Lado B
El Imperio de la Franja y el último arquero que salió por el balón
El águila y Tonatiuh descendían en la cancha del estadio, y en el terreno de juego, los futbolistas sacaban la casta de guerreros, motivados por su líder: Un morelense de origen y rasgos japoneses: “el último arquero que salió a buscar el balón”, y quién se robó los corazones de todos nosotros a principio de los años 90's. Eran buenas épocas para la Franja y dichosas para su afición, que contemplando la victoria de su equipo le correspondía coreando un cantico con la fuerza de un Imperio, y al unísono del coloso Emperador Cuauhtémoc. (Se los cuento, yo, jugando una cascarita desde el parque de prados agua azul).
Por Lado B @ladobemx
01 de octubre, 2013
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Aletya Serrano

@aletya

El águila y Tonatiuh descendían en la cancha del estadio, y en el terreno de juego, los futbolistas sacaban la casta de guerreros, motivados por su líder: Un morelense de origen y rasgos japoneses: “el último arquero que salió a buscar el balón”, y quién se robó los corazones de todos nosotros a principio de los años 90’s. Eran buenas épocas para la Franja y dichosas para su afición, que contemplando la victoria de su equipo le correspondía coreando un cantico con la fuerza de un Imperio, y al unísono del coloso Emperador Cuauhtémoc. (Se los cuento, yo, jugando una cascarita desde el parque de prados agua azul).

En la privada 9A vivía un futbolista, famoso por haber sido llamado a la Selección sin pertenecer a equipo alguno de la primera división, llegar a ser el titular de ésta y jugar en el mundial. Conocido en esta ciudad por pertenecer al equipo aguerrido de Emilio Maurer y Manolo Lapuente, llegó contagiando con un ánimo especial a los camoteros, que en ese entonces era un club de «media tabla», coronándolo al auge de los campeonatos, y llenando de aspiraciones a sus adeptos fascinados, y a los que no lo eran, con la osadía y la arrogancia de un temerario absorto en el combate dentro y fuera de la portería. Ofensiva y defensiva, jaguar y águila: dispuesto a morir en el campo.

Fuera del estadio, el arquero casi nunca estaba en casa y solo se le veía llegar de vez en cuando manejando un auto convertible con la velocidad de la furia de un guerrero jaguar, misma que mostraba en la cancha. Con una figura de rudeza: entre tímida y silvestre, pero con una amabilidad natural cuando se le acercaban sus admiradores, y, como casi todos los futbolistas, era de poca charla. Jugando en las maquinitas fue que conocí a Cali su hijo mayor, y más tarde jugábamos cascaritas en medio de la calle con el balón de su padre, por lo que mis primos y amigos no tardaron en pedirme que le hiciera llegar cualquier cantidad de cosas para que él las firmara. Él era un sueño mitológico, marcando historia en el deporte, una historia que transcurria en nuestras narices.

Corrían la copa frente a la U de Guadalajara, y se proclamaron Campeonísimos ante Tigres en el año 89′ y 90′. El Cuauhtemoc se cimbró ante el rito del Tlatoani, mientras el arquero se paseaba por la cancha con una suerte de intrépido jaguar con el balón entre los pies, y ante la ovación del Imperio de la Franja alentando a la celebración.

Aún recuerdo una de las noches de la caída del imperio de la Franja en que todo terminó. Como siempre, el arquero había salido de la portería y en un descuido de éste, le tiraron a matar. Como en las culturas mesoamericanas, el futbol es la religión y la guerra, y el portero siempre tiene la culpa, sobre todo cuando se equivoca. Pero todo jugador debe ser un luchador con la capacidad de caerse y levantarse. Y así lo hizo con Toros Neza, y sin dejar de ser el mismo, después de todo: es necesario salir de la portería a buscar el balón para ser un auténtico guerrero Azteca.

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