Lado B
De prejuicio en prejuicio… se llega a la Escuelita Feminista
Por Lado B @ladobemx
28 de marzo, 2014
Comparte

Liz Ruiz

La escuelita feminista es uno de mis máximos placeres en la vida. Este es el tercer año que se realiza por un séquito de mujeres bastante comprometidas, y también bastante raras. Ese es el chiste.

Todo comenzó hace tres años que vi la propaganda, por supuesto, en Facebook. Para ese entonces yo ya había trabajado temas de género y machismo, pero nunca había explorado el feminismo como tal, y francamente, ni lo conocía. Vi el título de “la escuela feminista” porque era un evento al que una de mis mejores amigas asistiría. Me llamó la atención, luego los prejuicios se apoderaron de mí y decidí desechar la idea. “Ya, muchas rarezas en mi vida”, pensé. Pasaron como dos semanas (habían hecho el evento con mucha anticipación) y algún comment hizo que me volviera a aparecer el evento. Las inscripciones seguían abiertas. Ofrecían juego de lecturas por el cual tenías que pasar forzosamente antes de la primera sesión, y te las entregaba a cambio de tu pago único. Organizadas, letradas y barateras; estaba muy bien aspectada la situación. No quería ir, pero tampoco pude resistirme a ese juego de copias y dos meses de aprendizaje a cambio de un costo exageradamente accesible. Entonces el prejuicio volvió a mí, pero esta vez a contrario sensu. “¡Qué oso, no quiero ir a este evento por mis prejuicios… soy una ultraderechista de clóset”, me dije, entre otras linduras. Entonces este mote me dio en el centro de mi orgullo de amante-de-la-sexualidad, y no necesité más para decidirme a inscribirme.

Llegué al lugar con mis pesos preparados, y mientras caminaba hacia la entrada, un bombardeo de estereotipos patriarcales se aglomeraba en mi mente. Pensé que tal vez me iban a odiar por no ser lesbiana, por llevar unos zapatos “muy femeninos”, por tener el cabello largo. Solo Safo de Lesbos sabe la cantidad de estupideces que pensé durante el minuto y medio que me tomó llegar al lugar, tocar la puerta y ser recibida por una de las integrantes de El Taller, y por ende de la famosa Escuelita Feminista. No fue ni amable ni cortante, ni cálida ni indiferente, no era una quinceañera ni una señora “amargada” como me la podía imaginar. Francamente era una mujer más o menos de mi edad, bastante normal, que me recibió el dinero, me dio mi ansiado juego de lecturas y me despidió brevemente.

escuelitafemEse día cambió mi vida para siempre ¡Aunque usted, queridx heteronormadx, no lo crea! Las tres versiones de la escuelita feminista a las que he asistido han sido un verdadero deleite. Lejos de los prejuicios patriarcales ortodoxos de “mujeres juntas, ni difuntas” y también de su intento por desprestigiar el movimiento con ideas como que las feministas son (o somos) “amargadas, histéricas, odia-hombres, feminazis, lo-mismo-que-el-machismo-pero-al-revés”, ahí existe un gran ambiente de colaboración, calidez y amistad. Tampoco hay esa guerra de egos teóricos que me imaginé, por supuesto jamás te prohíben nada, es más: ni siquiera la idea es darte “el manual de la buena feminista”. Nunca se dice qué hacer y qué no hacer con tu vida. Solo es un ambiente de contención y amistad para difundir los diferentes feminismos. Sus lecturas varían en un extenso continuum entre lo más profundo, como la heterosexualidad obligatoria de Adrienne Rich, hasta posts muy populares de Facebook que cualquier estudiante de preparatoria puede comprender.

Disfruto mucho asistir cada semana, la verdad es que me lo saboreo desde el día siguiente a la sesión. Me gusta la enorme diversidad de looks que portan las participantes, y las cosas raras que dicen y que muchas de esas rarezas las comparto. Me gustan los nombres tan tradicionales, a veces tan lejanos de lo descomunal de quien lo porta. Me encanta cuando a media sesión se descalzan, cuando se ríen y cuando se indignan con los temas.

Me siento afortunada de que estas reuniones empoderadoras de mujeres sean lícitas, cuando en otros tiempos nos hubieran quemado a unas y llevado a otras a manicomios. Estando ahí me siento cobijada, esperanzada en el futuro y en el presente y muy plena de saber que hay más mujeres como yo preocupadas por reivindicarse, ocupadas en su desarrollo y en aprender de su historia, de su identidad como mujeres, de esa familia que somos en nuestra lucha cotidiana y que es la árbola genealógica de nuestros derechos de hoy.

Estar ahí sentada entre esas paredes violetas (¿de qué otro color podrían ser?), me hace pensar que nací para esto. Recordé por qué no quise fiesta de XV años y cómo me molestaba la idea del Síndrome Premenstrual en la secundaria, cuando no tenía más teoría que mis deducciones puberales sobre lo que podría ser el machismo.

Aún me sorprendo al recapitular lo tarde que descubrí al (los) feminismo(s). Me sigue sorprendiendo el hecho de que no aparezca el clítoris en los libros de biología, que nunca se hable de que la esposa de Karl Marx era su traductora oficial ni que se mencione jamás la violencia obstétrica que sufren las parturientas en hospitales públicos y privados. Me sorprende lo lejanas que estamos las mujeres de la vida social, de la civilización, del imaginario colectivo. Es un mundo de hombres hasta que por ahí aparece Sor Juana en algún concurso de declamación de preparatoria. Me sorprende que los feminismos se sigan viendo como un conocimiento underground que unas cuantas locas inventan, cuando han marcado la pauta de mucha de la historia y de la vida política que ahora compartimos hombres y mujeres.

Pero todo esto se sigue construyendo gracias a mis comadres, que con su esfuerzo y su pasión siguen construyendo la historia de la reivindicación de las mujeres y nuestros derechos, todo con muchas salpicadas de humor y sororidad.

Muchas gracias, amigas. A las que la organizan, a las que la imparten y a las que asisten cada jueves y se comparten.

Comparte
Autor Lado B
Lado B
Información, noticias, investigación y profundidad, acá no somos columnistas, somos periodistas. Contamos la otra parte de la historia. Contáctanos : info@ladobe.com.mx
Suscripcion