Lado B
Ya no será ya no: Un perfil de Idea Vilariño
Vivió y amó intensamente hasta los 89 años. Murió en abril de 2009, cuando ya todos se habían muerto. Dejó 300 páginas de poemas y la pulcra certeza de que fue una de las grandes –grandes– poetas del siglo XX en lengua española
Por Lado B @ladobemx
20 de octubre, 2014
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© Michel Sïma | Tomada del libro Idea Vilariño: vida escrita.

Leila Guerriero | El Malpensante

@malpensante

¿Quién era usted?

De quien dicen que plantaba jardines y los hacía florecer allí donde viviera. De quien dicen que era dura, implacable y hermosa, hermosa, hermosa. ¿Quién era usted, huérfana de madre, huérfana de padre, huérfana de hermano? Violinista. ¿Quién? Asmática, enferma de la piel, enferma de los huesos, enferma de los ojos. Profesora. Quién era usted, usted que hablaba poco y que habló tanto –tanto– de un solo amor de todos los que tuvo: de uno solo. Quién era usted. Usted, el haz de espadas. Usted, que dejó trescientas páginas de poemas, nada más, y sin embargo. Usted, que se murió en abril y en 2009 y que a su entierro fueron doce. Usted, que dejó una nota: “Nada de cruces. No morí en la paz de ningún señor. Cremar”

Usted: ¿quién era?

“No fue un acto de multitudes”, decía el artículo del diario El País, de Uruguay, que anunciaba que el 28 de abril de 2009 había muerto Idea Vilariño. Tres meses más tarde, el 24 de julio, el suplemento Cultural del mismo diario le dedicaba una edición completa, y la nota de portada firmada por Rosario Peyrou comenzaba citando una frase del crítico Emir Rodríguez Monegal: “Algún día seremos recordados como los contemporáneos de Idea Vilariño”.

“Gaspara Stampa, la gran poeta italiana del Renacimiento, quería ‘vivir ardiendo sin sentir el mal’. A Idea Vilariño solo le fue concedido lo primero”, decía Juan Gelman en Idea Vilariño o la memoria de mañana.

Soledad “como una sopa amarga”, escribía Idea Vilariño. Que era poeta, que era uruguaya.

Pero quién era.

–Le encantaban las plantas y las fotos –dice Ana Inés Larre Borges, editora del libro Idea Vilariño. La vida escrita (Cal y Canto, 2008)–. Fotos de ella misma tenía muchísimas, las atesoraba. Creo que tuvo siempre una gran conciencia de sí. Como que cada gesto, cada decisión en su vida, era de quien se siente un personaje, una artista.

–Podía ser muy payasito –dice Numen Vilariño, su hermano menor, ahora de 80 años– pero también truculenta. Siempre con una gran fineza, pero era brava, inflexible. Llegaba hasta la crueldad con ella misma. En sus cosas, sus amores, era exigente hasta el odio. Nunca vi a nadie cambiar tanto de apego, desde sus compañeros de trabajo hasta sus amores. Eran siempre como apariciones fugaces de las que después no se sabía nada.

–Yo creo que ya muy joven tenía claro cuál era su proyecto –dice la periodista Rosario Peyrou, que la conoció bien y la entrevistó, con Pablo Rocca, para el documental Idea, dirigido por Mario Jacob en 1997–. La autenticidad. Una autenticidad que no quiere decir inocencia.

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“–¿Cuál es el estado presente de tu espíritu?

–Hace un tiempo que siento como si ya me hubiera muerto.

–¿Cómo te gustaría morir?

–Ya.

–¿Cuál es tu lema?

–Ninguno. Pero podría ser: ¿para qué?”.

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Cualquiera puede hacerlo. Ir a YouTube, teclear su nombre, dar play a alguno de los poemas –“Ya no”, “Estoy tan triste”, “Yo quisiera”–, pasar por alto imágenes de obviedad barata –una cabeza de muñeco, una mujer llorando sangre– y escuchar la voz de grieta, altiva en su desgarro: “Ya no será / Ya no / … No sabré dónde vives / con quién / ni si te acuerdas. / No volveré a tocarte. / No te veré morir”. La voz hastiada. La voz suya.

“–¿Cuál es el estado presente de tu espíritu?

–Hace un tiempo que siento como si ya me hubiera muerto.

–¿Cómo te gustaría morir?

–Ya.

–¿Cuál es tu lema?

–Ninguno. Pero podría ser: ¿para qué?”.

Así respondía Idea Vilariño al cuestionario Proust (publicado en El espejo Proust, Santillana, 2005).

Nació el 18 de agosto de 1920 en Montevideo, Uruguay, cuando habían nacido ya dos de sus hermanos –el varón, Azul, la mujer, Alma– pero no los menores: otra mujer, Poema, y el último varón, Numen. Todos ellos, su padre –Leandro Vilariño, poeta, anarquista– y su madre –Josefina Romani, enferma crónica, lectora– vivían en una casa de la calle Inca, con patio, plantas, animales. Después, por problemas económicos, debieron mudarse a Justicia 2275, a una vivienda chica que se alzaba junto a la Calera Oriente –“Cal en piedra, en polvo y en pasta, mezclas, arenas, pedregullos, portland, ladrillos, tejuelas, servicio esmerado para la ciudad y la campaña”– manejada por su padre.

–La casa de la calle Inca tenía un patio con jardín –dice Numen Vilariño–. Un fondo mágico con patitos en un estanque, higuera. Todos hacíamos música. Idea tocaba el violín, yo el piano, mi padre era poeta y nos recitaba poemas después de cenar. De Darío, de Almafuerte. Y pasamos de la calle Inca, con música y plantas y animales, a la calle Justicia, apretados, con el polvo de la cal que nos enfermó a todos.

Idea recordaría con felicidad la música, los versos, pero no la infancia. Aunque extrañaría las rosas fragantes y el árbol de magnolias en el que se escondía para leer (Tolstói, Dostoievski, Gorki, la poesía), aquellos años resultaron tristes, con su madre enferma, con la blancura fantasma de la cal, con Alma postrada por una luxación en la cadera. “Cuando yo nací, mi hermana ya estaba enyesada –les decía a Rosario Peyrou y Pablo Rocca–. Era una pequeña sufriente. Ella era la princesita y nosotros, en fin, los otros hijos”.

Escribía desde siempre –decía que desde antes de saber escribir– poemas armados con palabras que muchas veces no entendía pero cuyo sonido le resultaba fascinante. A los doce ya estaba enamorada: Rubén Cosito, de catorce –“precioso, elegante, bonito, con los ojos azules rasgados y una cabeza bien puesta que era una maravilla de ver”–, fue su novio por dos años, a pesar de la persecución de la familia.

–Idea lo quería mucho –dice Numen Vilariño–, pero eran chicos. Ella siempre se iba a la esquina con un noviecito, y siempre estaba como queriendo tener una libertad para la que no tenía ni edad ni experiencia. Quería romper esos límites. Era una marcha acelerada, una evolución sin medir las consecuencias.

No fue una marcha acelerada ni una evolución sin medir las consecuencias lo que la llevó a irse de casa, sino el asma. A los 16 tenía episodios monstruosos. En 1940, a una edad en que las señoritas se iban vírgenes casadas, se mudó sola.

–Tuvo que irse –dice Numen–. El médico le recomendó salir lejos del polvo de cal.

Así fue como Idea Vilariño dejó su casa y no volvió a tener una familia nunca, nunca, nunca más.

–Yo fui amiga de Idea desde el cuarto año del liceo, teníamos 16 –dice Silvia Campodónico–. Ella vivía en una casa delante de la calera, muy pobre. Eso de que le echaba el ojo a los hombres fue desde chica. Se asomaba a los balcones del liceo donde estudiábamos y se hacía de novios en la calle. Pero tenía un problema terrible, además del asma, y era el eccema. Cuando tenía eccema se transformaba en un monstruo. Hicimos juntas el ingreso a medicina, pero nos cambiamos a literatura. Las clases de filosofía eran con Emilio Oribe. Le compramos un libro de Paul Valéry, entre las dos. Idea le bordó la tapa. Bordaba impresionante. Y ya tenía intenciones con él. Don Emilio fue uno de los primeros amores que ella tuvo. Pero no sé cuándo empezó.

Se sabe, apenas, que fue en torno a 1940, y entonces ella habrá tenido 20 y él 46. “Este silencio profundo que siguió a su ida, esta vida mía solitaria, un poco triste, dan a veces la impresión de que Ud. no fue más que un sueño hermosísimo que ocupó una noche larga y extraña”, escribía en una “Carta a EO”, que se reproduce en La vida escrita. Pero antes –o después, o mientras tanto– había conocido a otro hombre, un argentino llamado Manuel Claps.

–Yo fui casada con Manuel, pero mucho antes se lo presenté a Idea –dice Silvia Campodónico–. Lo conocí en las clases y me pareció que Idea y él podían ser buenos amigos. Los presenté y ahí fue que se arreglaron. ¿Qué año sería ese? ¿1939?

“Yo estuve muy enamorada de Manolo –le dijo Idea Vilariño a la periodista uruguaya María Esther Gilio–. Él fue el primer hombre en todo sentido. Puedo decir que después de mi padre, fue Manolo quien me formó intelectualmente”.

–El problema entre nosotras surgió porque Idea fue muy poco sincera con los hombres –dice Silvia Campodónico–. Tenía tres o cuatro a la vez. Y yo una vez le dije a Manolo que ella tenía otros, y ella dijo que yo la había traicionado. No sé cuál era el problema que la llevaba a tener esas relaciones extrañas. Siempre decía que no quería, pero que “no sé qué me pasó y estuve con tal y con tal”. Después a ella se le pasó el enojo y nos hicimos amigas de nuevo. Y yo terminé casada con Manolo Claps.

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Autor Lado B
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