaba. “Con lluvia no hay fuego; ni ánimos de sacrificio”, pensó.

El sueño

En su primera noche en la Tierra, Chucho Cruz tuvo un sueño: ya era grande y corría desnudo por un túnel mientras cientos, miles de bocas invisibles le arrancaban un trozo de piel, un ojo, una oreja, un dedo, medio muslo; él corría con furia tratando de sumergirse en la oscuridad.

A la mañana siguiente se despertó con una sensación desconocida, algo como un ligero ardor, presente pero distante, que bailaba al centro de su cuerpo: tenía hambre.

El juego

De niño, Chucho Cruz creó un juego: recordar y completar las palabras que le había dicho su padre antes de enviarlo a la Tierra. De vez en vez, Chucho dedicaba una tarde a seleccionar, de entre las frases que había inventado, las que más le complacían. Su gusto se fue refinando y al final memorizó una sola combinación: “Entre sangre nacerás, engullendo leche crecerás, con gula a cada infante olerás, más de su carne desearás, con sus huesos tus encías sangrarás, con sus deditos entre tus orejas rascarás”.

Los caminos del Señor son inescrutables

A sus quince años, Chucho Cruz consiguió trabajo. Su padre, carpintero, quería heredarle el oficio. Pero Chucho no imaginaba su vida entre clavos, lijas y madera.

Chucho avisó en casa que llevaba una semana trabajando en la carnicería de don Mauro. El viejo Mauro estaba cansado y ya no podía mover piernas y partir espinazos. Al inicio, sus padres no aprobaron el trabajo, pero en cuanto vieron que Chucho estaba menos taciturno y distante su opinión cambió. Si su hijo era feliz entre cerdos muertos, sangre y huesos no iban a ser ellos los que se opusieran.

Los caminos del Señor son inescrutables (II)

A Chucho Cruz le entretenía escuchar las conversaciones que don Mauro sostenía con los clientes. Despellejar  un pollo  o filetear  un  trozo  de  carne  mientras  el viejo hablaba  de chismes o de política era para Chucho un acto complementario.

Un día, mientras partía con paciencia una cabeza de cerdo, escuchó a don Mauro decirle, con tono divertido, a uno de sus más antiguos clientes: “perro no come perro, don Teo; ni humano come humano”. Chucho clavó el cuchillo en la cabeza del cerdo y salió de la carnicería. Desde que estaba en la Tierra, nunca se había sentido tan enojado. ¿Qué era ese fuego que consumía su cerebro?, ¿qué fuerza lo había hecho brotar?

Camino a casa, Chucho recreaba fragmentos de la conversación: don Mauro agitando los brazos, el cliente y su sonrisa estúpida, ambos riendo con energía. Luego se imaginó a los dos ancianos desnudos, sin piel ni cabeza, colgados de los pies, manchando con su sangre el piso de la carnicería, y sólo así se sintió más tranquilo.

Magdalena y Chucho

Cuando Chucho Cruz cumplió 28 años empezó a preocuparse por su futuro. No quería llegar a los 30. Sabía qué pasaría a los 30, y también a los 33.

Fue entonces cuando conoció a Magdalena.

Magdalena Martínez era una mujer joven, tímida, tremendamente obesa, que veía en Chucho Cruz su salvación. Chucho Cruz era un hombre joven, hosco, tremendamente flaco, que veía en Magdalena Martínez su venganza. Se conocieron en la calle un día sin sol, y pronto se fueron a vivir juntos.

La venganza de Chucho Cruz

Magdalena nunca supo por qué a Chucho le urgía tanto tener un hijo. No era el sexo, eso lo tenía muy claro. Era el hijo.

Cuando recibió la noticia, Chucho se alegró tanto que no dejó de sonreír durante varios días. Magdalena intuyó que aquello podía ser el inicio de tiempos más dulces. Durante el embarazo, Chucho la cuidaba y consentía como nunca; parecía que su mal humor se había esfumado por completo.

Pero la noche en que dio a luz todo cambió.

Chucho se encerró con el recién nacido en la cocina y no dejó que Magdalena entrara. Magdalena golpeaba la puerta con furia, pero Chucho la había atrancado. Pegada a la puerta, Magdalena se resignó a escuchar la voz excitada de Chucho y su trajinar de ollas y frascos.

La venganza de Chucho Cruz (II)

“Moriré,  resucitaré  y  de  alimento  serviré”,  cantaba  Chucho.  Sus  manos  se  movían  con agilidad entre especias, sartenes y cucharas. Todavía podía sentir a Magdalena detrás de la puerta; ya no luchaba por entrar, quizá se había cansado.

“Su carne con mi carne han de comer y su sangre con mi sangre han de beber”, remató Chucho. La ocurrencia le hizo sonreír. “Por los siglos de los siglos, su carne con mi carne han de comer y su sangre con mi sangre han de beber”, repitió. Cerró los ojos, respiró profundo, sintió que sus pulmones se llenaban de un dulce olor a tocino crudo.

Con cuidado, Chucho untó un poco más de mantequilla y espolvoreó una cucharada de harina. Como toque final, añadió una pizca de perejil picado.

Luego besó a su hijo en la frente, lo tapó bien y lo metió en el horno.

 

Aarón B. López Feldman (Ciudad Obregón, Sonora, 1978). Investigador y docente universitario. Licenciado en Antropología, con especialidad en Antropología Cultural, por la Universidad de las Américas-Puebla. Maestro en Comunicación de la Ciencia y la Cultura por el ITESO. Ganador del XXIX Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 2013, del Concurso Nacional Universitario de Narrativa Elena Poniatowska 2012 y del Décimo Primer Premio Nacional de Cuento Corto José Agustín 2011. Ha publicado en las revistas Crítica, Punto en Línea, Replicante, Acequias, IUS y Traspatio, así como en las antologías Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI y Poquito porque es bendito. Antología de microcuentos y cuentos breves.

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