Elegía
Toda la tarde me demoro
en el porche de la casa
donde murió mi abuelo.
El tigre del ocaso destroza la fachada,
su tufo empaña las ventanas rotas.
Observo la fuente de granito
donde Simona rezaba de rodillas
y oigo a mi abuelo que nos dice
¡mierda!, ¡quiero entrar!, ¡ésta es mi casa!
Escucho su voz arisca, ególatra,
que predicaba la dureza
y callaba ante todas las cuestiones.
Mi abuelo azotaba las puertas,
era un borracho
pero vestía pulcramente
y viajó mucho antes de casarse.
Cada año tomaba el auto de la familia
y se largaba a una playa en Sinaloa
para respirar, para beber
la pulpa de agave de la costa
y allá, meditando, revolviendo
los hielos de su vaso
entendió que la vida de los grandes,
de los libres,
cae a gotas
sobre unos pocos en la tierra.
Así serán mis años, decidió, potentes
luces del oleaje.
En 1992
sus hijos lo velaron
en la Iglesia de San Lucas
y temían que si en medio del servicio
un bastardo o toda una familia
se presentaba a reclamar
que también corría sangre
de mi abuelo por sus venas
el corazón de Simona fallaría.
Antonio, Elena, Fernando y José,
los hijos pecho de plomo, los derrengados,
se apostaron en los atrios
para buscar en quien entrara
los rasgos de su padre
y hubo muchos rostros
sospechosos, conocidos,
jóvenes y viejos.
Ellos nunca supieron la verdad.
Por años la televisión los ha arrullado.
Ahora hablan sin parar de su juventud
y sus ojos comienzan a nublarse.
Escucho la voz de mi abuelo
que fue un idiota
y cayó en los cepos de la tierra.
Veo el ocaso en los vidrios rotos
e imagino que sus hijos
salían a los bares a buscarlo
y lo encontraban
con la corbata italiana en un bolsillo,
oliendo a orín:
víctima ante víctima.
Y con esta imagen forjo un pacto
pues mi vida es insípida y buena
y cada tarde paladeo
la cáscara vacía de lo que soy.
Grito a los vicios de este mundo,
a las lápidas, a las fieras que torturan
y se muerden la piel entre la noche.
Veo la fuerza que mató a mi abuelo
que quiso ser un grande
y sufrió para eso
y no lo fue.
Bar Club 15
Contemplo los carteles de Play Boy
y me sirvo de la botella que compré
para mi solo:
las nalgas y los senos no se mueven,
los pezones son bruñidos tras el humo.
Una mujer
que no me hizo feliz
y las pelusas de la colcha
y el estuco amarillo del motel
me arden en la boca. Trago el trago
como todo lo demás, como mis años.
Ella tenía
los dientes chuecos y besaba
como ninguna que conozco
y pasa el tiempo. Cada día vivo más
adormecido, soy de barro
que nadie romperá
para hacer otra vasija,
soy la llanta
reventada en la banqueta
¡ay, muchachas de papel!
José Luis Rico. (Ciudad Juárez, 1987) Poeta, traductor. Se formó en el Taller de Creación Literaria del INBA en su ciudad natal. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas 2010-2012. Ganador del Premio Nacional de Poesía para Jóvenes Escritores “Guillermo López Muñoz”, en 2012. Blanco, su primera plaquette, fue publicada por la editorial independiente La Dïéresis ese mismo año.