Lado B
El diablo está frente a ti
 
Por Lado B @ladobemx
08 de octubre, 2013
Comparte

Aguila o Sol*

I. El encuentro

-Sé que su esposa acaba de tener a su bebé, que ella estaba embarazada cuando lo detuvieron. Me ofrezco a ayudarla, a pagarle una manutención para que él esté bien, solo dígame qué hicieron con mi hijo, dónde está.

Habla Rosario Villanueva. Sentada frente al hombre que desapareció a Óscar Germán Herrera y 3 compañeros de trabajo. Respira hondo para calmar al corazón batiente. “Cabeza fría, cabeza fría”, se dice para hacerle la propuesta. “Cabeza fría, cabeza fría”, se repite para negociar con el hombre a quien en realidad querría maldecir. “Es él quien lo vio… ” , piensa.

-Yo puedo ayudar a su familia, sólo dígame dónde está-, dice Rosario al hombre.

La habitación donde se encuentran es un cuarto de hotel sencillo, con aire acondicionado y televisión, donde está arraigado con otros 4 sospechosos. Él es un tipo bien parecido, mucho más joven que su hijo de 34 años. Él es un policía municipal quien, según investigaciones judiciales, era el enlace entre los Zetas y sus subalternos.

Óscar Germán y sus compañeros fueron desaparecidos el 15 de junio del 2009 cuando policías a bordo de dos patrullas los detuvieron en una gasolinera en Francisco I. Madero con el pretexto de que el auto tenía reporte de robo. Los 4 hombres sospecharon de la detención y llamaron a sus esposas para decirles lo ocurrido, algunos alcanzaron a dictar el número de los autos oficiales, lo que facilitó su detención.

Esta cita ocurre un mes después de la desaparición de los muchachos. Ella lo mira fijo. Tiene ante sí el rostro del horror, el rostro de quien hasta este día era una sombra omnipresente que arrasa todo a su paso. Que arranca a los hombres, los traga, los desaparece.

Ella lo mira fijo y trata de controlar su rabia. Su terror. Un agente federal y un ministerio público la escoltan. Ellos cubren su rostro con pasamontañas. Ella lo desnuda. Sus ojos son la compuerta por la que todo el dolor acumulado en su cuerpo desde el 15 junio del 2009, cuando su hijo fue desaparecido en Coahuila, se desborda.

Él permanece estoico, inmune. La mira fijo y le responde:

-No puedo adelantar nada. Deje que pasen unos días, ahorita está todo muy caliente.

Adelantar. Ese verbo se llena de ilusiones para Rosario.

Tres meses después el policía y sus 4 compañeros acusados de la desaparición son consignados y Rosario los visita en un penal estatal. El hombre está en una habitación de usos múltiples y en medio de ellos hay una mesa llena de las piñatas elaboradas por los presos. Le cuesta reconocer al hombre que ahora tiene enfrente. El hombre bien parecido se ha convertido en un fantasma, con la piel chupada, ceniza, de pigmento verdoso.

-Le pido, le suplico… – le dice Rosario con el verbo “adelantar” en la boca.

-Por culpa suya estoy aquí metido, no puedo salir bajo fianza porque usted ha hecho todo para que no salgamos de aquí-. Le responde enfurecido y le avienta la mesa encima.

Rosario la esquiva. Las piñatas se estrellan en el piso. El hombre se arroja hacia ella. Quiere golpearla. Rosario tiene miedo. Ella, que pensó que no lo volvería a sentir después de haber sufrido la desaparición de su hijo, tiene miedo y se abraza para evitar que las entrañas le revienten en ese lugar.

Rosario sale de la prisión a los 10 minutos de su llegada.

Meses después Rosario logra llegar a un penal federal donde están los 4 oficiales federales también vinculados con el caso. Rosario sabe que uno de ellos está enfermo y ha intentado suicidarse. A él se dirige.

-Échenos la mano, ayúdenos a encontrar a los muchachos y le prometo que dedico mi vida a ayudarle. Realmente les vamos a ayudar.

Mientras pronuncia la oferta, su mente piensa que se pudran si no encuentran a los muchachos. Que se pudran. Pero trata de calmarse. Cree que al transmitirle su perdón, al mostrarle que no lo odia, puede lograr más. De eso depende obtener una pista para encontrarlo. Aunque ahora mismo quisiera torturarlo para que hable. Sus emociones tiran para lados contrarios.

El hombre no deja de llorar. No puede mirarla. Rosario le habla como si fueran cercanos, le habla a su debilidad, a su miseria. Quizá, piensa, esa cercanía al precipicio…

En total, relata Rosario, se reunió con los policías municipales durante el arraigo y la detención; después con los federales también en prisión. Y hasta ahora, nada. Ni una pista.

*Continúe leyendo el texto completo publicado por Aguila o Sol, en el siguiente link.

Comparte
Autor Lado B
Lado B
Información, noticias, investigación y profundidad, acá no somos columnistas, somos periodistas. Contamos la otra parte de la historia. Contáctanos : info@ladobe.com.mx
Suscripcion