Lado B
La Docencia como vocación poética
Tal como lo define en este artículo Silva-Herzog, el pensador francés Edgar Morin, padre del pensamiento complejo define como parte de las unidualidades constitutivas del ser humano la de ser homo prosaicus y poeticus.
Por Lado B @ladobemx
30 de abril, 2013
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“El estado prosaico y el estado poético son dos polos de la vida: sin prosa, no habría poesía.

Una es la que sufrimos por obligación o imposición en una situación utilitaria y funcional,

la otra es la de nuestros estados amorosos, fraternos y estéticos. Vivir poéticamente es vivir para vivir”.

Jesús Silva-Herzog Márquez.  Morin: una prosa para la poesía.

Martín López Calva*

 @M_Lopezcalva

Tal como lo define en este artículo Silva-Herzog, el pensador francés Edgar Morin, padre del pensamiento complejo define como parte de las unidualidades constitutivas del ser humano la de ser homo prosaicus y poeticus.

El ser humano es prosaico, tiene la necesidad de vivir en prosa para poder sobrevivir en un mundo que le es hostil y le implica esfuerzo para obtener los satisfactores indispensables para mantenerse en la vida. Los humanos vivimos todos los días una dinámica de deberes ineludibles: trabajar, comer, trasladarnos de un sitio a otro, ir al banco, comprar lo que necesitamos para vivir, vestirnos, pagar impuestos, etc. somos en ese sentido, seres prosaicos.

Pero los seres humanos aspiramos, deseamos, gozamos también de una dimensión poética de la vida. El estado poético es el que nos permite vivir para vivir, es decir, vivir para gozar de la vida, para dar vida, para ayudar a otros a vivir y para ser ayudados por otros en el diario vivir. Somos seres poéticos, seres que aspiran a la belleza, que necesitan amar y ser amados, que buscan la amistad, que disfrutan de la belleza natural o artística, etc.

Sin esta dimensión poética no somos verdaderamente humanos, porque sin lo poético estamos condenados a la mera supervivencia y esto traiciona nuestra propia naturaleza.

Por la dimensión poética el ser humano ha creado la cultura: modificando la tierra a través de las obras arquitectónicas que no cumplen solamente la necesidad prosaica de habitar sino que expresan la necesidad humana de habitar humanamente y de tener espacios funcionales pero también bellos donde desarrollar sus actividades cotidianas de todo tipo; copiando e interpretando la naturaleza por la pintura, la escultura, la fotografía, las artes plásticas; atrapando y recreando los sonidos por la música, la danza y la ópera; reflejando el drama que constituye la vida humana individual y colectiva a través de la literatura, comunicando sus propios sentimientos y los de los demás en la poesía escrita, etc.

La educación, como actividad social que tiene como finalidad fundamental, como afirma Savater, la enseñanza de en qué consiste ser humano, ha sido históricamente la encargada de formar a las nuevas generaciones en esta unidualidad, es decir, de enseñar a los niños y adolescentes la dimensión prosaica y poética de la vida. El sistema educativo es el formador del homo prosaicus-poeticus.

Sin embargo, el mundo contemporáneo dominado por la economía de mercado, la consecuente exigencia de consumo y la eficiencia técnica ha ido relegando progresivamente la dimensión poética de la existencia.

De tal manera que hoy “…Nuestra tragedia es que la prosa lo ha invadido todo: nos ha definido como bolsas de consumo, esclavos de la contabilidad, adoradores de aparatos….”  Dice el mismo Silva-Herzog . Vivimos hoy atrapados por la dimensión prosaica de la existencia, corriendo para poder cumplir nuestras obligaciones vitales que caben cada vez menos en las veinticuatro horas del día y en los siete días de la semana.

El trabajo, los innumerables trámites legales, fiscales, contables, bancarios, etc. que requiere la supervivencia cotidiana individual y familiar y otras obligaciones que nos autoimponemos a partir de las exigencias de una vida que requiere cada vez más personas activas en busca de la competitividad y el éxito, en la dinámica económica que muchos conceptualizan como auto-explotación, consumen toda nuestra energía, nuestro espacio y nuestro tiempo. Vivimos para sobrevivir y dejamos por ello sin cumplir la otra dimensión esencial de nuestra experiencia humana. Somos sujetos truncados.

De la misma forma, las presiones de la vida actual, las exigencias de la sociedad centrada en lo económico han ido creando un sistema educativo afín a este modelo en el que domina de manera aplastante la hélice de dominación, producción y consumo de la globalización por encima de la hélice de humanización, equidad y fraternidad.

De manera que la organización de las escuelas y el currículo de los distintos niveles tienen cada vez más espacios orientados a la preparación de lo “práctico”, lo “útil”, lo “inmediatamente redituable” y relegan cada vez más aquellos contenidos y experiencias educativas relacionadas con lo poético.

En el ámbito de los docentes, las preocupaciones materiales y laborales, la lucha cotidiana por “conservar la chamba” y completar el ingreso para poder sobrevivir según los estándares de consumo cada vez más altos que la nueva sociedad impone, han ido haciendo que en las escuelas tengamos mayoritariamente profesores prosaicos, profesores que viven en prosa, cumpliendo sus obligaciones cotidianas y centrando su labor en: el horario, la planeación, el cumplimiento de horas-pizarrón y de juntas de academia o cursos obligatorios, etc.

Pero la docencia es fundamentalmente una vocación poética, una vocación orientada hacia la comunicación de lo humano a los seres humanos que tendrán la responsabilidad de crear las condiciones para la emergencia de una ciudadanía planetaria que equilibre lo prosaico y lo poético.

Como vocación poética la docencia tiene una dimensión lúdica y estética, una dimensión ética, una dimensión social, una dimensión afectiva, una dimensión de apertura al misterio de lo humano, siempre por comprenderse que desafortunadamente se han ido diluyendo en medio de las exigencias de una educación prosaica que busca la capacitación técnica de repuestos para el mercado laboral.

En la visión de Morin el estado prosaico y el estado poético del hombre no son elementos de una disyuntiva. El ser humano no es homo prosaicus u homo poeticus, es ambas cosas simultáneamente. En el caso de la educación, no se trata de no tomar en cuenta las exigencias prosaicas de la sociedad contemporánea. Resulta indispensable preparar seres humanos capaces de adaptarse a las condiciones del mundo que les toca vivir. Sin embargo, resulta indispensable pensar en estos momentos de reforma educativa en la forma más adecuada de volver a incluir y de manera cada vez más pertinente para el cambio de época en que vivimos, contenidos que atiendan a la formación del homo poeticus. En este sentido, afirma Morin: Las humanidades deberán ser magnificadas en lugar de sacrificadas.

Por nuestra parte, quienes nos dedicamos a la docencia tenemos mucho que reflexionar para poder recuperar nuestra profesión como vocación poética. Una primera estrategia sería la de asumir nuestras tareas en prosa tratando de incluir algo de lo poético que conlleva nuestra actividad cotidiana: se puede enseñar y al mismo tiempo disfrutar el acto de la enseñanza, se puede trabajar un contenido técnico específico de modo que se aborden en él elementos éticos, se puede promover el gozo estético a través de las actividades diarias, se puede construir un clima afectivo constructivo y significativo mientras se enseña aunque sea una materia exacta como las Matemáticas. Es posible también construir la fraternidad en el aula y en la escuela, promover la justicia y el respeto, generar una conciencia planetaria y vivir el amor a la humanidad, haciendo que la docencia encuentre su sentido original, pues como afirmaba el gran maestro Edmundo O´Gorman: “La educación es un acto de amor y si no lo es, es pura pedantería”.

Educar para una nueva vía que salve a la humanidad realizándola supone el reconocimiento de las necesidades poéticas del ser humano. Ojalá contribuyamos a este tipo de educación asumiendo nuestra tarea como una vocación poética que nos haga vivir para vivir y ayudar que en el mundo todos puedan hacerlo.

 

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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