Lado B
NO HAY DIFERENCIA
Samantha Paéz Guzmán
Por Lado B @ladobemx
22 de noviembre, 2013
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Samantha Páez Guzmán

 

El cabo López entró al teibol dans muy rápido, no fue a la barra como de costumbre, fue directo a la mesa donde estaba el comandante de la delegación. López se sentó junto a su jefe, estaba nervioso, no dejaba de acomodarse la cachucha, además le sudaban las manos y se las tenía que limpiar con el pantalón de su uniforme azul. El cabo estaba esperando que el comandante Aguirre lo notara, pero las muchachas lo mantenían entretenido, no se había dado cuenta que estaba allí.

—Mi Comi, mi Comi, tiene que ir a la jefatura de la delegación, es urgente.

El comandante Aguirre por fin volteó a ver a su subalterno, lo vio con desdén, haciendo los ojos chiquitos y torciendo la boca. Luego se hundió en el escote de una bailarina, mientras agarraba a otra de las nalgas.

—No ves que estoy ocupado.

—Sí, mi Comi, pero en verdad tiene que ir, los reporteros no dejan de chingar y si la cosa sigue así no dudo que El Patrón le hable en un ratito. Están afuera de la comandancia, quieren hablar con usted.

—Diles que estoy ocupado.

—Ya les dije, pero no se van, es que quieren saber qué pasó con los muertos del Cerro de la Estrella.

López le hablaba a su comandante mirando hacia otro lado, prefería no ver como Aguirre se engolosinaba con las chicas de “El Estuche”, sabía que si se calentaba allí mismo haría una escena porno y él no la quería ver. Estaba más preocupado porque no le hablara El Patrón, porque si llamaba de seguro a él sería al primero que iban a ajusticiar. Por eso tiró un vaso a propósito para que su jefe volviera a notarlo.

—Ese caso ya lo llevan los ministeriales, a nosotros que no nos molesten.

—Es que ya dijeron quiénes son los culpables y están esperando a que nosotros hagamos algo.

Fue hasta ese momento que Aguirre le puso atención a López, se quitó a la muchacha que tenía montada encima, se subió el pantalón y se abrochó la bragueta. Dio un trago a su brandy con coca y se quedó pensativo por unos minutos. Pensó en que si los pendejos de la ministerial ya habían hablado seguro era para torcerlos a ellos. Tenían que actuar antes de que le llamaran de arriba, así por lo menos podría decir que ya tenían asegurados a algunos sospechosos.

—¿Qué dijeron esos pendejos de la ministerial?

López dudó unos segundos, si Aguirre creía que le estaba haciendo una broma lo podría hasta arrestar por irrespetuoso o, peor aún, correrlo, no era la primera vez que pasaba algo así en la comandancia.

—Dijeron… dijeron que fueron perros callejeros los que se los echaron, según les arrancaron las piernas y los brazos a mordidas. A la mamá y al bebé, también a los noviecitos esos que encontramos después.

El comandante Aguirre soltó una fuerte carcajada, abrazo a dos de las muchachas y se comenzó a reír, las mujeres también rieron aunque no sabían bien por qué. Luego las soltó y se puso de nuevo pensativo, seguro se lo querían chingar, pensaban que no haría nada, pero él tendría que demostrar que en Iztapalapa sí hay justicia.

—Mándame a encerrar a todos esos cabrones.

—¿A quiénes, mi Comi?

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—Cómo que a quiénes, no seas bruto López, pues a los perros, a quién más. Si ellos fueron los culpables deben ir a la cárcel.

López se quedó inmóvil, tal vez Aguirre por fin se habría vuelto loco, tanta parranda, tanta desvelada, tendrían que dejar alguna consecuencia.

—¿Qué estás esperando, cabrón? ¿Qué vaya yo, o qué?

—No, mi Comi, sólo estoy pensando en cómo le vamos a hacer para identificar a los perros asesinos, en el cerro hay muchos.

Aguirre volvió a reír de forma sonora, se acabó lo que le restaba de bebida de un solo trago.

—No seas pendejo, pues agarra a unos cuantos del montonal perros que hay en el Cerro de la Estrella, total que entre perros no hay diferencia.

Samantha Paéz Guzmán. Reportera en formación y cronista por aspiración. Es colaboradora recurrente en Lado B, y ha publicado periódicos impresos y digitales de la región.

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