Lado B
Camino de Campo en Cuetzalan
Ya no andamos nuestros caminos. Pero si aún podemos hacerlo devolvámos a los pies nuestro apego a la tierra
Por Lado B @ladobemx
30 de noviembre, 2012
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De cómo un viaje dispara otro más, uno que se hace no con maleta en mano sino en las reflexiones y divagaciones son el andar

 

Mario Martell*

@laultima

Tomé del librero el Camino de Campo del filósofo que describió con excelsitud algún poema angélico de Rilke. Más bien fue un acto reflejo de la estancia de fin de semana en el pueblo totonaca de Cuetzalan. No quiero presumir nada ni volverme imprescindible, sólo sé que en algún momento de la mañana del sábado supe que había dos modos de caminar por sus calles: con botas; hace año y medio cuando unos espeleobuzos ingleses se perdieron en las grutas aledañas, caminé con torpeza por las brechas hacia la zona de la búsqueda; o con guaraches, tal y como fui el sábado. Ahora, mis guaraches superan a mis pares de zapatos, conservación del contacto con la tierra. Pero el sábado sentí las piedras de las cercas para saber cómo todavía están vivas, cómo todo en el pueblo todavía vive muy cercano a la tierra.

Hice una analogía sobre Cuetzalan, Huatusco y sus alrededores, sólo así se puede hacer filosofía, en lugares que describen la estructura de una argumentación en la falda de un cerro, con los caminos perdiéndose para luego encontrarse, cuando se mira de lejos el destino, pero sin conocerlo a ciencia cierta, a menos que uno transite, día y noche, sus veredas y sus calles. Cuetzalan es un argumento filosófico, sus callejones son esos nudos que se muestran en las Investigaciones Filosóficas. Esos caminos no son las calles amplias y rectas de algún boulevard citadino donde una larga fila de coches desemboca en alguna avenida o nos lleva a un paso a desnivel. No. De eso no se trata. Hay algo positivo en la velocidad del automovilista, puede llegar rápido a su oficina donde lo espera el punto de engorda de su trabajo de comida rápida, sin anhelar siquiera un anti-sabático, pero eso no permite pensar, es decir, pensar con los pies y la respiración, pensar con todo el cuerpo, pensar sabiendo que la piedra es piedra y la estrella, como dijera Ernesto Cardenal, nos recuerda que somos “polvo de estrella”.

Siempre he creído que una ciudad es todo andar que nos impulsa a lo que podemos ser, nos permite descubrir nuestra naturaleza. Si no caminamos nuestra ciudad no podemos conocerla. Si no nos perdemos en ella y descubrimos algún nuevo andar jamás podremos descubrir ningún milagro. No hay conocimiento que no provenga de nuestro andar, nuestro conocimiento además de poder representarse también es un merodear, somos seres andantes, pedestres, que hemos perdido mucho de nuestro andar cuando en las grandes ciudades sólos nos queda caminar por algún parque en un día festivo o pasar apresuradamente por un jardín porque estamos a punto de perder el camión. Nuestro andar es el conocimiento más intuitivo. Lo registramos de algún modo en nuestros pasos, hacemos recorridos que grabamos en nuestros pies y luego los repetimos sin darnos cuenta, como si esos recorridos formaran parte de una cotidianeidad inexplicable de nuestro perderse en los callejones de alguna ciudad medieval, de respirar los olores de un mercado en una ciudad indígena o de conocer la atmósfera de vida que surge en cuando respiramos la lluvia. A pesar de nuestros mundos virtuales somos seres terrestres. La larga cadena evolutiva nos dejó pegados a la tierra en dos pies y poco a poco nos hemos erguido. Ahora, renunciamos con nuestras tecnologías del transporte a lo terrenal. Ya no andamos nuestros caminos. Pero si aún podemos hacerlo devolvámos a los pies nuestro apego a la tierra y dejémos que nuestro pensamiento recupere su cuerpo.

*El texto forma parte del libro «El  aria de Giacommo», que se publicará en la colección Azul, en una coedición entre el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla y Ediciones de Educación y Cultura.

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