Lado B
Ser jóvenes sin prisa y con memoria
¿Qué les queda a los jóvenes? Me pregunto hoy junto con el poeta. ¿Qué les queda a los jóvenes después de lo que hemos vivido la semana pasada, justamente alrededor del dos de octubre que es símbolo, mito y desafortunada realidad aún vigente? ¿Qué les queda en un país contradictorio y desafiante, en un México que parece tercamente resistente a cambiar pero que al mismo tiempo envía señales de cambio? ¿Qué puede quedarle a los jóvenes en un país que sigue matando a sus jóvenes? ¿Qué puede quedarles en un país que sin embargo es testigo de la forma en que se organizan, presionan, protestan, participan y de pronto da algunas señales de apertura, de escucha, de que se les puede tomar en cuenta?
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
07 de octubre, 2014
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros.

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar / abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar…”

Mario Benedetti. ¿Qué les queda a los jóvenes?

¿Qué les queda a los jóvenes? Me pregunto hoy junto con el poeta. ¿Qué les queda a los jóvenes después de lo que hemos vivido la semana pasada, justamente alrededor del dos de octubre que es símbolo, mito y desafortunada realidad aún vigente? ¿Qué les queda en un país contradictorio y desafiante, en un México que parece tercamente resistente a cambiar pero que al mismo tiempo envía señales de cambio? ¿Qué puede quedarle a los jóvenes en un país que sigue matando a sus jóvenes? ¿Qué puede quedarles en un país que sin embargo es testigo de la forma en que se organizan, presionan, protestan, participan y de pronto da algunas señales de apertura, de escucha, de que se les puede tomar en cuenta?

Porque la semana pasada fue una semana intensa, festiva y dolorosamente marcada por los jóvenes.

Una semana en la que el movimiento del Instituto Politécnico Nacional mostró que los jóvenes siguen despiertos y deseosos de participar, que el trauma del sesenta y ocho y del setenta y uno parece haberse curado y que aquél destello inicial del #másde131 y #yosoy132 que surgieron con la misma fuerza e intensidad que se apagaron –aunque formalmente sigan existiendo- sigue vivo y generando señales de cuestionamiento a la sociedad desde una juventud que parece ya no estar dispuesta a mirar con indiferencia o con temor la forma en que se organizan desde el poder las cuestiones que les afectan.

Una semana en la que los terribles acontecimientos de Guerrero mostraron el otro lado de la moneda, el de la sombra de la sociedad violenta y autoritaria que creemos o queremos –ingenua, esperanzadamente- haber superado. Una protesta de normalistas de Ayotzinapa reprimida a tiros por una policía municipal que mata a seis personas y “levanta” a otras cuarenta y tres que desaparecen y son presuntamente entregadas al crimen organizado hasta ser probablemente encontrados muertos y calcinados en una fosa clandestina en Iguala, en una muestra de la barbarie que ninguna sociedad en este siglo puede tolerar.

No, no se trata de idealizar a la juventud y decir que todo lo que reclaman los estudiantes politécnicos es aceptable o que su movimiento es totalmente puro y está exento de cualquier interés político oculto –ningún movimiento social lo está-. Pero es indudable que en un contexto en el que la sociedad se encuentra cansada y da muestras de hartazgo por la proliferación de marchas y plantones de causas desgastadas y muy cuestionables que usan medios violentos, generan basura y contaminación, desgastan y destruyen la infraestructura urbana y provocan muchas veces la destrucción deliberada de propiedad privada con toda impunidad, el movimiento del Poli ha sido ejemplar en su organización y comportamiento cívico, en la claridad y concreción de las demandas de su pliego petitorio, en la forma en que ha dialogado con la autoridad y respetado a terceros.

No, no se trata tampoco de elogiar acríticamente al Secretario de Gobernación y decir que ha actuado de manera ejemplar y desinteresada buscando únicamente resolver las demandas de los estudiantes porque le preocupan los jóvenes del país. Es evidente que hay una estrategia política y que tal vez resultará contraproducente para la búsqueda de una mejora de la calidad educativa de la institución haber cedido tan pronto y sin ninguna condición a todas las demandas del movimiento o que como dicen algunos, tal vez cedió en las demandas explícitas menores en costo político para evitar entrar a otras discusiones de fondo como la autonomía del IPN. Sin embargo es indudable que como autoridad hizo una apuesta y que esta apuesta mostró sensibilidad y apertura al diálogo y que de eso se trata en una democracia y que aunque sea su trabajo no es lo común en nuestras autoridades mexicanas –y si no, veamos hacia nuestro estado- y que hasta el momento el proceso va apuntando a una solución del conflicto.

Esta es sin duda una dimensión esperanzadora que nos da señales de que algo podría cambiar en la forma en que los jóvenes se organizan y protestan y en la manera en que el gobierno, los medios de comunicación y la sociedad, reciben y procesan esta protesta.

Pero está del otro lado la dimensión oscura, la del México primitivo, autoritario y violento. La del país de la impunidad y la corrupción, la de la complicidad entre la autoridad y el crimen organizado, la de la nación que sigue resolviendo las protestas juveniles con la represión más brutal.

Y no, no se trata de decir que los normalistas de Ayotzinapa se hayan comportado siempre de manera ejemplar ni que sus protestas por ser jóvenes, son todas justificadas y razonables. No se trata de justificar la toma y secuestro de autobuses que se ha venido haciendo de manera recurrente, ni los paros constantes ni mucho menos la violencia que generó hace un par de años la muerte de algunos estudiantes a manos de policías ministeriales pero también la de un humilde empleado de una gasolinera por culpa de los normalistas. No se trata, como hacen ahora algunos comentaristas políticamente correctos, de decir que la culpa de estos hechos terribles es de quienes en la sociedad o en los medios de comunicación se han atrevido a criticar las causas y las formas de proceder de estos grupos que han dado muestras también de ser violentos en sus manifestaciones.

De lo que se trata es de indignarnos y manifestar con toda contundencia nuestra indignación como sociedad porque una protesta estudiantil no puede, no debe nunca ser enfrentada con balazos, levantones y desapariciones forzadas. De lo que se trata es de evitar a toda costa la indiferencia o peor aún, la justificación de la barbarie.

Porque un país que se define como democrático no puede tolerar de ninguna manera estas prácticas en las que se mata a los jóvenes porque con ello se está cancelando la posibilidad de un futuro de justicia y de paz, de un porvenir que pueda llamarse humano.

¿Qué les queda a los jóvenes después de una semana como la que vivimos? Ojalá que les quede la indignación y el compromiso para no dejar que les maten el amor, la creatividad necesaria para recuperar el habla y la utopía y la paciencia histórica para ser jóvenes sin prisa y con memoria; sin prisa para saber que ese futuro distinto es posible pero no llega tan rápido como desearíamos; con memoria para tener presentes a todos los que han dado su vida o perdido la vida en el proyecto de hacer de México un país donde se pueda vivir con dignidad.

Ojalá les quede, como dice el poeta: “hacer futuro/a pesar de los ruines de pasado/
y los sabios granujas del presente”, de los sabios granujas del pasado y los ruines del presente.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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