Lado B
Los fracasos de Jaime Mesa
Una charla con el escritor poblano sobre su segunda novela: Los predilectos
Por Lado B @ladobemx
19 de noviembre, 2013
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Josué Cantorán Viramontes

@josuedcv

Scarlett Kunzen toma una decisión vital: dejará atrás el desenfreno y se internará en una clínica de rehabilitación. Quedarán en el pasado las drogas y las fiestas sexuales, esas a las que asisten personas con VIH que buscan infectar a otras que, con pleno conocimiento de ello, desafían a la ciencia y a su propia vida en la adrenalina de cada relación de riesgo. Lo que ahora desea Scarlett es estar limpia porque, ella así lo cree, lo único que podrá darle verdadera trascendencia en el mundo es tener un hijo.

Un argumento así —el de Los predilectos (2013), la segunda novela del escritor poblano Jaime Mesa— atraparía de inmediato a muchos lectores. Pero Los predilectos no es sólo una novela sobre el Sida (el tema es apenas esbozado) ni la historia moralizante de lo que una mujer debe o no hacer: es más bien un largo relato contado por la misma Scarlett, en primera persona, donde todas sus obsesiones quedan al descubierto sin el menor asomo de condescendencia ante sí misma.

Y también es una novela sobre el fracaso.

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Foto: An Valerdi

Al menos así lo creyó el también escritor Yussel Dardón después de leer el texto, ahora publicado por la editorial Alfaguara, y así se lo dijo a Jaime, quien en ese momento no podía ni quería buscar definiciones sobre su obra y utilizó la frase de su colega para describir su trabajo.

—Yo quedo muy ciego después de escribir algo —dice el autor en entrevista con Lado B—. El otro siempre es mucho mejor para señalar o sintetizar lo que escribiste porque yo por eso escribí una novela de 280 páginas.

***

Jaime Mesa conoció el fracaso a los 14 años cuando empezaba a escribir por fin su primera novela de ciencia ficción: unas dos docenas de páginas que le mostró a su madre para pedirle su opinión. “Te falta mucho para ser escritor”, le dijo ella.

—Así. Me devastó, obviamente, estuve quizá como ocho años sin volver a tocar una pluma o volver a escribir, imagínate que tu madre te haga la crítica más cabrona del mundo. Ése fue como el inicio que de alguna forma me preparó para las críticas que vinieron después. Es decir, si a los 14 años tu mamá te había criticado de esa forma, pues ya ningún crítico o académico podía destrozarte de alguna manera en que no hubiera estado ya destrozado.

Pero el interés por escribir nunca se fue, seguirían una carrera en letras, la lectura de los realistas rusos —y sobre todo Dostoievski, cuya colección completa yacía en el librero de su madre—, después los autores del boom y finalmente otros de la tradición norteamericana como John Dos Passos, Fitzgerald, Hemingway y Faulkner, y finalmente Don DeLillo, Phillip Roth y David Foster Wallace.

Todo culminaría (o empezaría apenas), en 1999, con la inscripción en el taller de novela que venía a impartir a Puebla el escritor Daniel Sada.

Cuatro años de taller traerían dos fracasos más (dos novelas que quedarían totalmente descartadas) pero también el primer gran éxito: Rabia, la novela que años después, en 2008, publicaría la editorial Alfaguara, sería reseñada y comentada en diversas publicaciones culturales y llevaría el nombre de Jaime Mesa al conocimiento público, al menos en los círculos literarios.

Para el siguiente posible fracaso, el de la segunda novela, una de las más difíciles para todo escritor, Jaime se adelantó.

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Foto: An Valerdi

—En la presentación de tu libro mencionaste que la segunda novela de un escritor siempre es un reto muy difícil y que muchas veces resulta en un producto mediocre, pero que tú ya te habías adelantado. Cuéntame sobre eso.

—Con Daniel Sada y con los compañeros del taller, con Isaí Moreno, Carlos Ríos, además del trabajo literario, hablábamos mucho de cómo se construye una obra. Nos interesaba mucho pensar eso: cómo alguien escribe, cuál es su mundo literario y cómo lo expone durante muchas obras. Y siempre llegábamos al análisis de ciertos escritores, o la mayoría, y veíamos que la primera novela era asombrosa, muy buena, pero la segunda bajaba. De alguna forma, yo empecé a intuir y a reflexionar en ese sentido: si es muy difícil escribir, es mucho más difícil escribir con el mundo observándote, que es lo que ocurre cuando ya publicas un libro. Todo mundo te pregunta cuándo la siguiente y apenas estás presentando una. Acabo de presentar Los predilectos y ya la gente me escribe “cuándo la siguiente”. Quieras o no, es lo que hay que aceptar. La próxima vez que me siente a escribir voy a tener eso en la mente: no puedo hacer un borrón y cuenta nueva y todo eso se te va quedando en el inconsciente y de alguna forma también escribes con eso, con esos demonios.

”Al haber detectado eso, de manera no científica, lo que intenté fue no escribir una segunda novela cuando ya tuviera la primera publicada y ya estuviera en los reflectores, entonces inicié Los Predilectos, que curiosamente empezó como un juego. Digamos, yo quería armarme una novela muy a modo que pudiera leer casi en mis tiempos libres, que fuera muy cómoda, que no me torturara demasiado al escribirla como sí lo había hecho con Rabia, y por eso empecé la novela con ciertos estereotipos y obsesiones de mi adolescencia. La empecé a trabajar sin ninguna responsabilidad o solemnidad, y ya cuando tenía un buen avance empezó todo el carrusel de entrevistas de Rabia y toda la fiesta de Rabia, así que la detuve, pero ya tenía un cierto avance. Pasó el tiempo, se acabó todo el asunto de Rabia, y cuando me sentí ya libre de esas voces que me estaban hablando todo el tiempo, me senté a terminar Los Predilectos pero sobre un bloque de madera ya confeccionado. Siento que tuve una cierta madurez y con esa madurez necesaria por los años fue con la que trabajé Los Predilectos, pero los defectos, o el estar pensando qué van a decir de mí, ya se me habían quitado. Por necesidad, había ya expiado todas esas voces y solamente me quedó lo bueno de esa experiencia para trabajar Los Predilectos.

”No sé si lo logré o no. La crítica o la academia, los lectores me dirán: oye, Jaime, sí, Rabia está muy buena pero Los predilectos no, está mediocre. Eso ya no me toca decirlo a mí pero lo que intenté estuvo más o menos estudiado”.

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Scarlett llega al centro de rehabilitación en busca de un mejor estado de salud, no de la rendición ni de la conversión. Con Soseki, el bajista de una banda de rock que conoce al interior de la clínica, inventa un juego para pasar el tiempo: hacer que sus compañeros caigan de nuevo en la adicción a través de palabras hirientes o conversaciones que puedan desencadenar de nuevo comportamientos autodestructivos.

Las fiestas a las que asiste como bug chaser parecen ser lo de menos. Scarlett se construye, en todos los sentidos, como una persona a la que pocos querrían tener cerca y, sin embargo, no hay un solo elemento en la narración que la juzgue o condene. Scarlett sólo se muestra.

Foto: Marlene Martínez

Foto: Marlene Martínez

—Yo empecé a escribir Rabia en las madrugadas y me dejé ir —cuenta Jaime Mesa—. Me di cuenta de que había muchas escenas en que yo detestaba a Foster (el personaje central de Rabia), en las que hacía cosas que yo no hacía, en las que me hacía pensar que a esa persona yo jamás la querría tener como amigo. Y otra cosa es que pensaba que esa cosa, cuando la leyera mi familia o la gente que me conoce, iba a pensar que soy un pinche monstruo. Pero de alguna forma, en esas madrugadas de lucha con la creación, dije: “es la única manera de escribir, si en este momento pienso esto del mundo, y Foster, otro personaje, lo está sintiendo, lo único que puedo hacer es dejar que lo haga, y luego ya en la mañana yo me arreglo conmigo mismo”. Ese aprendizaje que tuve con Rabia lo quise repetir con Los predilectos porque tampoco en mi vida diaria soy un tipo que ande juzgando a la gente. Yo sí creo que cada quien haga lo que quiera, no me gusta dar sermones porque yo tampoco soy la imagen perfecta, tengo muchos defectos y me equivoco y ese tipo de cosas. Entonces no podría erigirme en un dios.

—¿Crees que la literatura pueda ser una herramienta o instrumento para abrirnos la mente a los lectores?

—No. Me salta mucho cuando oigo la palabra “herramienta” o “instrumento”. Podría ponerlo como “una ventana”. Sí creo que el arte, cualquier arte, y entre ellos la literatura, son rendijas que alguien le abre a otro alguien para mostrarle algo de la condición humana. Eso sí lo creo, pero no como una herramienta, sino una ventana para decirle: “mira, está ahí, ¿vas o no vas?”. Porque también es muy respetable que alguien diga: “pues no quiero, no quiero conocer esa parte de la condición humana, quiero conocer otras o no conocer nada en absoluto”. Más que la herramienta que violentaría algo, sería una cosa que está ahí por si quieres tomarla o no, pero sí creo que quizá la única responsabilidad del arte sería abrirle esa rendija a alguien, porque si no sería esa una repetición o un entretenimiento, que está muy bien, pero el arte sí tendría esa necesidad de decirte algo que tú no sabías del mundo y yo solamente te lo puedo decir porque soy alguien distinto a ti. Ese compromiso es el único que me gustaría mantener pero sin violentar.

—Estamos en un momento histórico en el que parece que todo pasa muy rápido y en el que no tenemos tiempo para nada ni nos damos tiempo para sentarnos un rato. ¿Por qué apostar por la novela como género?

—Ahorita incluso hay pruebas en Japón de que uno lee mejor minicuentos o cosas por entregas en los medios virtuales o en las computadoras. Quizá ahí es un aire de viejito en el sentido de que a mí lo que más me apasionaba cuando era un joven lector eran las novelas, porque odiaba que después de meterme a un cuento, quitar las complicaciones y las dificultades de un cuento, el cuento se acabara en una hora o en menos tiempo. Este afán de codicia, de más placer o de más algo, me hizo que cuando yo leía novela era completamente feliz porque la experiencia no se acababa en una semana, era mucho más el tiempo que el autor me dedicaba, que un cuentista que sólo me dedicaba quince minutos. Me podía o no romper el mundo, pero se acababa siempre. Esta conciencia de que se acaba todo aparece en Los predilectos y aparece en Rabia, de que nos vamos a morir, se va a acabar todo esto, para qué intentarlo. Todo esto, en cuanto al género de la novela, creo que se adecua a mí porque incluso el tiempo de escritura de una novela es un año, dos años, tres años y me gusta muchísimo sumergirme en ese proyecto y que todos los días tenga algo que hacer.

***

“Lo que hace la diferencia es que nos consideramos importantes, necesarios para el mundo. Y eso no es verdad. Nuestras vidas no tienen la menor importancia más que para unos cuantos conocidos cercanos. Sin embargo, pensar que somos importantes, invulnerables, genera los cambios y que el mundo evolucione. Si todos aceptáramos nuestra condición transitoria y finita, aún perseguiríamos animales por las llanuras y nos comeríamos los unos a los otros, estaríamos a la expectativa de los relámpagos y de la lluvia. Pero piénsalo, mueres y ¿qué pasa? Nada. Absolutamente nada”. (Fragmento de Los predilectos).

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La narración de Los predilectos es estilizada, sí, pero no necesariamente poética: oraciones largas, ordenadas, precisión en las palabras utilizadas pero pocas imágenes o metáforas. La voz narrativa pertenece a Scarlett, pero Jaime Mesa no buscó imitar la voz de una mujer para dar mayor verosimilitud sino, por el contrario, colocar algunos elementos reconocibles como femeninos pero narrar de forma natural para no acartonar el relato.

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Foto: Marlene Martínez

—En realidad fue más fácil escribir como mujer de lo que yo pensaba —asegura el autor, y luego añade—: Lo que hice, el truco literario que hice fue nunca pensar que tenía que escribir como una mujer. Yo me sentaba a escribir y no decía: “ay cómo escribirá una mujer, cómo lo haría una mujer”, porque se hubiera tronado la narración, hubiera quedado muy artificial. Entonces lo que hice fue que descubrí que sí, a pesar de las diferencias normales y obvias entre un hombre y una mujer, al final de cuentas la condición humana se impone: le tenemos miedo a lo mismo. Y con esa neutralidad o punto medio entre hombres y mujeres, fue en la que me sumergí a escribir la novela. Lo que también hice, que fue también un recurso literario, es que ciertas nociones o verdades que amigas mías, o ex parejas, o alguna mujer me hubiera dicho sobre cómo se siente una mujer, las fui metiendo en la novela como cuñas. Hay como diez en la novela, ya no me acuerdo cuáles son, pero las lectoras últimamente me lo están mencionando. Hay una parte en la que va Scarlett caminando con Soseki, que es el bajista del grupo, en la que de repente Scarlett dice que Soseki la castigó con un “silencio catastrófico”. Ahí la periodista de la Rolling Stone me dijo: “Jaime, cómo se te ocurrió eso porque sí, cuando un hombre nos hace eso es un silencio catastrófico y ése es el adjetivo que le ponemos”.

Y algo similar ocurrió con el resto de los personajes, que, aunque pueden parecer sacados de contextos lejanísimos (hay estrellas de rock, futbolistas famosos, actrices de series de televisión, millonarios), aparecen en la narración como personas con los mismos miedos, vacíos y preocupaciones, o incluso más que la gente que no tiene sus mismos privilegios.

—Además de ser medio obsesivo con la cultura popular, entender mucho de ello, ver documentales y libros, poner en claro que no soy millonario, no soy rockstar, no soy jugador de futbol soccer, y entonces usar las carcasas de esos estereotipos e intentar contar la sustancia y todo lo de adentro con mi propia vida y la vida de la gente que conozco (…) lo que hice fue, como no sabía la vida de un futbolista o un rockstar, ponerle los problemas que yo habitualmente tenía en mi vida diaria. Aunque salgan los grupos de rock o las actrices a dar la gran conferencia de prensa o la gran entrevista, cosas que yo no he hecho, sí la emoción y los problemas existenciales que tenían para enfrentarse a ese hecho mediático, eran los míos, los que todos los días yo siento cuando voy al trabajo, o los que un amigo me ha dicho “ay, Jaime, tengo mucho miedo de esto, o me gusta mucho esto”.

***

Los predilectos, la segunda novela de Jaime Mesa, se encuentra ya en las librerías de todo el país. Es de los pocos escritores poblanos produciendo obra —quizá el único— con un contrato vigente con una editorial de tanto peso comercial y, además, Alfaguara aún espera una tercera novela para ser publicada.

Pero el fracaso nos acecha a todos, incluso a aquellos que ya lo superaron.

—Habías dicho que te adelantaste a la segunda novela, ¿ya te adelantaste a la tercera?

—Sí, me adelanté pero con un nivel de frustración y de falibilidad tremendo porque, bueno ya, metí Rabia, empecé a escribir Los predilectos, la terminé, y en ese lapso en el que se publicaron, escribí tres novelas más, bueno cuatro, pero una es muy fallida y es la que escribí con una beca del Fonca, una novela de 500 páginas que ya destruí. Las dos iniciales se las di a mi mujer y no. Confío mucho en ella porque tiene sentido común y no pasó el filtro, y la tercera, que acabé hace como año y medio, no se la he dado a leer, la tengo en súper stand-by porque temo que si se la doy me diga que no. En ese sentido, me ha resultado mucho más difícil escribir la tercera novela que la segunda, y no sé. Todo en el novelista y en la creación es natural, y todo está condenado de antemano. No sé si de alguna forma la escritura de mi tercera novela es esto que quería evitar en la escritura de la segunda, es decir, no sé si Rabia y Los predilectos fueron como mi primera novela y la que estoy trabajando es la segunda. No lo había pensado. Puede ser.

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