Lado B
Ni una Miss más: sobre la dignidad de la vocación magisterial
Septiembre ha sido un tiempo propicio para reflexionar sobre la vocación y el rol de los docentes. Hemos vuelto la mirada hacia el magisterio gracias a que los miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación se han manifestado en el DF y otros muchos educadores en los estados en contra de la llamada por el gobierno “Reforma Educativa” y sus leyes secundarias.
Por Lado B @ladobemx
23 de septiembre, 2013
Comparte

José Rafael de Regil Vélez

Septiembre ha sido un tiempo propicio para reflexionar sobre la vocación y el rol de los docentes. Hemos vuelto la mirada hacia el magisterio gracias a que los miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación se han manifestado en el DF y otros muchos educadores en los estados en contra de la llamada por el gobierno “Reforma Educativa” y sus leyes secundarias.

A lo largo de los días hemos escuchado en conversaciones con los amigos, en la radio; hemos leído en la prensa o mirado en la televisión, que es reclamo común que los trabajadores de la educación regresen a las aulas, de las cuales nunca deberían haber salido. Maestras y maestros pertenecen a los salones de clase, a ese lugar inmaculado dedicado al más aséptico saber, lejos de las preocupaciones materiales y mundanas en las que existen cosas como la justicia, los derechos humanos, las huelgas, las posturas diferentes a las que sustentan las clases políticas en nombre del neoliberalismo o cualquier otra forma en la que conciban el bienestar del país e incluso el cuidado de sus intereses personales y grupales.

Ser profesor o profesora con opinión política propia,  o militancia, incluso, es de mal gusto, cuando mucho un asunto reservado para la intimidad de la casa de cada quien. Por eso hay quien prefiere que a los niños les dé clase una «Miss» y no una maestra, profesora o licenciada o un maestro, profesor o licenciado.

Este personaje nació como alguien que trabajaba de profesora de inglés en las instituciones particulares o que era una señorita de buena familia -posiblemente egresada de una normal de religiosas- que se encargaba de formar a los niños casi como si fueran de la familia, introduciéndolos en el mundo de los comportamientos socialmente aceptados, “lejos de los peligros, las bajezas y la incapacidad de las escuelas públicas”. La “miss” era, por sobre todo, buena persona, ¡ah!, y también daba clases, cuidando la escritura, la lectura, la educación artística, lo que enorgullece a los padres de familia en los festivales escolares.

Hay tras esta forma de ver el término «Miss» una forma moralizante de concebir la educación, que exacerba el carácter neutral de esta tarea y que pone la información, el culto al conocimiento, la urbanidad al centro de los empeños docentes.

Desde que lo leí hace algunos ayeres, el texto «Cartas a quien pretende enseñar», de Paulo Freire (1994,) me ha parecido iluminador a este respecto. Él analiza como en Brasil se llama tías a las maestras, esperando que sean casi un familiar para los niños, quienes dejan de ser educandos y se vuelven sobrinitos a quienes hay que cuidar del mundo que los acecha. Las tías carecen de profesionalidad, aceptan su actividad casi como un apostolado, al cual se entregan resignadamente, casi santamente… Muy parecido a lo que entre nosotros acontece cuando se espera de los docentes todo menos auténticos profesionales de la educación.

Sin afán de misoginia alguna y sí de señalar la poca estima real que se tiene de la vocación educadora por parte de la sociedad e incluso de los mismos educadores, señalo que “tías” y  “misses”, son perversiones no aceptables para referirse a los educadores, pues la educación estriba en el acompañamiento del proceso por el cual un ser humano se construye tal, asumiéndose como persona, como ciudadano, como parte de un mundo que lo acompaña y ante el cual tiene que responder con respeto, con justicia, con ganas de que haya condiciones para que mujeres, hombres y lo que los rodea coexistan para vivir en dignidad.

En este sentido educar es apertura al mundo y no cerrazón en las paredes de la escuela. El profesor está llamado a establecer formas de acercamiento entre las personas y su realidad, apoyados en el patrimonio milenario humano para entender las cosas y valorarlas a fin de estar en condiciones de tomar decisiones que tengan en cuenta a los demás y sus circunstancias.

Es esta una tarea que sobrepasa la transmisión informativa y la mera instrucción en urbanidad. Es una tarea política en el más amplio sentido de la misma: de capacidad de poner todo el poder en juego para convivir en la diferencia, construyendo los acuerdos mínimos para crear un habitat humano y que tenga condiciones humanizantes para todos quienes en él viven.

Educación es formación de mujeres y hombres que puedan entenderse críticamente en la historia, que puedan comunicarse para acordar mínimos y compartir acciones, que logren organizar responsablemente tareas y relaciones interpersonales para logro de fines comunes sociales, políticos, económicos y culturales, que cuiden de sí y los suyos (en todos los niveles, próximos y remotos) y que aprenden de forma autónoma para poder responder al mundo cambiante en el que han vivido como protagonistas y no como espectadores de la vida personal y social.

Así, educar no es moralizar, sino proponer a las personas que actúen éticamente, que decidan con mente y corazón bien abiertos, dialogantes, críticos, qué es lo que construye más humanidad y no la resta.

Se necesitan verdaderos profesionales de la educación, no sólo “señoritas” que cuiden niños con algún provecho. Mujeres y hombres competentes para entender con el corazón y con la mente bien formada (con sentido común, ciencia y filosofía) la realidad de la que son parte, para hacer propuestas que si bien tomen en cuenta planes y programas vayan cargadas de una visión de las cosas crítica, esperanzadora y propositiva, que hagan de la evaluación permanente uno de los criterios fundamentales de su actuar en pos de finalidades compartidas con sus educandos y sus colegas.

Personas con capacidad de ser y actuar a la altura de su llamado y sociedades que reconozcan en los hechos que la educación no es un asunto para técnicos que instrumenta sin más los programas y planes realizados desde el escritorio de los pedagogos o personas que aíslen de lo real a las nuevas generaciones, so pretexto de defenderlos de la maldad y las ideologías que no coinciden con la visión oficial de la política.

Hoy no podemos permitir una “miss” más, como tampoco un educador de escuela oficial que no tenga el tamaño que su vocación requiere. Es tiempo de que profesoras y profesores actúen como tales y que la sociedad, también, los reconozca en esa misma dimensión. Porque los sueldos, el trato cotidiano y las condiciones de actuación distan mucho de mostrar un México que verdaderamente piense que la educación es opción en el presente para la construcción de lo que estamos llamados a ser.

Los días recientemente vividos no pueden ser reducidos a hablar de la CNTE, ni de profesores que hacen plantones o bloquean vialidades, sino que deben ser entendidos como una petición de hacer una reflexión crítica sobre lo que significan la educación, el rol y la vocación de los educadores y las condiciones en las cuales se puede profesionalmente abordar esta tarea.

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Este texto se encuentra en Círculo de EscritoresSus comentarios son bienvenidos.

 

Columnas Anteriores

[display-posts category=»espacio-ibero» posts_per_page=»-15″ include_date=»true» order=»ASC» orderby=»date»]

Comparte
Autor Lado B
Lado B
Información, noticias, investigación y profundidad, acá no somos columnistas, somos periodistas. Contamos la otra parte de la historia. Contáctanos : info@ladobe.com.mx
Suscripcion