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El censo educativo: desolación y esperanza
Más allá de las cifras aterradoras que se han analizado en distintos medios y que yo mismo he tratado en otros espacios periodísticos, los resultados del censo educativo provocan una gran desolación pero al mismo tiempo suscitan una sensación de esperanza.
Por Lado B @ladobemx
09 de abril, 2014
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Martín López Calva.

“El rechazo del acto de comprensión es un hecho
que cuenta para el egoísmo individual y el egoísmo
de grupo, para la psiconeurosis, y para la ruina de
las naciones y civilizaciones”

Bernard Lonergan. Insight: p. 259.

Más allá de las cifras aterradoras que se han analizado en distintos medios y que yo mismo he tratado en otros espacios periodísticos, los resultados del censo educativo provocan una gran desolación pero al mismo tiempo suscitan una sensación de esperanza.

Desolación por lo que se puede leer a partir de los datos: escuelas que no cuentan con el mínimo equipamiento y la infraestructura básica para funcionar como espacios educativos –lo cual ya había sido previamente publicado en el estudio de Mexicanos primero sobre el (Mal) Gasto educativo– , presupuesto enorme que se destina en su mayor porcentaje a pagar una nómina llena de aviadores –más de 39 mil-, comisionados –más de 30 mil-, profesores que no trabajan en las escuelas a las que están asignados -113 mil-; jubilados, retirados o fallecidos –casi 115 mil- y un sistema hiperburocratizado en el que la mitad de los 2 millones 247 mil empleados del sistema educativo son personal administrativo.

Desolación porque los resultados plantean con claridad que el régimen de corrupción generado por el tráfico de plazas –venta, herencia, renta, asignación discrecional- que se volvió un modus operandi del SNTE y la CNTE funciona hasta hoy para premiar las lealtades políticas a trabajadores de la educación que tienen hasta cuatro plazas (¡!) -97 mil 479- mientras que un gran número de docentes – al menos 65 mil 800- trabajan sin plaza. Gran desolación porque estas cifras muestran que tenemos un sistema educativo que no incentiva el compromiso genuino con la formación de los futuros ciudadanos mexicanos sino la politiquería, la grilla, la sumisión y la deshonestidad.

La injusticia de nuestra sociedad reflejada en el funcionamiento de nuestras escuelas: los docentes honestos, capaces y comprometidos trabajando en condiciones desfavorables mientras los  pseudo profesores dedicados a la política o a la burocracia sindical obtienen todos los privilegios.

Pero la desolación aumenta al saber que el censo no pudo aplicarse debido a la oposición de los organismos gremiales magisteriales en el 27% de las escuelas de Oaxaca y Michoacán y el 41% de Chiapas, lo cual significa alrededor del 9% de las escuelas a nivel nacional. Desolación porque sin duda, de haberse aplicado en estas escuelas faltantes, los datos serían aún más terribles. Desolación también por el hecho de saber que el gobierno no tuvo la suficiente autoridad para obligar a estos estados a aplicar el censo en la totalidad de sus escuelas debido a la existencia de “poderes fácticos” como los de la CNTE y otras organizaciones radicales que no permitieron el acceso a los encuestadores porque seguramente tienen mucho que ocultar.

Aún más desolado se siente uno al pensar que muchos de los llamados “opinólogos”, analistas prestigiados que publican en prensa o aparecen en los espacios de radio y televisión, incluyendo algunos académicos del campo educativo que se preocupan más por el aplauso de los sectores “vanguardistas y críticos” y la corrección política que por un análisis serio y objetivo de la situación educativa del país, se opusieron al censo como parte de su oposición a la reforma educativa, esgrimiendo descalificaciones a los organismos que han pugnado desde hace años por saber cuántos docentes trabajan en el sistema educativo y al supuesto ánimo privatizador de la educación que estos organismos y los medios de comunicación dominantes “ocultan” como parte de una especie de complot organizado desde más allá de nuestras fronteras.

Finalmente, la desolación crece de manera exponencial cuando constatamos que esta corrupción no es cuestión de individuos aislados, ni siquiera es algo que tenga que ver solamente con la estructura organizacional corrompida del sistema educativo sino que es algo que ha llegado al nivel de nuestra cultura, que se han construido significados y valores en torno a estas prácticas para justificarlas y legitimarlas, que se ha creado un enemigo en parte real y en gran parte mitológico –“el neoliberalismo”, “la globalización”, “el sistema”- para ganar adeptos en esta lucha para que todo siga igual.

Ante todas estas cosas, la desolación se intensifica y puede correrse el riesgo de que se instale en nuestro ánimo la resignación, la sensación de impotencia y el dominio de la racionalidad perezosa que nos paraliza e impide reaccionar.

Pensar que el censo nos presenta una fotografía terrible de la organización de nuestro sistema educativo pero que se trata de algo que nunca va a cambiar, que está en la raíz de nuestro sistema social, que es parte de nuestra cultura y así va a permanecer, que nosotros no podemos hacer nada para remediarlo, que el gobierno y la SEP ya se rindieron a que no se aplique la reforma educativa en ciertos lugares, que el SNTE y la CNTE –que no son lo mismo pero son iguales- tienen demasiado poder para intentar poner orden en esta corrupción instalada, que los intentos de cambio vienen del monstruoso neoliberalismo, etc. Este sería el resultado lógico del triunfo de la desolación.

Sin embargo, como decía al principio, al mismo tiempo que el censo nos produce este sentimiento negativo y esta tendencia a la tristeza y la parálisis social, también nos suscita una sensación de esperanza que aunque sea frágil, hay que identificar, cultivar y hacer crecer para darle cauce.

La esperanza que proviene de la constatación de que la sociedad civil organizada puede, a través de la presión generada por datos y planteamientos serios y concretos, lograr que las autoridades tomen decisiones que apuntan hacia la transformación del status quo de nuestras escuelas.

La esperanza que se genera cuando se cae en la cuenta de que después de años de lucha y de muchos intentos, la educación se ha instalado en la opinión pública como un factor relevante para el desarrollo del país y la conciencia del cambio educativo se ha vuelto una exigencia cada vez más compartida por millones de mexicanos que desean que el país crezca y mejore en sus condiciones de justicia, democracia, paz y generación de condiciones materiales de vida suficientes y sustentables para todos.

Una esperanza que se fortalece entre más participación social se tiene en las distintas iniciativas de transformación de nuestro sistema educativo. Una esperanza fundada en las posibilidades reales de incidencia en el cambio y en las evidencias de lo que se ha avanzado hasta hoy en este rubro, incluyendo la realización del censo por más limitaciones que haya tenido en esta primera ocasión.

Una esperanza que no puede sentarse a ver cómo llegan los avances sino que requiere un trabajo colectivo constante y comprometido, sistemático e inteligente para poder seguir empujando las acciones necesarias para transformar la realidad de la formación de millones de niños y adolescentes que representan el presente y el futuro del país.

Una iniciativa que apunta en este sentido de esperanza activa es la llamada Fin al abuso que está reuniendo firmas para exigir al gobierno las acciones consecuentes para dar seguimiento y reformar el estado de la cuestión arrojado por el censo recientemente difundido.

Ojalá todos podamos consultar los resultados del censo en la liga: http://www.censo.sep.gob.mx/ y firmar la iniciativa de Fin al abuso en la página: http://finalabuso.org/ para convertir la desolación en esperanza crítica y activa hacia el mejoramiento real de nuestra educación.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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