Lado B
“La vida no vale nada”: formación ética y cultura de la vida
Por Lado B @ladobemx
09 de octubre, 2012
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.

John Donne

Un diputado electo es mandado a asesinar por su suplente para quedarse con el puesto, otro más muere acuchillado por su esposa en un episodio de violencia intrafamiliar, por las redes sociales circulan fotografías de Alonso Lujambio, recién fallecido, donde se cuestiona su trayectoria académica y política sesgando  dos o tres elementos puntuales y prácticamente se expresa que es una exageración expresar condolencias o pesar por su muerte; en Twitter y en programas de radio y televisión muchos ciudadanos manifiestan se manifiestan ante el asesinato del hijo de Humberto Moreira diciendo que “cosecha lo que sembró”, que “sienten satisfacción por lo ocurrido”, etc.

Ya antes, durante los años vividos de esta “guerra” contra el crimen organizado se han dado manifestaciones lamentables incluso del presidente de la república ante episodios donde perdieron la vida violentamente ciudadanos en el sentido de que el combate a la delincuencia justificaba ciertas “muertes como efectos colaterales” o de que, como en el caso de Villas de Salvárcar, los jóvenes asesinados eran miembros de bandas delincuenciales que habían muerto en lucha entre pandillas rivales.

Los años de violencia que ha vivido el país y que nos han sumergido en una situación en la que el crimen ya no es solamente un fenómeno estadísticamente medible que ocurre de manera aleatoria sino una situación estructuralmente enraizada en  la organización social que por más que se combate se sigue reproduciendo de manera sistemática.

Pero lo más grave de esta crisis de violencia es que ha penetrado hasta lo más hondo de nuestras consciencias, volviéndose un problema de aberración o distorsión de la cultura nacional, de manera que en los significados y valoraciones colectivos la vida ha perdido su peso fundamental y la muerte ha dejado de ser vista con horror y dolor y se ha convertido en un hecho natural y cotidiano que no asombra prácticamente a nadie.

Nos encontramos sumergidos en una cultura de la muerte en la que el verso de la canción popular de José Alfredo Jiménez: “la vida no vale nada…” está cada vez más arraigado en la conciencia colectiva. Es así que en nuestros días se ha reducido hasta casi desaparecer el sentimiento de pertenencia a la especie humana y la conciencia de que la muerte de cualquier ser humano nos disminuye se ha transformado en la certeza de que hay seres humanos que “merecen morir” o que las muertes violentas pueden ser justificadas porque, como afirmaba recientemente el poeta Javier Sicilia, se piensa que “algo hicieron” los que mueren de ese modo. La pregunta ¿Por quién doblan las campanas? ha dejado de plantearse porque las campanadas son tan constantes que ya no alcanzamos a escucharlas.

¿Cómo revertir esta profunda crisis de violencia y muerte? ¿Cómo construir o reconstruir una cultura de la vida?

Esta es una cuestión urgente en nuestros tiempos mexicanos y debería trabajarse intensamente como el principal fundamento de la educación ética de las nuevas generaciones. En efecto, todo el currículo de formación cívica y ética debería sustentarse en esta meta: la necesidad de construir una cultura de la vida para poder aspirar a una sociedad democrática y en paz.

Porque más que enseñar valores a los niños y jóvenes el país, la escuela y la universidad deberían trabajar seriamente en la educación ética creando ambientes donde los educandos aprendan el valor de la vida en general y el de la vida humana en particular como fuente y sustento de todo proceso de valoración, promoviendo presencias educadoras que inviten con su testimonio a la resignificación y revaloración de la vida, diseñando encuentros significativos con los mejores pensadores y testimonios de vida humana que puedan infundir en los alumnos de todos los niveles la revaloración de la vida.

El cambio en el nivel de los hechos violentos particulares resulta menos complicado y puede ser más rápido que el cambio en la estructura social distorsionada que reproduce de manera continua estos hechos y hace que se multipliquen. Pero el cambio  en el nivel cultural, en los significados y valores que determinan el modo en que se vive en determinado momento es un reto mayúsculo que se tiene que emprender hoy esperando resultados después de varias generaciones.

De manera que el cambio cultural que nos permita caminar como sociedad hacia la revaloración de la vida como fuente de toda moral y toda ética supone como un elemento fundamental una reforma educativa que ponga en el centro de su preocupación tanto en el currículo prescrito como en el currículo operado diariamente e incluso en el llamado currículo oculto, el deseo de vivir humanamente y la valoración de cada vida al grado de sentir que cada vez que doblan las campanas están doblando por mí.

El valor de la vida y el de la vida humana puede y debe ser un elemento o mejor dicho, el elemento transversal por excelencia a trabajar en las ciencias naturales, en las ciencias sociales, en la educación física, en la educación artística, etc. en todos los niveles educativos si se quiere realmente revertir el proceso de decadencia social que vivimos hoy en día.

Si se emprende esta reforma educativa con toda la fuerza, la inteligencia y el compromiso de las autoridades, los directivos, los educadores, los padres de familia, los medios de comunicación y la sociedad toda, si se trabaja de manera sistemática, consistente y cooperativa, el país verá dentro de varias generaciones el cambio deseable que revierta la violencia y la fuerza como los mecanismos para resolver la convivencia social.

De lo contrario, seguiremos en esta espiral que hace cada vez más ininteligible y difícil de resolver la situación de violencia en el país, un país en el que aunque ya no nos asombre, los medios dan cuenta de que diariamente:

“…Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia…”

Pablo Neruda. Sólo la muerte.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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