Lado B
Prensa vendida, ahí le hablan
Las marchas en México son, hasta ahora, el recurso más pacífico ante las demandas sociales, tales como servicios públicos, reconocimiento de derechos o exhibición de abusos de autoridad. Las marchas son el reflejo de las carencias de una sociedad.
Por Susana Sánchez Sánchez @
10 de noviembre, 2014
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Susana Sánchez Sánchez

[dropcap]L[/dropcap]as marchas en México son, hasta ahora, el recurso más pacífico ante las demandas sociales, tales como servicios públicos, reconocimiento de derechos o exhibición de abusos de autoridad. Las marchas son el reflejo de las carencias de una sociedad. Las marchas, a veces son multitudinarias y quizás desde este siglo son simultáneas con el fin de dar a conocer un hecho a otras personas dentro y fuera del país. La pregunta es ¿por qué la gente ha tenido que recurrir a buscar estrategias para hacerse visibles más allá de sus fronteras geográficas?

La prensa tradicional mexicana parece ir un paso atrás de la sociedad. Le quiere dar atole con el dedo cuando ésta ha hallado formas de ir y regresar en el asunto informativo. Las consignas en las marchas de: “¡Prensa vendida, cuéntanos bien!”, no son gratuitas, aluden a una prensa amarrada a los discursos gubernamentales, a una prensa que insiste en hacer invisible un hecho que aglutina –por ejemplo– a más de dos mil personas. La prensa simbólicamente manda a la fosa común al monstruo de las mil cabezas y casi al estilo de la mercadotecnia crea otras necesidades informativas, de entretenimiento y de adoctrinamiento. La prensa tradicional mexicana parece ser la gran ramera del Estado mexicano, al reproducirle sus formas de represión y de dominio, no por la fuerza física sino a través de los discursos.

Quizás la prensa antes que las instituciones del estado o a la par de éstas se cansa de tanta marcha. Sólo que los efectos de la prensa (pensemos en la televisión) en sociedades donde el analfabetismo y la pobreza imperan es grave: adoctrina. Si la televisión abierta en nuestro país tiene fuertes intereses económicos y políticos, al grado de tener una telebancada en el Congreso, entonces se explica la minimización de un hecho. Mucha gente sigue siendo crédula de los espacios informativos de las televisoras, de las radiodifusoras o de los periódicos tradicionales.

[quote_left]Las consignas en las marchas de: “¡Prensa vendida, cuéntanos bien!”, no son gratuitas, aluden a una prensa amarrada a los discursos gubernamentales, a una prensa que insiste en hacer invisible un hecho que aglutina –por ejemplo– a más de dos mil personas[/quote_left]

Acá en Puebla, por ejemplo, por más que demos patadas de berrinche e indignación Buenas días con López Díaz, es referencia informativa de mucha gente. Basta viajar en microbús para darse cuenta cómo el grueso de la sociedad se informa y crea sus referentes de opinión a partir de ese programa. Ojalá y todos los que viajan en micro fueran gente con hábitos más plurales de comunicación e información, pero generalmente quien viaja en el micro son los trabajadores con tres chambas que les obliga a estar de acá para allá tratándose de ganar el pan y que en la mañana, mientras van en el transporte público, reciben los Buenos días así, a la López Díaz. Y alimentarse de prejuicios, de estereotipos, de satanizaciones contra un grupo social o escuchar lavados de culpas de las autoridades, no es precisamente una sana alimentación informativa; pero sí un claro ejemplo cotidiano de cómo algunos medios tradicionales (generalmente los más poderosos en dinero, en relaciones públicas con las esferas del poder, y en públicos) son el vivo reflejo de que los medios de comunicación a veces funcionan como voces de Estado.

Bajo esa lógica, si el Estado es represivo, así enarbole un discurso democrático, también se vale de los medios de comunicación para reprimir y dominar a una sociedad, no como podría hacerlo a través del ejército, sino que de formas sutiles, por ejemplo a través de la información y el entretenimiento. Si la información fuera un automóvil y éste fallase de los frenos, fácil, se retiran los vehículos del mercado y listo; pero la información es una construcción de discursos que circulan de maneras masivas y que a veces como objetos ajenos al cuerpo, se encarnan en la piel.

Que la gente ande opinando convencida que a los estudiantes los asesinan por revoltosos o por andar en malos pasos; que a las mujeres las matan por locas o por putas; que los migrantes vienen a robar y a matar; que las marchas sólo sirven para que los estudiantes echen la hueva; que ya la gente –de por sí sin muchas oportunidades de empleos dignos– se ponga a trabajar; y otras expresiones de ese estilo se deben en gran parte al efecto de los mensajes de los medios de comunicación, a través de las noticias, las tvnovelas o los programas de entretenimiento.

Ante este panorama, ¿marchar o manifestarse tiene sentido? ¡Sí! Hay una cosa que rebasa al Estado y a sus voces secundarias como los medios de comunicación masivos tradicionales, y es la sociedad y el uso que ésta le ha dado a las redes sociales como una forma de poner a circular otras formas de comunicación e información.

Si los medios de comunicación tradicionales se empeñan en minimizar, satanizar, tergiversar o invisibilizar un hecho como una marcha, hay miles de voces, de oídos, de manos y de cerebros que usan otras herramientas como las redes sociales para hacer circular la información, bien para organizar otra marcha o para informar más allá de las fronteras mexicanas que las carencias sociales en México no son ficción.

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