Lado B
El precio de vivir en democracia
Antes que nada deseo un feliz año a todos los lectores de Educación personalizante que con esta entrega reanuda su presencia en el espacio virtual de Lado B.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
14 de enero, 2015
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Otro camino es insistir en que el precio que todos tenemos que pagar por vivir en democracia, con libertad de expresión y de culto, es que nadie tenga un especial derecho a no ser ofendido. Los colaboradores de Charlie Hebdo no habrán muerto en vano, si elegimos este camino como reacción a su asesinato”.

Flemming Rose. ¿Qué clase de civilización somos?. En El País.

[dropcap]A[/dropcap]ntes que nada deseo un feliz año a todos los lectores de Educación personalizante que con esta entrega reanuda su presencia en el espacio virtual de Lado B.

A pesar de los buenos deseos y de los propósitos de cambio que se renuevan por estas fechas, a pesar de que el inicio de un nuevo año regenera nuestros sueños sobre la posibilidad de un mundo distinto y mejor, el 2015 inició con malas noticias, entre as que destaca la de los lamentables hechos de terrorismo ocurridos en París la semana pasada.

El ataque a la redacción de la revista Charly Hebdo, un medio caracterizado por sus cartones satíricos de crítica a todas las religiones que dejó como saldo doce muertos y el posterior atentado contra un supermercado kosher que tuvo como desenlace la muerte de un secuestrador y cuatro rehenes judíos por parte de un pequeño grupo de extremistas islámicos convirtió el inicio de año en la ciudad luz en una pesadilla que conmocionó no solamente a todo Francia sino a Europa y al mundo entero.

La indignación y la condena ante estos inaceptables actos terroristas se manifestó este domingo 11 de enero en una multitudinaria marcha encabezada por decenas de líderes políticos entre ellos algunos jefes de estado musulmanes y judíos, en la que participaron cientos de miles de franceses. ”El presidente francés, Francois Hollande, y los líderes de Alemania, Italia, Israel, Turquía, Gran Bretaña y los Territorios Palestinos, entre otros, avanzaron desde la Place de la Republique delante de un mar de banderas francesas y de otros países, en medio de intensas medidas de seguridad en la ciudad…” según reportó el diario español El País.

Hay mucho que reflexionar a partir de acontecimientos como estos en términos de tolerancia, libertad de expresión y libertad de culto, violencia, fanatismo y creencias religiosas. Mucho que pensar acerca del mundo supuestamente desarrollado que sigue teniendo manifestaciones de barbarie como estas y sobre el cruce y la adecuada relación entre los valores cívicos y los valores religiosos en el marco de una visión humanista.

¿Qué clase de civilización somos? Se pregunta Flemming Rose en un artículo publicado en el diario El País el domingo, del que tomamos el epígrafe con que inicia esta columna. ¿Qué clase de humanidad somos? Podríamos preguntar en un marco más amplio. ¿Qué clase de humanidad somos si enfrentamos todavía –y desafortunadamente con creciente frecuencia- acciones en las que en nombre de un dios y de unos valores religiosos se mata salvajemente a otros seres humanos?

Como afirma acertadamente Rose: “un dibujo nunca vale la vida de una persona”, porque toda persona posee una dignidad inalienable y este es un principio que postulan no solamente la mayoría de las religiones sino que ha sido adoptado como un valor cívico fundamental por todos los países que aceptan la declaración universal de los derechos humanos. De la misma forma, una creencia religiosa distinta no vale la vida de una persona como fue el caso de los rehenes del supermercado judío.

[pull_quote_right]La educación en la tolerancia implica entonces un respeto a todas las manifestaciones, incluyendo las que son totalmente opuestas a nuestras convicciones más profundas. Mucho bien nos haría comprenderlo y llevarlo a la práctica en un país polarizado en el que se ven tantas manifestaciones intolerantes de quienes se asumen como progresistas y defensores de la tolerancia.[/pull_quote_right]

Esta condena a la violencia a partir de la defensa de la dignidad humana no tiene que ver con que las caricaturas publicadas por Charly Hebdo sean del agrado de todos. Sin duda muchas de ellas son ácidas y agresivas y pueden resultar ofensivas contra quienes profesamos una religión (como hemos dicho, la revista no publicaba cartones satíricos exclusivamente contra el islam sino contra todas las religiones). Sin embargo, este hecho no puede llevarnos a justificar la violencia contra este medio ni a pensar que de alguna manera los caricaturistas de Charly Hebdo el director holandés Theo van Gogh –asesinado en 2004- y muchos otros europeos que han sido amenazados o víctimas de intentos de asesinato, “se lo buscaron”, como afirma también el artículo referido.

El autor de este artículo señala que para lograr mantener la libertad de expresión y la libertad de culto en sociedades cada vez más plurales como las que nos han tocado vivir existen dos caminos a elegir: el primero consiste en la censura y la criminalización que obligue a todos a no decir nada que pueda llegar a ser ofensivo para algún sector de la sociedad. Esto conduciría a la “dictadura del silencio”.

El segundo camino es el que señala el párrafo que se cita al inicio de este artículo: insistir en que hay un precio que tenemos que pagar para vivir en una sociedad con libertad de expresión y de culto y es el de que nadie tenga especial derecho a no sentirse ofendido.

Para aceptar este precio sin vivir en la indiferencia total ante cualquier acontecimiento o publicación que hiera nuestras creencias necesitamos como ciudadanos aprender y aprehender el principio básico de la democracia de confrontar palabra con palabra, dibujos con dibujos y dejar hablar a los argumentos verbales evitando la tentación del camino fácil que leva a la intolerancia y la violencia.

La educación tiene un enorme reto en esta civilización que presenta brotes de intolerancia y violencia como los que ocurrieron en París este inicio de año. Educar en la tolerancia y el respeto, en la capacidad de comprender que no todos piensan y se expresan como nosotros y en la convicción de que aún en los casos en que alguien manifieste ideas, valores o posiciones que resulten ofensivas hacia las nuestras, necesitamos recurrir al debate inteligente y crítico, a la palabra valiosa que contrarreste a la palabra interesada o agresiva, al diálogo que desmonte falacias y juicios sin sustento pero que esté abierto también a aprender de otros puntos de vista y a reconocer los errores o ilusiones de la propia posición.

Lo anterior no contradice ni demerita la firmeza de la fe y las creencias religiosas. Por el contrario, una postura como esta apela a una visión religiosa madura y bien formada que no se tambalea con la pluralidad ni evade la convivencia en un mundo diverso, que prioriza la dignidad humana, la comprensión y la compasión, que da testimonio de la inteligencia avanzada que supone el vivir el amor sin fronteras y por lo tanto –contra lo que muchos piensan acerca de lo religioso- se opone al fanatismo.

Esta visión religiosa madura es compartida por todas las religiones serias del mundo incluyendo al islam que no es de ningún modo equivalente a fanatismo, intolerancia y violencia como a veces se piensa a partir de la generalización de estas acciones terroristas. Como afirmó el hermano del policía asesinado en la calle cuando los asesinos de Charly Hebdo huían –que paradójicamente era musulmán-, “El Islam es una religión de paz y amor. Mi hermano fue asesinado por terroristas…” por “…falsos musulmanes…”.

La educación en la tolerancia implica entonces un respeto a todas las manifestaciones, incluyendo las que son totalmente opuestas a nuestras convicciones más profundas. Mucho bien nos haría comprenderlo y llevarlo a la práctica en un país polarizado en el que se ven tantas manifestaciones intolerantes de quienes se asumen como progresistas y defensores de la tolerancia.

Porque si queremos vivir en una sociedad democrática con libertad de expresión y libertad de culto es indispensable pagar el precio de que nadie tenga un derecho especial a no ser ofendido.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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