Lado B
Hay muertos que aún no lo saben
 
Por Aranzazú Ayala Martínez @aranhera
31 de octubre, 2014
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Aranzazú Ayala Martínez

@aranhera

Cuando alguien muere ahí está el cuerpo. El féretro, la urna, la lápida. El montón de ramas que se incendian y se pierden en el mar, el rezo de despedida, la placa con el nombre.

La muere se convierte en una tumba. Un cuerpo que regresa a la tierra, que se funde con las raíces. La muerte se hace vida, un ciclo. La pérdida se convierte en una calavera de azúcar, en colores, en una reunión con familia y amigos recordando y compartiendo.

Cenizas, fuego, huesos, jirones de ropa deshechos, todo lo que es un ser humano en su carnalidad se vuelve un símbolo tangible para aceptar la partida, que con el paso de los años muta en una fiesta de muertos, tradición ancestral mexicana. Pero una desaparición es una muerte diaria.

Las cifras de personas desaparecidas, alarmantes y en aumento en todo México, no son parte de estos párrafos. Aquí se habla de cómo para una familia su desaparecido se convierte en un muerto mientras otras luchan para encontrarlos. Pero el dolor es algo personal, es un sentimiento que no tiene protocolos y no puede uniformarse. El dolor, como el poder, transforman. Y para Rosa y su familia, cuando se dejó de saber su hijo Manuel, fue como si muriera. Ella tiene más de 83 años y nunca ha hablado de él, ni siquiera mencionado su nombre. En las ofrendas a veces se ve la foto del hombre de espalda ancha y bigotes, que se ha convertido en un recuerdo desvanecido para la familia.

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Ilustración: Beatrix G. de Velasco

Manuel no es un muerto pero para su familia el que no estuviera se convirtió en una muerte súbita. Un infarto, un instante de shock, un momento de agonía que no quisieron eternizar, sin saber que hay caminos –que en este país de muertos no tienen fin– para buscar, para tratar de encontrar. “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, dicen las consignas de las marchas y las manifestaciones por los más de 27 mil desaparecidos en todo México desde 2006.

Hace unas semanas, su hija mayor, la primera de tres mujeres y un hombre, se comunicó con su tía. Desde un teléfono en Veracruz, donde vive, hasta Puebla, le contó que habían ido con una médium que les dijo que su papá, Manuel, ya estaba muerto. Y que no tenía descanso porque no estaba enterrado, que su alma seguiría vagando entre los vivos hasta no estar en una tumba y entre la tierra.

A más de diez años de su desaparición, sólo se sabe de que el trailer que manejaba, que no era suyo, apareció abandonado en una carretera veracruzana. Nadie dice nada, nadie pregunta. En la familia se ha vuelto un retrato difuminado, clavado con agujas que sangran el corazón y los recuerdos.
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Autor Lado B
Aranzazú Ayala Martínez
Periodista en constante formación. Reportera de día, raver de noche. Segundo lugar en categoría Crónica. Premio Cuauhtémoc Moctezuma al Periodismo Puebla 2014. Tercer lugar en el concurso “Género y Justicia” de SCJN, ONU Mujeres y Periodistas de a Pie. Octubre 2014. Segundo lugar Premio Rostros de la Discriminación categoría multimedia 2017. Premio Gabo 2019 por “México, el país de las 2 mil fosas”, con Quinto Elemento Lab. Becaria ICFJ programa de entrenamiento digital 2019. Colaboradora de “A dónde van los desaparecidos”
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