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Educación y trascendencia: una reflexión contra el oscurantismo
La conmemoración de la Semana Santa, un tiempo fundamental para el mundo católico y las crónicas, columnas de análisis y posts en las redes sociales que estas fechas generan, me hace pensar en la importancia de poner sobre la mesa el tema de la religión y de manera más amplia de la dimensión espiritual y la pregunta por la trascendencia en nuestra educación.
Por Lado B @ladobemx
22 de abril, 2014
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Martín López Calva

@M_LopezCalva
 

“Así como el rechazo a toda indagación es un oscurantismo total,
de igual modo el rechazo a tal o cual investigación es un oscurantismo
parcial…”
Bernard Lonergan, Insight. Estudio sobre la comprensión humana, p. 323.

 

La conmemoración de la Semana Santa, un tiempo fundamental para el mundo católico y las crónicas, columnas de análisis y posts en las redes sociales que estas fechas generan, me hace pensar en la importancia de poner sobre la mesa el tema de la religión y de manera más amplia de la dimensión espiritual y la pregunta por la trascendencia en nuestra educación.

El tema ha estado vedado para la opinión pública y los analistas y académicos en nuestro país debido a la confrontación histórica entre liberales y conservadores que dos siglos después de su origen –prácticamente desde el momento en que surge México como nación independiente- sigue viva y despierta aún posturas polarizadas.

Lo señalaba ya don Pablo Latapí Sarre –padre de la investigación educativa en nuestra patria- en algunos artículos periodísticos sobre el tema de la relación entre religiosidad y educación al hablar de la infortunada construcción de una cultura laicista, casi equivalente a anti-religiosa en lugar de una verdadera concepción laica del proceso educativo, que implicaría la consideración y respeto de la dimensión religiosa y la consecuente tolerancia y respeto a todas las religiones en nuestra sociedad cada vez más plural.

Sin embargo en el México del siglo XXI que exige diálogo, debate y libertad de pensamiento resultaría contradictorio seguir evadiendo este tema y otros que por su relación con momentos o procesos conflictivos de nuestra historia nacional pueden generar polémica o aún rechazo en los sectores amantes de la corrección política.

Porque como afirma Lonergan, el rechazo a determinada indagación, la cerrazón a determinadas preguntas resulta un oscurantismo parcial y así como la cerrazón a la indagación científica por motivos de dogmas religiosos es oscurantista, también lo es la negación de las preguntas por la dimensión espiritual y trascendente del ser humano así sea por motivos que se esgrimen como científicos o incluso como opositores al fanatismo, pues es la indagación inteligente y crítica precisamente el antídoto contra cualquier fanatismo sea religioso o racionalista.

No se abordará en este espacio el tema específico de la inclusión de asignaturas o espacios de enseñanza de determinada religión, tema que puede ser motivo de otro artículo posterior. El objetivo de este artículo es reflexionar sobre la muy mencionada formación integral de los educandos y la manera en que esta formación integral es mutilada o queda incompleta si se excluye de ella la dimensión espiritual.

“Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea”.

Octavio Paz. Hermandad.

Así describe Octavio Paz, poeta mexicano ateo la experiencia espiritual compartida como pregunta por el misterio que acompaña a todos los seres humanos desde las culturas ancestrales hasta la actualidad. Somos humanos, duramos poco y la noche –la vida, la realidad, el universo- es enorme. Por ello nos descubrimos como parte de una historia que escriben las estrellas y todos los seres vivientes, una historia en la que nosotros somos también, ínfima y humilde escritura, una historia en la que “alguien” posiblemente nos deletrea. Ese alguien puede ser simplemente la energía del cosmos como afirman muchos hoy o puede tener nombres distintos e historias míticas que intentan explicarlo o puede ser llamado Dios, el que es, el ser sin nombre que ha creado todo y acompaña el drama de la humanidad imprimiéndole un sentido.

La educación y sobre todo la educación pública no debería enseñar una determinada respuesta religiosa a esta experiencia del misterio que se traduce en la pregunta permanente por la trascendencia. ¿Este mundo, esta vida es todo lo que hay o existe algo más allá de los límites que conocemos? ¿Al morir nos reintegramos a la naturaleza y dejamos de existir o existe una vida más allá de esta que hoy vivimos? Somos seres capaces de intuir lo infinito, de concebir la eternidad pero ¿Existe realmente algo eterno, un ser infinito? Somos seres que desean conocer todo acerca de todo pero ¿Hay algún ser o alguna dimensión en la que exista este conocimiento absoluto y total? ¿Existe un ser omnisciente?

Sin embargo la educación, incluyendo la educación pública, no debería evadir la dimensión espiritual y negar los espacios necesarios para que los niños y jóvenes reconozcan esta experiencia del misterio, sean capaces de formular las preguntas relacionadas con la trascendencia y dialoguen sobre las distintas formas en que la humanidad ha ido dando cultural e históricamente respuesta a esta pregunta profunda y fundamental. Respuestas que están en las distintas religiones y respuestas no religiosas, respuestas más sólidamente pensadas y argumentadas y respuestas más subjetivas y superficiales.

La modernidad planteó que la razón tendría que sustituir al mito o a la religión, que el estadio del pensamiento científico, como planteaba el positivismo sería el paso natural en la evolución de lo humano que desterraría para siempre el pensamiento religioso que a su vez había desplazado al pensamiento mitológico.

Sin embargo la evolución de la humanidad no ha sido como la modernidad la predijo y muchos autores están hablando de la relevancia que tendrá lo espiritual en esta época, al grado de la frase atribuida al pensador francés André Malraux que plantea que “el siglo XXI será espiritual -o religioso según otras versiones- o no será”. Existen múltiples manifestaciones aún dispersas y no integradas del resurgimiento de esta inquietud y necesidad espiritual de los seres humanos aún en medio de la crisis de las religiones históricamente mayoritarias.

Edgar Morin plantea que la mente humana es simultáneamente mythos y logos, que la humanidad no va a evolucionar de lo mitológico a lo lógico sino que necesita pensarse desde la compleja relación entre mythos y logos, entre lo mitológico y lo lógico, entendiendo lo mitológico no como lo falso o basado en narraciones irracionales sino como lo que va más allá de la lógica científica y no puede ser atrapado por ella.

¿Puede quedar la educación al margen de esta complejidad de la mente humana y de la necesidad manifiesta con cada vez mayor amplitud en amplios sectores sociales de desarrollo de la dimensión espiritual?

¿Podrá la educación reformada de nuestro país trascender la vieja lucha entre liberales y conservadores e incluir en los procesos formativos una atención al desarrollo espiritual entendido como pregunta a la que cada persona y familia debe responder con total libertad?

Estoy consciente de los riesgos que explorar esta posibilidad conlleva por los múltiples intereses en juego y los conflictos históricos que siguen estando a flor de piel. Tengo claro que incluso este artículo puede no ser políticamente correcto y leerse como una propuesta regresiva o neoconservadora. Sin embargo estoy cierto también de que una educación que no atiende la dimensión espiritual del ser humano y las preguntas e indagación que esta dimensión conlleva, es una educación parcialmente oscurantista.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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