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Ladrón de Dinosaurios de Eric Uribares
Ladrón de dinosaurios, libro de cuentos de Eric Uribares (México DF, 1979), se mueve en dos registros: el juego literario en el que escritores reconocidos son tomados como personajes de ficción e historias que sondean ambientes cotidianos que rápidamente desembocan en situaciones absurdas cuya conclusión apuesta por la sorpresa disfrazada de una vuelta de tuerca.
Por Lado B @ladobemx
11 de julio, 2013
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Alejandro Badillo

Ladrón de dinosaurios, libro de cuentos de Eric Uribares (México DF, 1979), se mueve en dos registros: el juego literario en el que escritores reconocidos son tomados como personajes de ficción e historias que sondean ambientes cotidianos que rápidamente desembocan en situaciones absurdas cuya conclusión apuesta por la sorpresa disfrazada de una vuelta de tuerca.

Ficticia / Secretaría de Cultura del DF, 1era edición, marzo 2012.

Ficticia / Secretaría de Cultura del DF, 1era edición, marzo 2012.

En el primer grupo de historias sobresale “La musa hematófaga” cuya anécdota gira alrededor de un piojo que vive en la cabeza de Juan Rulfo mientras escribe su novela Pedro Páramo. Hay varias virtudes este cuento: un humor que hace creíble lo inverosímil al enterarnos, por boca del piojo, las vicisitudes de Rulfo a la hora de enfrentar la escritura de su célebre obra y cómo ésta fue corregida gracias a la intervención del intruso que, desde un oído del escritor, le indica los elementos a corregir de su texto. Otro punto interesante que es resuelto con solvencia es volver a Juan Rulfo una figura creíble de ficción sujeta a su propia dinámica haciendo olvidar al lector las imágenes preconcebidas del escritor: tímido, hosco en su plática, depresivo.

Al contrario de este modelo afianzado en el imaginario cultural tenemos a un Rulfo juerguista, un tanto alegre y, en el tramo final del cuento, dueño de una malicia que funciona muy bien como remate descubriendo la identidad de su asesor literario. Este modelo se repite con algunas variaciones en otros cuentos como “Ladrón de dinosaurios”, “Los amorosos callan”, “La ciudad en vértigo” y “Disertación sobre las estrías”. En “Los amorosos callan” la figura del escritor, en este caso Jaime Sabines, es bien llevada construyendo a un personaje excéntrico, alejado del lugar común del poeta romántico gracias a que es narrado por una vendedora de paletas que, poco a poco, cede ante los embates lujuriosos del escritor que, a toda costa, quiere llevarla a la cama.

No corren con la misma fortuna los cuentos “Disertación sobre las estrías” y “Ladrón de dinosaurios”; éste último, por ejemplo, desaprovecha una buena propuesta –el origen de la célebre minificción de Augusto Monterroso: “Y cuando despertó el dinosaurio seguía ahí” – revelando a mitad del camino la incógnita y dejando para el resto del cuento una aventura etílica en la que  tiene más peso retratar a escritores como Octavio Paz y, sobre todo, José Agustín, que en las motivaciones originales del personaje principal demasiado borracho como para defender su acusación consistente en que Augusto Monterroso le había plagiado la idea del “Dinosaurio” cuando eran niños en Guatemala. El final queda en suspenso, a medio camino entre un sueño y el absurdo de varios músicos reivindicando, para ellos mismos, la autoría del texto.

De los cuentos que no acuden a la figura del escritor como personaje, el mejor logrado es el primero del volumen “Servicios profesionales” en el que un hombre, Flavio Capelo, llama por curiosidad a una empresa llamada Servicio de Homicidas Profesionales y, ante su inseguridad, el sistema lo tomará como un suicida que requiere su ayuda. En “Asuntos de fontanería” los problemas de una mujer con su baño funcionan como indicadores de que su matrimonio no tiene solución.

Uno de los recursos que utiliza el autor es plantear una anécdota con características inverosímiles e ir construyendo elementos o puntos de apoyo para sostenerlas. Como comento en líneas anteriores hay momentos en que esto se logra creando una complicidad con el lector que está dispuesto a creerle hasta el final. Los cuentos más cuestionables del libro no logran esta complicidad ya que el autor abusa de un truco que se vuelve un poco previsible y que no contribuye a crear una atmósfera creíble: los personajes, casi por inercia, rompen los límites gracias a que beben una ingente cantidad de alcohol. De esta forma la anécdota toma velocidad de forma artificial y sólo queda eslabonar escenas cada vez más exageradas. Quizás, si este elemento no tuviera tanto protagonismo los personajes se harían preguntas más interesantes, tomarían derroteros que los llevarían a justificar sus acciones de forma más congruente y no evadirlas dejándose llevar por el exceso.

Ladrón de dinosaurios es un libro de cuentos que, a pesar de sus resultados desiguales, arriesga desmitificando a figuras centrales de la vida cultural y literaria; cuando da en el blanco logra provocar una sonrisa que no se funda en lo gratuito sino en la ironía. Será interesante seguir los próximos libros del autor.

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