Foto: Mayra Guarneros

Ernesto Aroche | Emilio Coca | Aranzazú Ayala

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Y las calles fueron suyas. Como hace dos años cuando los jóvenes salieron también a manifestar su descontento contra un sistema que buscaba imponer al cachorro de la revolución institucionalizada, al producto del matrimonio del marketing político y la ficción televisiva que pese a todo llegó a la silla presidencial. Pero ahora no fue la queja ante el eventual arribo de un sistema que dos sexenios antes había hecho agua, sino el reclamo por la desaparición forzada de 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa.

Y por ellos, y por la infiltración del crimen organizado en las venas del sistema político que se inició hace 20, 30, 40 o 50 años antes y que continúo sin modificación alguna en los últimos 12 años, es que salieron a contar del uno al 43 exigiendo al Estado que los regrese como se los llevo: vivos. Porque fue el Estado, fueron las autoridades que mimetizada en criminales o criminales mimetizados en políticos detuvieron y entregaron a quienes habrían de desaparecer después.

Por los 43 de Ayotzinapa es que en la capital poblana salieron cerca de 2 mil estudiantes de universidades públicas y privadas, agrupadas en la asamblea Interuniversitaria de Puebla, de Ciudad Universitaria, en una columna muy organizada encabezada por alumnas de la Normal Rural de Teteles y seguida por otros contingentes  de estudiantes. Y en el camino se sumaron otros cientos hasta ser entre 3 mil y 3 mil 500 participantes en su mejor momento, aunque la versión oficial del gobierno del estado es que “enel momento que se reunió el mayor número, alcanzaron las mil 500 personas”.

Uno de esos puntos de engrose fue la Facultad de Medicina, en donde hicieron un alto luego de plantarse por unos minutos frente a la Procuraduría General de Justicia (PGJ), porque detrás de la molestia nacional también está la realidad local salpicada de presos políticos y de historias de comunidades que, por oponerse al gobernador del estado, han sufrido el embate y el hostigamiento de la policía y del aparato estatal de justicia.

Después llegaron a la Avenida Juárez en donde caminaron hasta las instalaciones de TV Azteca para un segundo mitin.

Foto: Marlene Martínez

Lanzando consignas como “La patria no se vende, se ama y se defiende”, “Queremos escuelas, no telenovelas” y “Esos son, esos son, los que chingan la nación” -cuando pasaron frente a las televisoras-, llegaron hasta el tercer punto, unas calles más arriba, en la cima del cerro de La Paz donde están las oficinas de Televisa, donde hace dos años reprocharon la imposición primero mediática y luego electoral de Enrique Peña Nieto. Hasta ahí llegaron gritando “Gaviota, gaviota, tu esposo es un idiota”, y taparon la puerta con mantas y pancartas de reclamos. Nadie salió, nadie entró. Desde dentro, los empleados miraban a los manifestantes, a Rocío Pérez, la hija de Raúl Pérez González, el presidente auxiliar de San Miguel Canoa, cuando tomó el micrófono para compartir con los manifestantes la situación que vive su padre tras su detención, acusado por “delitos fabricados”, y sentenció: “Hoy somos los pueblos, es Puebla quien levanta la voz”; miraron también a Elia Tamayo y a las estudiantes de la Normal Rural de Teteles.

Hasta las instalaciones de Televisa no llegó la columna completa, pues se dividió tras el breve mitin que se realizó en Tv Azteca y la otra parte se adelantó al zócalo.

Ahí, en el corazón de la Angelópolis se congregaron otras varias centenas de jóvenes para realizar actividades artístico culturales a las que se fueron sumando los contingentes de marchistas, que terminaron de llegar cerca de las 6 de la tarde luego de un recorrido de cerca de 12 kilómetros.

Las actividades se fueron diluyendo más o menos una hora después.

Una situación que llamó la atención fue que el gobierno municipal retrasó hasta las 7:30 de la noche el encendido de la iluminación de la plaza principal, cuando en días previos las luces se prenden al menos desde una hora y media antes.