Lado B
La región de los que huyen
Es hasta que miles de centroamericanos han huido de la región, denunciando que en sus países los van a matar, que se habla de los nuevos desplazados por la violencia. El Salvador no reconoce el fenómeno de manera oficial.
Por Lado B @ladobemx
21 de agosto, 2014
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Una madrugada, una madre y sus hijos huyen de El Salvador porque el hijo mayor ha recibido amenazas de pandilleros en la escuela. Una institución privada de derechos humanos les ayudó para evacuarlos hacia un país extranjero. Foto Fred Ramos. Tomada de salanegra.elfaro.net

Daniel Valencia Caravantes y Jimmy Alvarado | El Faro
@_ElFaro_
[quote_box_center]Es hasta que miles de centroamericanos han huido de la región, denunciando que en sus países los van a matar, que se habla de los nuevos desplazados por la violencia. El Salvador no reconoce el fenómeno de manera oficial, pero dice que está creando programas para ayudar a quienes migran por esa razón. Mientras eso llega, la esperanza del Estado es que los ciudadanos se ayuden entre sí para escapar del país.[/quote_box_center]

1. Una madre huye junto a su hija

A las orillas de un río “pachito”, de aguas calmas, Maribel y Beatriz, la cosmetóloga, comieron y se bañaron y juguetearon con la hija de Maribel y con el nieto de Beatriz. Se secaron, se cambiaron de ropa, y cuando llegó el momento de huir, quedó grabado en la cabeza de Maribel su último recuerdo de El Salvador: Beatriz, la cosmetóloga, se despedía desde el otro lado del río. “¡Cuidate mucho, mamita!”, le decía. El último recuerdo que Beatriz guarda de ese día es el de la espalda de Maribel cargada con una mochila repleta de ropa y comida. Es el de Maribel y su hija, tomadas de la mano, haciéndose invisibles al final de una vereda que las conduciría hasta la ciudad de Guatemala.

Beatriz, la cosmetóloga, es una gran samaritana. Cuando Maribel huyó por primera vez le dio refugio en San Salvador. Cuando huyó por segunda vez la refugió en una vieja casona familiar de la ciudad de Santa Ana. Cuando hubo que, por fin, largarse de El Salvador, porque para Maribel y su hija El Salvador no era seguro, se las llevó hasta un cruce ilegal, para que del escape no quedara ningún registro en las fronteras. Beatriz, convertida en una “coyota”, armó así el plan para que nadie sepa, para que los pandilleros no sepan dónde se ha ido a esconder Maribel.

* * *

En esta región del mundo, la del triángulo norte de Centroamérica, cuando alguien huye es porque está siendo perseguido por las pandillas, el crimen organizado o el narcotráfico. Lo dice la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Entre 2008 y 2013, 58 mil 63 Maribeles cruzaron las fronteras de Guatemala, Honduras y El Salvador porque ya no podían vivir en sus países de origen. Si hace 30 años miles de centroamericanos huían de las guerras en la región, ahora huyen de la violencia de las pandillas, del crimen organizado y el narcotráfico. El ACNUR dice que son los nuevos desplazados forzados.

La mayoría de los desplazados busca como país de refugio Estados Unidos. Allá, el Departamento de Estado reporta que, en el último quinquenio, de las más de 40 mil peticiones de asilo hechas por ciudadanos del triángulo norte de Centroamérica, casi la mitad (18 mil 873) han sido hechas por salvadoreños como Maribel. ACNUR dice que en El Salvador los desplazados forzados son empujados al exilio por la violencia de las pandillas.

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Maribel, de 24 años, creció junto a unos niños que más tarde se convirtieron en prominentes pandilleros de la Mara Salvatrucha en su comunidad, una de paredes de concreto y techos de lámina, a la orilla de un río sucio. Quienes viven en los territorios de las pandillas están sujetos a sus reglas. La regla no escrita que condenó a Maribel es aquella que dicta que una chica guapa del barrio no puede negarse a uno de los líderes de la clica. “Conseguí marido a la fuerza porque así tenía que ser”, dice. Uno de sus amigos mandaba que la buscaran y ella sabía que no podía negarse. Sin conocerla, cualquiera podría pensar que Maribel fue una tonta. Suele suceder que cuando aparece la noticia de que una chica murió asesinada por supuestos pandilleros, las redes sociales en El Salvador se saturan de usuarios que comentan que a la víctima le fue mal por tonta. ¿Quién le mandó meterse con pandilleros?, preguntan algunos. Merecido se lo tuvo, concluyen otros. Maribel hoy reflexiona que a nadie podía pedir auxilio. ¿Quién iba a socorrerla de las intenciones de un marero, respaldado por una clica, en una comunidad controlada por ellos? Ni Beatriz, la cosmetóloga, podría hacer nada. Maribel temía que si no iba a visitar a su amigo, su amigo se podía enojar, la pandilla se iba a enojar y ella y su hermano y su abuela podían caer en desgracia.

Sumisa, visitó a su amigo una y otra vez. A la cancha, a la esquina, a la tienda, tomó “cocacolas” con él, luego “birria, luego fumó un “chester (cigarro), luego un “porrito, y luego entró a una champa de lámina, y primero fue un beso, luego dos, luego se acariciaron desnudos. Al cabo de un año de relación, Maribel parió a la hija de un marero. Tenía 16 años entonces. El Pandillero, padre de su hija, tenía 20.

Hay reglas no escritas en la pandilla. Reglas de convivencia en las comunidades. Por ejemplo, hay pandilleros que obligan a los vecinos a asistir al cumpleaños de sus hijos; o algunos que se resienten al grado de declarar enemigos a aquellos vecinos que nos los invitaron a ellos a compartir un pastel. Para el caso de aquellos que se meten con la pandilla, acatar los designios de la clica es otra regla. Para el caso de una joven mujer, todo puede llegar a convertirse en una pesadilla. Hay clicas que en los cumpleaños el regalo que hacen a los agasajados es entregarles chicas vírgenes; hay líderes en la cárcel que exigen jovencitas de sus comunidades para que lleguen a la cárcel a tener sexo con ellos y sus camaradas, so pena de arremeter con violencia contra la familia de la víctima. Hay violaciones tumultuosas… hay puras desgracias.

Cuando la hija de Maribel cumplió dos años, El Pandillero cayó preso, acusado de homicidio. Y entonces a Maribel la volvieron a buscar, y le dijeron que cada semana tenía que abordar un bus hacia el oriente del país -un viaje de cuatro horas-, hasta la cárcel de Ciudad Barrios, un municipio enmontañado, en donde se encuentra la principal cárcel que alberga a pandilleros de la Mara Salvatrucha, más de 2 mil 500 de ellos. Al principio viajaba solo para tener sexo con él, pero más tarde El Pandillero, el padre de su hija, le exigió más cosas.

—Primero empecé metiéndome chips de celular en el ano o en la vagina. Y ya luego me exigió que metiera marihuana. Al principio me negué, pero…

… Pero una noche llegaron a buscarla, de nuevo. Golpearon a la puerta de su casa, y cuando ella abrió, tres jóvenes se le abalanzaron, la tiraron al suelo y le pegaron patadas en el abdomen, la espalda, las piernas, las nalgas, la cara. La zapatearon, literalmente, colocando las plantas de los zapatos contra sus mejillas. “¡Tenés que ir, hija de puta, o ya sabés!”, le dijeron. “¡Tenés que ir o a la próxima venimos también por ellos”, le advirtieron. Desde uno de los dos pequeños cuartos de su pequeña casa, miraban atónitos su hermano, su abuela y su hija bebé.

Maribel entonces viajó cuatro horas hacia el oriente del país, y en su vagina viajaba una bolsa con 50 gramos de marihuana. Pero algo pasó, quizá se puso nerviosa, y la descubrieron durante la requisa que hacen en la entrada. Pagó seis meses en Cárcel de Mujeres, seis largos meses que le siguen provocando pesadillas.

—Estando allá, todas las noches soñaba que regresaban a la casa por mi niña –dice.

[quote_right]En el triángulo norte de Centroamérica, la región más violenta del mundo, hay dos pandillas hegemónicas. Una se llama Barrio 18 y la otra Mara Salvatrucha. Esta última, una de las pandillas más peligrosas, según el FBI, y con designación por parte de las autoridades estadounidenses como uno de los grupos criminales a cuyas finanzas hay que atacar. [/quote_right]

Al salir de prisión, Maribel regresó a casa, y una noche volvieron a llamar a su puerta. Debía intentarlo otra vez. Ya no al mismo penal, donde estaba su marido, sino a otro. Reglas no escritas. Aquello sería como un castigo que debía cumplir por no haber completado la encomienda de la marihuana. Maribel les dijo que sí, pero en su cabeza ya había armado unas maletas imaginarias, que más tarde, esa misma noche, se hicieron reales y las cargó hacia la puerta de la casa de Beatriz, su amiga cosmetóloga. En su primer éxodo viajó desde su casa, ubicada a la orilla de una quebrada sucia, hasta una casita de clase media en las afueras de San Salvador, camino al aeropuerto. Llevaba a su hija en brazos, dormida. Ella recuerda bien esa noche. Era una noche de quema de fuegos artificiales, de las «luces Campero», y el taxi que tomó se metió en un atolladero. Maribel lloraba porque no pudo despedirse de nadie, mientras miraba a través de la ventana cómo estallaban en el cielo las luces multicolores.

En el triángulo norte de Centroamérica, la región más violenta del mundo, hay dos pandillas hegemónicas. Una se llama Barrio 18 y la otra Mara Salvatrucha. Esta última, una de las pandillas más peligrosas, según el FBI, y con designación por parte de las autoridades estadounidenses como uno de los grupos criminales a cuyas finanzas hay que atacar. Ambas pandillas surgieron en Los Ángeles, Estados Unidos. Las crearon jóvenes migrantes centroamericanos para defenderse de otras pandillas.

Con sus matices en cada país, hoy día las pandillas controlan vastos territorios compuestos por comunidades obreras, marginales, pobres. Se calculan por decenas de miles sus miembros en toda la región. Solo en El Salvador, el gobierno ha estimado que hay unos 60 mil pandilleros activos. La Policía Nacional Civil calcula que hay 610 clicas en todo el país, con presencia en los 14 departamentos. En San Salvador, donde creció Maribel, hay 216.

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Semanas después de aquella noche de las luces Campero, Beatriz, la cosmetóloga la envió lejos, a su casa familiar, ubicada a dos horas de la capital. Fue hasta que estuvo allá, más lejos de casa, que Maribel telefoneó a su hermano. Le pidió que le dijera a su abuela que estaba bien, y que hicieran de cuenta y caso que ella y su hija ya no existían. No les dijo dónde estaba, no les dio coordenadas, les dijo que hicieran de cuenta y caso que ella ya no existía. “Es mejor así”, les dijo. Entre lágrimas, a regañadientes, su hermano, dos años menor, aceptó. Nunca más preguntaría por ella, para que luego no le notaran a él que escondía información sobre el paradero de Maribel.

Al cabo de unos meses, una tarde de martes, en una agencia de teléfonos Tigo, Maribel se quedó helada. Una semana atrás había reportado en esa agencia un problema con su celular, y le dijeron que se lo resolverían una semana después. Puntual, el día de la segunda cita, Maribel llegó a la agencia, y fue entonces cuando en su mente se imaginó a sí misma, una vez más, rellenando maletas. “¿Usted es la muchacha? Maribel se llama, ¿verdad? Su familia la anda buscando”, le dijo una de las vendedoras.

Ese mediodía, en uno de los telediarios del país, la foto de Maribel circuló con la leyenda “Desaparecida” y un teléfono de contacto. Una de las vendedoras de Tigo reconoció a Maribel, la chica joven con una hija linda, que había visitado la agencia hacía apenas días. En la agencia hicieron bola con el caso de Maribel, y ella hoy jura que era como si la estuvieran esperando el día de la cita. Maribel corrió de regreso a la casa de Beatriz, para salir de dudas le volvió a hablar a su hermano, y comprobó que él había cumplido su promesa: no buscarla nunca más. Todo apuntaba a que alguien de la pandilla se había hecho pasar por su familia, había enviado la foto al telediario, había contado el caso, había pedido ayuda para encontrarla. Maribel temió lo peor.En el pueblo que se convirtió en su último refugio, donde casi la alcanzan, hay 40 clicas de pandillas, 26 de estas ligadas a la MS, la pandilla que la persigue. Maribel no lo sabe con exactitud, pero ella sí tuvo siempre claro que moverse de un lugar a otro, dentro del territorio salvadoreño, no era garantía de nada. Si acaso sería una pausa. Un paréntesis en su escape. Hoy que se sentía identificada por una vendedora de celulares, lo que ella más temía por fin había sucedido: era hora de dejar atrás al país. Esa noche, en las tinieblas, mientras crujían las vigas y la lámina en el techo de la casa de Beatriz, se imaginó que llegaban, la ubicaban, que alguien había dado su paradero, ubicable porque tenía un nuevo celular, había dado esa dirección. Imaginó que los pandilleros caminaban encima del techo.

Maribel temió la muerte durante dos semanas. En cada esquina sentía que alguien la observaba. No dormía bien, y cada ruido de las vigas era un sobresalto. Mientras, Beatriz movió a más familiares para ayudarle a su protegida. Y de familiar en familiar, de amigo en amigo, Beatriz logró alejar a Maribel del ruido y el riesgo de la casa con vigas chillonas al enviarla hacia un rancho en una montaña fronteriza con Guatemala. Pocos días después, las dos amigas se despidieron, quizá para siempre, en las riberas de un río.

En Guatemala, amigos de Beatriz la ayudaron a conseguir trabajo. Pero el problema es que no tenía papeles, ni de ella ni de su hija, y su hija no podía quedarse sin estudiar. Indocumentada, Maribel preguntó a abogados, y alguien le recomendó acercarse a las autoridades de Guatemala para pedir asilo o refugio. Se movió algunos días a la capital, pidió ayuda en Migración, y la autoridad guatemalteca aceptó estudiar su caso. Ella contó toda su historia. Le pidieron pruebas, pero ella no tenía cómo probar nada.

Desde Guatemala, las autoridades enviaron oficios hacia El Salvador para comprobar algunas cosas: que El Pandillero, el padre de la niña, existe y que está preso. El registro de la estancia en cárcel de Maribel, el caso por el que fue condenada… pero nada de eso comprobaba que su testimonio fuera cierto, más que su propia palabra y sus lágrimas. El 15 de marzo de 2014, el gobierno de Guatemala le creyó a una salvadoreña. Ese día, el gobierno de Guatemala reconoció que su vecino El Salvador era incapaz de darle protección a dos de sus habitantes, y por lo tanto decidió otorgarles refugio.

[quote_box_left]Extracto del texto originalmente publicado en el sitio El Faro. Click aquí para seguir leyendo.[/quote_box_left]

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