Lado B
Educar para el mundo que hiere
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
08 de julio, 2014
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Tenemos alumnos con problemas graves y hay que tratarlos con respeto y consideración”, opina una vicedecana. Lo cual supone alertarlos o evitarles desde la Ilíada y la Biblia (en las que hay adulterios y matanzas sin cuento) hasta Hamlet (en la que hay fratricidio, más adulterio, crueldades psicológicas y atisbos de incesto). Aquí ya tenemos una legión de cursis que suprimen de los cuentos infantiles cuanto les parece violento, triste, sexista o desagradable. En realidad estos jóvenes y quienes los “protegen” quisieran evitarse y evitarles la vida. Yo no sé por qué sus padres los pusieron en el mundo y sus profesores algodonosos consienten que en él sigan; porque es un lugar que antes o después hiere la sensibilidad de cualquiera.”

Javier Marías. El mundo hiere.

 

[dropcap]C[/dropcap]ada vez se pone más de moda la idea de que educar es crear un mundo artificial y protegido que tenga las condiciones estructurales para evitar cualquier contrariedad a los niños y adolescentes. Se trata de construir, en la casa y en la escuela un ambiente en el que los hijos y los educandos no tengan experiencias que puedan herir su sensibilidad porque esto dañaría irremediablemente su autoconcepto y su autoestima.

Esta moda tiene su origen en una rebeldía contra la educación autoritaria, represiva y vertical que muchos de los que ahora son padres de familia padecieron durante su infancia y adolescencia y se sitúa en el extremo opuesto que plantea que no debe haber en la educación ningún tipo de imposición o experiencia que limite o se oponga a lo que cada educando desde su sentir espontáneo va queriendo aprender.

Pero lo que hiere la sensibilidad o puede contrariar el estado anímico de los estudiantes no es solamente el autoritarismo o la imposición. También son fuente de contrariedad e incomodidad las muestras de violencia entre seres humanos o entre cualquier especie de la naturaleza, las crueldades psicológicas, el sexismo, el racismo, la guerra con sus matanzas irracionales, el dolor injusto que padecen muchas personas y hasta la miseria y el hambre.

Varias generaciones han crecido ya en otros países según esto más “adelantados” que nosotros en este ambiente educativo aséptico y cuidado al máximo en el que solamente se puede introducir lo agradable, lo que produzca la felicidad al educando, entendida la felicidad como un estado de aislamiento de cualquier realidad humana dolorosa, desagradable o violenta.

Me entero ahora por el artículo de Javier Marías que cito en el epígrafe que en varias universidades de los Estados Unidos, empezando por la Universidad de California, que es, según el escritor español, el “Estado pionero de casi todas las pusilanimidades…” en ese país, el consejo de estudiantes ha solicitado que se coloquen avisos en los libros que indiquen lo que van a encontrar en ellos. “De que El gran Gatsby “contiene pasajes violentos y misóginos”, o de que en Huckleberry Finn “hay vocablos y actitudes racistas”. Consideran que lo que hagan o digan los personajes ficticios de una novela o de un drama “puede herir su sensibilidad”, o algunas escenas causar “síntomas de estrés postraumático” a quienes hayan sido víctimas de violaciones o ex-combatientes de guerra, o tengan pánico incontrolable a esas amenazas…”

Nos encontramos, dice el novelista, ante un nuevo tipo de puritanismo en el que ya no se censuran las obras desde la visión de dogmas o autoridades religiosas sino a partir de esta perspectiva de una educación indolora que está invadiendo todas las esferas de la sociedad, sobre todo en los estratos socioeconómicos medios y altos y en las ciudades o instituciones educativas consideradas de vanguardia.

Proteger a los alumnos de las distintas realidades humanas, muchas veces inmensamente inhumanas, parece ser la consigna de esta nueva educación indolora y por lo tanto también seguramente insípida y falta de densidad y profundidad en nombre de un supuesto respeto y de una muy cuestionable consideración por sus “problemas graves”.

Esta protección frente a realidades incómodas o hirientes se refuerza en ese  y otros países “avanzados” por la existencia de un marco legal que facilita el que un estudiante que se sienta agredido o herido en sus sentimientos por la exposición a un material literario, filosófico, social o científico que consideran demasiado fuerte sin ser previamente advertido, pueda demandar al profesor y a la institución y someterlos a un proceso judicial largo y tortuoso.

El mundo de lo políticamente correcto se está imponiendo a pesar de las situaciones absurdas que conlleva. La idea de una educación protectora de la realidad y blindada a los horrores propios del devenir de la humanidad está avanzando peligrosamente.

Los cuentos infantiles se prohíben o se modifican para quitarles cualquier elemento que se considere violento, sexista, racista o políticamente incorrecto y se pide que los pasajes de la historia se modifiquen para eliminar todo lo que tenga visos de estos “pecados” sociales contemporáneos.

Pero la educación debería preparar a los niños y jóvenes para la vida, es decir, para la vida real que no tiene sólo cosas agradables o libres de prejuicios y crueldades. La escuela y la universidad deberían enseñar la identidad terrenal, como afirma Morin en Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Y la identidad terrenal incluye la herencia de la muerte (armas nucleares, nuevos peligros) del siglo XX y los precedentes tanto como la esperanza (aporte de las contracorrientes, en el juego contradictorio de las posibilidades). La educación de este cambio de época debe también enseñar la condición humana, que implica tanto la enseñanza de la comprensión entre los seres humanos como el aprendizaje crítico de los obstáculos para la comprensión como son el egocentrismo, el etno y el sociocentrismo y el espíritu reductor.

La educación para la vida que se requiere hoy es una educación en el mundo y para el mundo que hiere, como afirma Marías en su artículo. El mundo natural y humano, la realidad natural y cultural, la vida humana y social implican un camino en el que tarde o temprano vamos a ir acumulando heridas, contrariedades, golpes a nuestra sensibilidad, experiencias de dolor injusto que nos capacitan para comprender y acercarnos al otro, violencia, inequidad y muchos otros elementos que no pueden, no deben ser evitados en la trayectoria educativa o expulsados de la escuela sino que, por el contrario, deben ser plenamente incorporados a ella.

El mundo hiere, la vida hiere y en lugar de educar en un ambiente que evite estas heridas se debe educar dentro del mundo y dentro de la vida capacitando al educando para experimentar, comprender y enfrentar el dolor, la contrariedad, la injusticia y la muerte que son propias de la vida en este planeta.

Educar para el mundo que hiere, educar para la vida que hiere, no significa renunciar al compromiso por la transformación de la sociedad y la mejora de la vida; no implica dejar de hacer todo lo posible por sanar las heridas que padecen tantos seres humanos en el mundo. Educar para el mundo que hiere, educar para la vida que hiere implican un redoblado esfuerzo hacia el combate de estas heridas pero al mismo tiempo, de manera compleja, requiere de la aceptación de que la vida humana y el mundo humano son realidades que hieren pero que al mismo tiempo están sembradas con semillas de esperanza.

Lejos de dañar la autoestima de los educandos, la educación para el mundo que hiere es una educación que prepara seres humanos fuertes, críticos y comprometidos con la salvación de la humanidad a partir de su realización.

***

Por razones de trabajo y receso vacacional, esta columna no aparecerá las próximas tres semanas. Convoco a mis lectores a reencontrarnos en este espacio el miércoles 6 de agosto.

[quote_box_center]*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.[/quote_box_center]

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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