Lado B
La delgada línea entre un pre-gay y un post-hetero [o de cómo el limbo sí existe]
Por Lado B @ladobemx
04 de octubre, 2012
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Tuss Fernández

@ituss79

Cada despedida, tiene un poco de suicidio…

Corría la noche de uno de esos casi interminables fines de semana con lluvia incluida –por si algo faltara para hacerlo menos llevadero–, cuando recibí una solicitud de amistad de esas que me llegan por montones todos los días –porque ni crean que soy Forever Alone– y como justo andaba por esos lares de la virtualidad, acepté casi tan pronto como llegó.

Para esas horas, seguramente yo estaba pensando en el amor de mi vida, bueno, en mi siguiente amor porque el de mi vida no discrimina el tiempo que aparece en mi pensamiento, es veinticuatrosiete, pero bueno, ese no es el tema y ya voy pa’ variar a mis cursilerías. El caso es que en un momento de distracción y confort nocturno vi abrirse una ventana de chat:

–¿Eres bi?

Me quité los lentes, me tallé un poco los ojos, volví a ponerme los lentes y sí, en efecto, ahí estaba la pregunta. No es que la timidez me gane para andar revelando los detalles de mis afectos –como ya lo habrán notado– pero para ser las primeras palabras que cruzábamos en nuestras vidas, me pareció que aunque fuera me hubiera lanzado un guiño virtual para que la pregunta no me resultara tan rasposa.

Como lo mío, lo mío, es aquello de la diplomacia combinada con los buenos modales, me tragué el sonrojo, sacudí la cabeza y con orgullo respondí afirmativamente sólo para recibir una segunda dosis de sorpresa:

–¿Te gustaría hacer un trío?

What a hell! En serio, así sin anestesia ni nada [y me refiero a que soltó la pregunta a quemarropa no al uso de anestésicos para encuentros sexuales]. O sea que no me ha dado ni las buenas noches pero ya me quiere dar las… buenas tardes? Ok, acepto.

Pero que quede claro que lo hago sólo porque sentí bonito que me preguntara si soy bi y que como ya lo tiene claro, me va a tratar como tal y no va a salir luego con que soy gay de clóset y tampoco con que tengo una heterosexualidad de cascos tan ligeros que a veces se me olvida distinguir el género de las personas con las que me… relaciono.

Van ustedes a disculpar mis traumas pero ser bisexual es ser en la imaginación de mucha gente, unos promiscuos, confundidos, indefinidos, retorcidos –bueno, eso quizá sí– que estamos dispuestos a tirarnos al 100% de los pobladores de este planeta. Vaya, ¡que somos los peores!

Como bisexual que soy, he tenido la suerte de compartir mi vida romántica –para no darles detalles de la sexual–, con hombres y mujeres. Afortunadamente no poseo ese chip ‘genitalizador’ que clasifica masculinidades y femineidades y luego selecciona una sola opción para convertirla en sujeto-objeto de mis afectos y claro está, de mi cama. No, afortunadamente soy tan simple que sólo me relaciono con personas.

¿No debería ser ese un principio básico de la diversidad? ¡Ni siquiera de diversidad, de humanidad! El problema es, que los seres humanos no somos unicelulares porque si lo fuéramos, no tendríamos esa estúpida afición de clasificarlo todo e ignorar lo que no entendemos. Si fuéramos unicelulares no andaríamos pensando en complicarle la vida al mundo con temas tan inhumanos –y elementales–.

Me he dado cuenta mientras escribo esta columna y hablo al mismo tiempo con una amiga activista en pro del medio ambiente, que algún día tuve una vida heterosexual y hetero-normada padrísima y que lo único de mi persona que ha cambiado hasta ahora, es el género de la persona con quien duermo. Conservo la misma personalidad, el mismo humor, trabajo en lo mismo, tengo el mismo perro, sonrío de la misma forma y le sigo moviendo al café con la misma mano, pero… al menos en el mundo jurídico-legal dejé de tener los mismos derechos.

Para algunos de mis amigos y para algunos ociosos sin vida propia, no he querido aceptar que soy gay; para mi familia, es una ‘etapa’ y pronto pasará.

Yo pensé que el Vaticano había decidido abolir el Limbo pero seguro que Benedicto XVI no es bisexual –inserte una excomunión, aquí– porque de serlo, sabría que ahí vivimos –prácticamente en la invisibilidad–, justo en medio de dos mundos.

No, no somos pre-gays ni estamos confundidos; simplemente, hemos decidido que elegir no es una opción, sino dos posibilidades.

Mañana, en ReversibleMx, las historias de estas ambigüedades.

Pd. Por si estaban con el pendiente de qué pasó con el trío, lamento informar que tan pronto supieron mi edad me desinvitaron ipso facto. Permiso, mi ego tiene ganas de llorar.

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